28º NÚMERO
DE LA REVISTA LITERARIA
DIGITAL
MENSUAL
NEVANDO EN
LA GUINEA
NºLXXII de
la 2ª etapa/02-10-2012
EDITORIAL
LXXII
60ª
Edición del Festival de San Sebastián
Ya forma parte de una
larga liturgia civil y cultural de finales de septiembre, el Festival de Cine
de San Sebastián, que este año cumple su 60ª edición. De nuevo, las calles de
la ciudad se llenan del encanto de los actores y actrices, de los técnicos de
producción, de los directores que pasean por ellas, que se muestran al mundo,
siendo la fachada de un mundo maravilloso. Todo ese glamour es sin duda lo de
menos, el actor Tommy Lee Jones ha declarado estos días que no le gusta el
glamour del cine, que supone una exhibición de vestidos demasiado caros. Sin
duda porque detrás hay un contenido que no vemos, pero que es mucho más
importante, el trabajo cotidiano del mundo de cine, un trabajo duro, muchas
veces rutinario –largas horas de rodaje y de producción-, pero que siempre
desemboca en una película, en un producto que puede hacer felices o puede hacer
pensar o puede entretener a millones de personas en todo el mundo.
Este año se lleva a cabo
el festival en un contexto europeo de crisis y de recortes, que en el ámbito de
la cultura está siendo, en muchos países, brutal. En los superficiales baremos
establecidos por el capitalismo salvaje que hemos sufrido el valor está
determinado por el precio, pero sobre todo por la rentabilidad económica. Y de
un modo u otro la cultura, considerada como industria, sobre todo por las
administraciones que tienden a considerarla un producto más cuando no un mero
escaparate, en el peor de los casos un instrumento de propaganda, no es tan
rentable como el fútbol, que sí que mueve millones y no está afectada, parece
ser, por la crisis, al menos las grandes ligas, que no en los equipos modestos,
los más populares en su sentido más correcto, seguramente sí afectados. Tal
vez, como dejó caer Penélope Cruz, puestos a estimar la gravedad de los hechos,
resultan más preocupantes los recortes en educación.
Claro que un país donde
la cultura adquiere un carácter marginal tampoco puede considerarse, a nuestro
entender, un país desarrollado. Deberíamos medir el desarrollo no sólo en lo
económico, también en lo cultural, en los niveles de lectura, de asistencia al
cine y al teatro, a los conciertos también, en la existencia de
infraestructuras para que haya realmente una actividad cultural. También en el
compromiso de las administraciones con la cultura, no mediante las obras
faraónicas que con frecuencia hemos visto y que se han llevado buena parte de
los presupuestos públicos, sino con la cultura cotidiana que nunca va a ser
exhibicionista, pero que mantiene en muchos casos la calidad y la cercanía a la
población, mucho más importante. Mucho nos tememos que en la vieja y cultivada
–otrora- Europa todo esto empieza a fallar.
Aunque un festival posee
mucho de fachada, de glamour y de superficialidad, ciertamente, quizá sea bueno
que existan sobre todo ahora, para recordar que también hay una actividad tan
importante como el cine, como la cultura en general, un mundo en el que habitan
los sueños colectivos e individuales y que al final son los que conmueven de
verdad. En este sentido, por fortuna, San Sebastián no nos ha defraudado.
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POEMA
MEDICINAL
Por
Cecilio Olivero Muñoz
ASPIRINA
CONTRA EL SUICIDIO
En mi última agonía
callaré lo que dono,
el dolo ajeno, por que
nadie es eterno,
no habrá cómo, para dónde, ni acomodo,
encerraré la culpa en mi
duda de invierno
cual niño culpable del
robo de un cromo
y lo guarda él en un
oscuro trastero
entre páginas de un
libro de grueso lomo.
Fin del rollo, final de hospital con galeno,
cuando mi cuerpo se
convierta en plomo,
plomo, plomizo,
sentencia el veneno,
me iré anhelándole
galaxias al cosmos
o tal vez a rastras de
sutiles silencios,
si la vida es utopía, si
la vida colmo
me pudriré de nadas y
nadires diversos,
¿extrañaré la purga
donde agujas conozco?
Pequé poco de santo, recé de pío demonio,
nadie vio la certeza,
nadie tocó nunca bombo,
me inundaré de plegarias
de atajo y verbo,
me tragaré la hiel, la
miel y el calostro,
suplicaré acciones,
perdones y aprecios,
me extinguiré de
mejillas en tonos de rojo,
me iré de aquello que tanto
quiero,
cuando me traten como
tunda de despojo,
cuando mi alma salga de
un huevo
algún pico quedará en su
poso,
cuando ya no esté entre
este cuero,
cuando mi polvo sea ya
otro polvo,
¿recordaré las alegrías
y el pinchar en hueso?
¿Tendré morriña por beberme
el mosto?
¿De deambular vacío
entre todo resto?
¿De querer haber sido
tal vez otro?
¿De manejarme esclavo
del tiempo?
¿De querer lo que
quieren quizá todos?
¿Me olvidaré de mi
primer beso?
¿Me acordaré del poema y
del madroño?
Esclarecí el misterio de
donde vengo,
disipé y arañé el feto
blando del morbo,
me perdí entre libros,
collages y luengo,
me apropié de aquello
que añoro,
me perdí entre la huella
que ya no dejo,
me quise perder en
sarmientos que corto,
me quise llevar ciencia
y musa al huerto,
reí, amé, sucumbí, y a
veces, menos lobo,
lloré, dormí y comí con
espíritu suelto,
me hago agua entre poro
y poro
sudando la vida al
completo,
resucitando como
resucita un retorno,
como resucita un abril
concreto,
como resucita la
tormenta en este contorno,
cuando este caminar
camine lerdo,
cuando este cuerpo sea
ya estorbo
y no haya manera de ser,
aunque en anhelos,
beberme ese chorro todo
de un sorbo,
cuando os vea desde
candiles y catalejos
os envidiaré como se
envidia al cachondo,
que traspasa la raya del
cachondeo,
goza leche de hormiga,
se ríe del ceporro,
se olvida en bares
chaqueta y sobrero,
se bebe la vida desde
vasos hondos,
resiste la pulpa de
mujeres de acero,
se deslumbra la risa en
sus ojos,
la juerga es su bilis y
también su suero,
la pena es su crisis, el
tiovivo su sueño,
no lloréis por mí,
pensad que fui un loco
y siempre anduve
poniendo remiendos
por no ser sinvergüenza,
para verme sordo,
por ser de la tribu de
los más menos.
Por ser ardid si me
atrevo a pudrirlo todo
sin mover ni tan siquiera
un dedo,
malgasté dinero y amigos
que codo con codo
nos bebimos el agua
hasta de los floreros,
puse en cartas de hielo
y de cualquier modo
un listado infinito de
ardientes te quieros
y un mote a quien le
encajó el apodo,
puse trabas, dije síes,
dije noes y puse peros,
dime tú si ya no ríes,
si es que ya no rimas verso,
dime tú si ya no eres,
si es que ya andas disperso,
dime tú si no peleas,
[o si encerraste para
siempre al preso.
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La crónica
La ciudad no existe,
nunca existió y nunca existirá. Así es como lo expone el cronista cuyo nombre
desconocemos, no firma el texto, ni siquiera lo rubrica, algo que, dada la
época, tampoco es tan extraño: estamos en el siglo XI, no hay la misma noción
de autoría que en nuestros días y la literatura en buena forma poseía mucho de
juego de réplicas y contrarréplicas, incluso cuando hablamos de crónicas como
es el caso. Pese a todo algo sabemos de él, según me confirma Alfredo, tan
atinado siempre en estos temas de lenguas y variantes. Por ejemplo que es de
Bayona porque escribe en bearnés con giros propios de aquella ciudad y palabras
labortanas que incorpora a las frases pero sobre todo coloca en los bordes del
pergamino, como recordatorio de algo que ha de continuar más tarde, detalle
este que nos indica también que es detallista, observador, meticuloso. La idea
central, más que la mera descripción, es esa sensación extraña, la de alcanzar
una ciudad que no existe pero a la que llegan tras varios días recorriendo
caminos y campas. Lo va repitiendo varias veces a lo largo del texto, que la
ciudad no existe, que nunca existió y nunca existirá, aun cuando los viajeros
contemplan sus calles estrechas y curvas, huelen el dulzor de las especias, ven
sombras que se cruzan por las esquinas, raudas siempre, como si los habitantes
inexistentes de aquellas calles les estuvieran evitando. El cronista comenta la
presencia de aquellos hombres y mujeres que les esquivan, aunque presiente que
sin ánimo de ocultarse del todo, con otras intenciones, esto eso, con ganas de
hacerse notar, de que sepan los extranjeros que están allí, aunque no existan.
La repetición no deja de ser una necesidad, la de convencerse, la de fijar la
realidad, la de entender lo que les rodea. Ni el cronista ni sus acompañantes
pese a todo dicen nada, no hablan, mantienen el silencio para escuchar e
intentar captar algún ruido, tal vez porque confían más en sus oídos que en su
vista, porque creen que los ojos pueden engañarles, las orejas no.
La crónica es muy completa tal vez por ello, porque su
escribano ha sabido escuchar más que ver. Por lo demás, quien la escribe conoce
bien el arte de la escritura, describe hasta el detalle más nimio, posee la
paciencia de dar vueltas alrededor de un punto, de un aspecto, de una
sensación, con la intención de que nada quede en el tintero, que todo quede
dicho. Pero resulta difícil hablar de lo que no existe. Sabemos ahora, somos
enanos en hombros de gigantes, que otros muchos escribanos, novelistas y poetas
han intentado narrar lo inexistente, jugar con las sombras y fijar en el papel
ese terreno movedizo de la muerte, que no deja de ser una manera de dejar de
ser y de existir. No siempre consiguen idénticos resultados, aunque con
frecuencia sus secuelas le resultan no poco angustiosas al lector atento. Sin
embargo, nunca he sentido ese grado de ansiedad que se va acumulando mientras
uno avanza en la crónica, hay algo que me desasosiega profundamente, como si el
cronista habitara en las entrañas de sus hipotéticos lectores y los enfrentara
a lo cotidiano mostrándoles, mostrándonos, todo el dolor posible. Si el ojo
humano pudiera ver todos los demonios sobre la faz de la tierra, no se podría
vivir, afirma el Talmud. A veces me tengo que detener, no porque el párrafo en
cuestión me haya resultado complicado o difícil, sus frases no son obscuras ni
se enmarañan en formulismos tenebrosos, al contrario, se suceden con armonía,
como una fuente de aguas claras, pero algo me duele por dentro, no sé por qué,
no entiendo la causa de toda esa turbación, pero ocurre, de repente me detengo,
miro por la ventana cercana y contemplo el edificio junto a mi facultad y más
allá los montes por los que anduve una y mil veces.
Cuando me quedo así, extraviado, con la mirada perdida,
Alfredo me pregunta por mi trabajo. Necesitas alguna ayuda. No, gracias, le
digo, de momento no. El manuscrito me llegó dos semanas atrás. Le consulté los
asuntos de lengua. Luego me sumergí en él. Las palabras las leía como si fuera
lluvia fina que me mojara con suavidad, casi con dulzura. La ciudad que no
existe parece también sumergirse en la llovizna. Tal vez se trate de un recurso
del cronista que domina los trucos del oficio. Si viviera hoy, sería un escritor
de culto, qué duda cabe, pero desconocemos su nombre y no habrá jamás recuerdo
de él más allá de esa crónica hallada por casualidad en la gaveta de un viejo
cajón catedralicio. Hay tantos libros perdidos, tantos autores cuyo nombre no
sabremos y cuya obra no leeremos jamás que me produce un profundo vértigo, tan
grande es mi afán por leerlo todo. Existieron, pero ahora ya no existen y es
como si nunca hubieran existido, como aquella ciudad que se halla sólo en la
cabeza de unos caballeros aventureros y un cronista con vocación de vate cuasi
místico y que la describe al detalle.
Reflexiono sobre esa inexistencia de la ciudad. Me pregunto
si es real, si de verdad llegaron a un lugar que veían con sus ojos pero
intuyeron que no estaba allí ante ellos, o se trata de un mero recurso, si los
caballeros y el cronista tuvieron delante de sí un espejismo, fueron víctimas
de una misma quimera, y se adentraron por el mismo ensueño, conscientes o no de
todo ello, o fue el cronista quien se permitió jugar con la imaginación. Me
pongo en el momento de escritura, hay otros recursos en la época, otra forma de
captar la realidad, otro concepto de realidad y que nada tiene que ver con la
racionalidad y la lógica de nuestro tiempo. Lógico, el mundo se explicaba
entonces de otra manera, lejos de toda racionalidad. Si aceptamos que la ciudad
no existió, cuál fue entonces la reacción de aquellos hombres, acaso la misma
que la de Juan Preciado al entrar en Comala en busca de Pedro Páramo y
descubrir que nada es lo que él ve o por el contrario no hay extrañeza por
nada, asumen la realidad de lo irreal y de lo inexistente, lo confunden con lo
material, al fin y al cabo todo posee un espíritu y se acepta, se trata de un
animismo que perdura aún en el tiempo de la crónica. Nada se desprende del
texto, el cronista comienza a hablar de calles y sombras, plazas y neblinas,
nada existe, afirma, y lo mismo refiere al describir vagamente a hombres y
mujeres que distinguen entre neblinas, incluso de la muchacha con quien tratan,
blanca y bella, distante pero llana cuando habla con ellos mediante palabras
que parecen brotar de un lugar íntimo y armonioso, como si en realidad, aunque
no nos lo recogiese el cronista, aunque no lo escribiera, lo pensara en lo más
íntimo de sí mismo, y por ello fuera ella un espíritu pleno y libre, tal vez un
ángel, pero en todo caso ninguno de ellos existe, repite el cronista, ni
siquiera la misteriosa belleza que encubre a la muchacha, y no hay sorpresa ni
espanto en ello, tampoco es voluntad del cronista, me parece, remarcar
sensación alguna, porque sólo en los ojos de quien lee esas páginas, los míos
en ese momento, los de futuros lectores que los habrá si algún día publicamos
la crónica, habita la angustia que el texto y la vida llegan a engendrar.
Me quedo de nuevo ensimismado, con la mirada perdida tras
las ventanas. Existe mi ciudad, me lo pregunto una y otra vez, existe mi vida,
me lo planteo no sin profunda turbación e inquietud. Y si fuera todo lo que me
rodea lo que no existe en realidad, acaso el cronista esté leyendo o se imagine
entonces mi vida, me digo no sin repentina angustia, en esa otra crónica que yo
relleno en cuadernos repletos de notas y que escribo como reflexiones de lo
cotidiano o como proyectos literarios sobre los que divago de un modo u otro,
un enorme y largo diario cuyo rito cumplo a rajatabla, todos los días, para
escapar tal vez de la extrañeza que me produce la vida. La ciudad no existe,
pero tal vez tampoco los caballeros y el cronista, ni yo como lector existo, o
acaso soy un muerto, un muerto parecido a Juan Preciado y que sigue
levantándose todas las mañanas, cumpliendo con los gestos cotidianos, salgo de
casa, acudo a la universidad, la misma universidad donde estudié, cinco años de
Literatura románica, especialidad en medievalismo, doctorando en la obra del
Rey Dom Dinís, agregado a la cátedra de Románicas, un buen chico, he oído que
dicen, serio y estudioso, comentan de mí, mis padres por ejemplo, que hubieran
preferido que estudiara algo más útil, derecho, por ejemplo, pero ya están
satisfechos, y por la tarde salgo con Lorena, nos enamoramos –los muertos o
inexistentes también nos enamoramos- tras coincidir en una clase, durante la
carrera, como con tantos otros compañeros que tal vez nunca existieron, y
hablamos de libros y paseamos por los parques, junto al río, y vamos a fiestas,
y nos amamos y reímos y nos entristecemos como muertos, como muertos que somos
y que no existen, y todo eso lo lee un cronista del siglo XI, quizá se pregunte
qué sentido tiene todo eso que cuento en mis páginas, qué sentido más allá del
placer de la descripción, aunque puede que ambos seamos también uno mismo, real
o inexistente, como en el cuento de Cortázar en el que un accidentado y un
indígena son la misma persona que se sueña uno con otro a la vez, sin saber
quien es el soñador y quien el soñado en realidad.
Alfredo entra en el despacho y me despierta de mi estado de
ensoñación. Trae café y unos cruasanes. El desayuno, dice remarcando las
sílabas, alargando las vocales, haciéndose pasar por un aguerrido camarero.
Sonrío amable. Que los muertos se revuelvan en sus tumbas, me digo, sin
importarme en que lado de la lápida me encuentro.
Juan A. Herrero Díez
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EL PASO
DEL TIEMPO
Es un cuadro de abandono
Trabajado por el tiempo,
Un guión hecho pedazos
Y un bohemio en su
vejez,
Una gaveta arrumbada
Con un tesoro escondido,
Son las cartas que el
poeta
Escribió…alguna vez.
Son letras que tienen
alma
Mostrando su
sentimiento,
Y que gritan doloridas
Lo que es morirse de
amor,
El mundo gira impasible
Cargándolo de pesares,
Se hace fuerte en sus
versos
Es un pobre…soñador
Hay una huella indeleble
Transitada por sus
pasos,
Que llevan a un arco iris
De magia y feliz
esplendor,
A un costado una casita
Que atesora muy adentro,
Allí moraba Rosaura
Un sublime…y hondo amor.
Amó mucho y lo han amado
Y algunas veces le han
fallado,
Todo eso le ha servido
Para ser hombre de bien,
No todo ha de ser negro
o blanco,
Y aprendió al fin y al
cabo
Que a veces…hay grises
también.
Pero efímero es todo
Y se apaga de a poquito,
Lo de ayer solo es
recuerdo
Y solo le atañe a él,
El viento se ha de
llevar
Ilusiones y sueños
vanos,
Y una foto desteñida
De ese…que supo ser él.
Acomoda sus vivencias
Y se va muy despacito,
Tomará la calle larga
Esa que lleva al final,
Se perderá en la bruma
Envuelto en nubes de
gloria,
Y desde el cielo seguro
Nos mandará…una señal.
Boris Gold
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SONETO
Por Rodolfo Leiro
A MANO, MUCHACHA
Inspirado en “Mano a Mano”
Carlos Gardel y Celedonio Flores
Jamás trizó el improperio
a tu agraciada silueta,
de tu perfil de pebeta
al hoy de tu medio imperio.
¿Qué te enroló un pibe serio
y hoy me colgás la gayeta?
¿Qué los besos de tu jeta
fue mi cálido sahumerio?
Puse en tu bolso, criterio
con buena guita, un salterio,
que gozó tu fina facha;
te perdoné el adulterio
como salmo en monasterio.
A mano estamos, muchacha.
Construido a las 14,44 del
22 de agosto de 2012-08-22
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LA
VENGANZA
En carrer del Bisbe, detrás de La Catedral, subiendo hacia La Rambla, siempre veía a esa mujer pidiendo unas monedas. Lo que más le molestaba era la forma exagerada en que con tono lastimero, pedía unos céntimos. Exageraba tan teatralmente un falso temblor de su mano al extender el bote, toda vestida de negro, que no engañaba a nadie...Un pañuelo, también negro y raído que le tapaba gran parte del rostro, completaba el disfraz. Pero lo más ruin de la representación, lo constituían sus pies descalzos también temblorosos, con la baja temperatura de esa tarde de febrero en Barcelona. Marina, todos los días la veía al pasar para su trabajo y cada vez, la indignaba más esa representación que hacía ....
Un día en que había tenido una discusión con una compañera de la tienda, Marina se paró delante de la mendiga de negro, como la llamaban y le dijo:-¿Si te traigo medias, te las pones? ¡No sé para que haces ese sacrificio de representar una miseria que nadie te cree!
Lo mismo que el temblequeo ese, crees que la gente es tonta y no se da cuenta de que es fingido? ....y fue a sentarse, para calmarse un poco a los bancos de la plazoleta donde los turistas, contemplaban a unos jóvenes que fabricaban enormes pompas de jabón...
Estuvo ahí un largo rato, para calmarse un poco, se sentía intranquila, con la sensación de haber descargado sus nervios por la discusión con su compañera, en la mendiga.
A rato, bajó de nuevo por la cuesta hasta la plaza de La Catedral y ve, asombrada, que la mendiga se levanta sin ninguna dificultad ni temblor y se encamina a paso rápido hacia un auto que la recogió con la naturalidad del que lo hace todos los días....Se fijó en el chofer, que era un joven de nariz aguileña , manejando con destreza, un auto particular....
De pronto, notó inquieta que la mujer, que se había quitado el pañuelo de la cabeza, advertía su presencia y se la señalaba al joven.
Pasaron dos días cuando Marina olvidada ya del episodio, volvía de su trabajo, cuando sintió una dolorosa punzada en su espalda que acabaría con su vida, y cayo en la pendiente, no sin antes reconocer al joven de nariz aguileña.
Elsa Solís Molina
En carrer del Bisbe, detrás de La Catedral, subiendo hacia La Rambla, siempre veía a esa mujer pidiendo unas monedas. Lo que más le molestaba era la forma exagerada en que con tono lastimero, pedía unos céntimos. Exageraba tan teatralmente un falso temblor de su mano al extender el bote, toda vestida de negro, que no engañaba a nadie...Un pañuelo, también negro y raído que le tapaba gran parte del rostro, completaba el disfraz. Pero lo más ruin de la representación, lo constituían sus pies descalzos también temblorosos, con la baja temperatura de esa tarde de febrero en Barcelona. Marina, todos los días la veía al pasar para su trabajo y cada vez, la indignaba más esa representación que hacía ....
Un día en que había tenido una discusión con una compañera de la tienda, Marina se paró delante de la mendiga de negro, como la llamaban y le dijo:-¿Si te traigo medias, te las pones? ¡No sé para que haces ese sacrificio de representar una miseria que nadie te cree!
Lo mismo que el temblequeo ese, crees que la gente es tonta y no se da cuenta de que es fingido? ....y fue a sentarse, para calmarse un poco a los bancos de la plazoleta donde los turistas, contemplaban a unos jóvenes que fabricaban enormes pompas de jabón...
Estuvo ahí un largo rato, para calmarse un poco, se sentía intranquila, con la sensación de haber descargado sus nervios por la discusión con su compañera, en la mendiga.
A rato, bajó de nuevo por la cuesta hasta la plaza de La Catedral y ve, asombrada, que la mendiga se levanta sin ninguna dificultad ni temblor y se encamina a paso rápido hacia un auto que la recogió con la naturalidad del que lo hace todos los días....Se fijó en el chofer, que era un joven de nariz aguileña , manejando con destreza, un auto particular....
De pronto, notó inquieta que la mujer, que se había quitado el pañuelo de la cabeza, advertía su presencia y se la señalaba al joven.
Pasaron dos días cuando Marina olvidada ya del episodio, volvía de su trabajo, cuando sintió una dolorosa punzada en su espalda que acabaría con su vida, y cayo en la pendiente, no sin antes reconocer al joven de nariz aguileña.
Elsa Solís Molina
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© SER QUIEN
FUI
Por Gustavo M. Galliano
Sobre la barca que abarca,
No sé si vengo o si voy,
No sé si es trascendente,
Lo importante resulta si soy.
Escudo del guerrero brillante,
Murmulla el alma triste,
Lento el cuervo lanza su graznido,
En el bosque turgente de tu voz.
El prado de las gaviotas
Encadenados en islas
Reclaman su potestad,
Sobre la tierra de redes.
En el país de anillos de oro,
Expuse mis intenciones,
Intempestivo, impetuoso,
Pleno, confiado en aquél muérdago.
Pero el faro de tu frente,
Venció a la espada de la boca,
Y aquella actitud de Diosa,
Transformose en águila que come avena.
Fui gentil sedal en primavera,
Pero nada floreció ni solicito carnada,
Hoy me retraigo en lecturas,
De poetas más prosaicos.
Huirán de mí las golondrinas,
Las naves, las flores y las armas,
Pero los libros me amaran siempre,
Las palabras me acariciaran las sienes.
Fui longevo nombre de renombre,
Bronce que talla quien ni siquiera conoce,
Hoy crecen
niños con mis libros,
Y soy feliz, desde no sé donde.-
© NUNCA
PASIÓN NUNCA
Por Gustavo M. Galliano
Se rebeló a creer en un Dios,
omnipotente y jactancioso,
y su hoy pagano se arrodilla,
ante una cruz, una equis, una esfera.
Deseó llegar a ser inmortal,
y se tatuó el rostro de Dorian Gray…
hoy gime sus lamentos,
marcando en el fango su desliz.
Se rebeló a creer, creyendo,
bebió de su propia bilis candente,
se arrepintió y gimió, titubeante,
más no hubo ángeles insurgentes.
Se despertó y encontró despojos de Sol
cocinando una aurora pretérita y ausente,
pidió perdón,
masculló disculpas,
pero era tarde para creyentes o augures.
Se lamentó por no creer en algún Dios,
se lamentó por deambular en solitario,
solo y cansado se entumeció, masticando gusanos,
en sombra peñasco, cima hosca de montaña.-
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SELECCIÓN DE POEMAS
Por Gonzalo Salesky
LEJOS
Apuestas
perdidas,
lecturas
en vano,
soberbia
en la sangre.
Me
siento tan lejos…
Hoy
vuelvo a verme
en
pequeñas batallas,
con
pasajes lúgubres
y
heridas al viento.
Ha
pasado lo peor de la conquista,
dejaré
mi lecho perfumado
y
seguiré sembrando.
Me
quedaré tan sólo con el destino leve,
con
el día, la neblina
y
aquellas voces lejanas.
DÍAS INÚTILES
Hay
días inútiles que trato de evitar,
la
sangre nunca miente.
Aunque
aquello se aleje,
encuentro
en las tormentas
un
modo de escapar, una rendija.
¿Por
qué será? No sé, quizás
que
todo muere y quema al ir naciendo.
Que
nada importa ya porque es inútil
soñar...
la vida sólo es esto.
SIN NADA
Sin
palabras,
sin
aliento,
sin
agua y sin sed,
sin
fuego en mi cama.
Sin
esperanzas ni frutos.
Sin
pasión, sin prisa,
sin
recuerdos ni estrellas.
Sin
nada que me nombre tu sonrisa,
con
todo lo que ayude a olvidar,
sigo
escapando, ciego y sin vida,
sintiendo
que el amanecer es poco.
CADENAS
Un
fondo de silencio, una canción
se
escriben solas, sin miradas amargas.
Pudimos
doblegar aquel fantasma
aunque
mañana regresen las cadenas.
¿Podré
volver al seno de mi tiempo?
¿Podré
salir del barro sin tu amor?
La
piel me ayudará lo suficiente,
ya
no será de rosas el perfume
y
el cielo, cada noche,
me
cubrirá de ocaso.
HOJAS DEL ALMA
Tuve
instantes de locura,
tierra
fértil para excesos.
Arranqué
y arranqué hojas del alma,
supe
llegar al borde del abismo.
Enfrenté
los dragones de la noche.
Temblando,
con la daga vacía,
el
corazón latiendo en una mano
y
por mis venas, la sangre congelada.
El
tiempo lo era todo y a la vez,
nada
tan frágil como ver nuestra vida
consumirse.
Como ser los condenados
desde
siempre,
para
siempre,
jugando
a ver el fin de esta quimera.
INFINITO Y ETERNO
Acaricio
lo imposible, lo profano.
Trato
de no dejar huellas.
Dejo
que nuestra vida pase
en
tu boca, en mis sábanas.
Sueño
con enamorarte…
Quiero
que todo se aleje
y
se concentre en un punto,
casi
infinito y eterno.
Ojalá
la muerte sea tan sólo hoguera,
para
vivir al lado de tu nombre,
tan
cerca de la ausencia que libera.
BLANCA
Como
el horizonte previo a la tormenta,
blanca
como el agua que aún no cae,
como
la figura que alumbra mis noches,
casi
como un hada...
La
nostalgia viaja a través del tiempo
ganando
batallas a la oscuridad.
Es
blanca mi alma cuando te recuerda
alejando
sombras,
sin
miedo a perderte.
SER DISTANCIA
No
quise solamente ser eclipse,
encontrando
el alma donde ya no está.
No
quisiera ser sólo la sombra
de
aquello que no fui:
ser
mentira, espantapájaros,
secreto
a voces, ser distancia.
Tampoco
pretendo estar seguro
de
cómo pasa el tiempo,
sin
haber logrado todavía
retar
al destino. Y en mi esencia,
preguntas
sin respuesta me someten,
me
agobian, me interrumpen…
me
liberan, al fin, de aquellas sombras.
NO BUSQUES
No
busques el rumor de tu silencio
ni
el hielo sediento que no quema.
No
busques color en el vacío
ni
en lágrimas perdidas, la tristeza.
No
busques en el mar ninguna gota,
no
te ahogarás llegando a lo profundo
porque
te falta callar, te falta mucho
para
cantar victoria en la derrota.
CULPA Y PECADOS
A
cada paso, siluetas luminosas
caminan
junto a mí, aunque es difícil
salir
–escapar– de la armadura.
No
seremos libres al seguir creyendo
promesas
fugaces, en letras sin alma,
en
culpa y pecados que quitan el cielo.
¿Habrá
campanas para evitar el miedo?
Mejor
callar a veces –casi siempre–,
dejar
que el viento pronuncie nuestro nombre.
EN MIS MANOS
Cuando
descubra tu ser
tendré
polvo en mis manos.
Las
lágrimas ya secas;
tu
vientre, vacío como mi alma.
Mis
páginas borradas, una a una,
como
terrones del olvido, como sangre.
Tu
dolor, el mío y este mundo
no
alcanzarán para tapar el cielo.
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