sábado, 27 de febrero de 2010

41º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



41º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXLI 27-02-2.010

La literatura es invención. La ficción es ficción.
Calificar un relato de historia verídica es un insulto
al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador.

Vladimir Nabokov

La verdad tiene estructura de ficción.

Jacques Lacan

Todos los hombres que dicen sí mienten.

Herman Melville

EDITORIAL XLI
Minimalismo vs. Grandiosidad


Guy Debord comienza su ensayo «La Sociedad del Espectáculo» con la siguiente afirmación: «Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación». Si hoy pudiera asistir a la acumulación de espectáculos, sin duda pensaría que se quedó corto.

Los Estados modernos han fomentado y fomentan lo espectacular como extensión neomoderna del espectáculo, todo parece medirse, en el ámbito cultural -en otros también-, en lo grandioso. Los museos son un buen ejemplo, se huye del museo con dimensiones humanas para construirse grandiosos templos que al final albergan exposiciones que pasan a un segundo plano frente al edificio -lo importante, parece ser, es el continente, no el contenido-, pero ocurre también en otros ámbitos. En el cine se ha pasado de ser primero los actores y luego los directores los centros de atención a fijarse en los presupuestos, como si el dinero invertido pudiera ser garantía de un buen relato.

El capitalismo del incipiente siglo XXI ha buscado vaciar tanto de contenidos la realidad que al final asistimos nuevamente a la estética de la grandiosidad, que es al fin y al cabo, recuérdese, la estética de los regímenes autoritarios. Los fascismos y el estalinismo, como antaño el poder absolutista, ha buscado reducir las dimensiones humanas de la comunidad a base de levantar enormes edificios frente a los cuales el individuo se siente pequeño. Hay un evidente valor político en esta opción. Se procura achicar la capacidad humana de construir una sociedad más justa e igualitaria, más libre y participativa: los grandes museos empequeñecen al visitante, lo ningunean; las grandes producciones cinematográficas reducen el relato a su mínima expresión en beneficio de los efectos especiales.

Este efecto se ha trasladado en cierto modo a la literatura, que en ocasiones parece haber devenido un mero mercado de Best-Sellers y autores que se vuelven mediáticos más que escritores. La muerte, hace unas pocas semanas, de Sallinger nos remite a un escritor que creía que lo importante es su obra y huía de la atención pública.

Por otro lado, se realizan tremendas campañas de publicidad de exposiciones, películas y libros, porque en la sociedad ociosa que se ha ido desarrollando en los últimos decenios lo importante ha llegado a ser el acto público. Se abren los museos, se organizan festivales y galas, pero al final nos damos cuenta hasta qué punto todo se repite una y mil veces. Es como la televisión, tenemos más cadenas pero menos variedad.

Por suerte, frente a estos síntomas de grandiosidad, brotan experiencias pequeñas y de dimensiones humanas que permiten una mejor calidad de la cultura. Hemos hablado más de una vez de la importancia que adquieren las pequeñas editoriales para dar a conocer nuevos autores. Lo mismo podemos decir de galerías y de cine-clubes que surgen a lo largo y ancho de muchos países, incluso de aquellos que, por su pobreza, creemos al margen de los canales culturales. Ahí tenemos para demostrarlo la fuerza de la música en África, con su multitud de cantantes y griots que se abren paso al margen de lo más comercial.

Optar por un modelo cultural que prime lo pequeño es optar por una cultura más global porque conlleva incorporar a las personas al meollo del discurso, no convertirlos en meros y silenciosos receptores. De este modo, cada individuo se vuelve protagonista del diálogo cultural. En este sentido, y como ejemplo local de lo que aquí defendemos, está el modelo que un puñado de personas está desarrollando en Barcelona a través del proyecto Rimaia, que además de un Centro Social Ocupado es un lugar de creación, participación y discusión como hacía tiempo que la disidencia europea no estaba llevando a cabo. Con independencia de lo que uno considere acerca del movimiento Okupa o Squater, es cierto que hay experiencias que hemos de tener bien a la vista.



CELSO TITO Y SUS
SUEÑOS DORADOS

Él es bajo (chatito), moreno de piel (trigueño),
palomilla del vivir; es su cabello parcialmente canoso,
tiene un bigote (también canoso); es peculiar,
le persigue una gracia natural, parece improvisada,
cuando está sereno: es un ser nervioso,
un nerviosismo torpe y patoso del que huye, le hace daño,
se debe a ello su debilidad por el alcohol.
Dice él que anduvo de niño y adolescente en el puerto
de “El Callao”, donde conoció
a marineros que iban a todos los confines
de este mundo que no duerme. Él tampoco dormía.
Soñaba despierto un sueño de visados concedidos
y leyendas y habladurías que quizá fueran verdad.
De ahí le viene su obsesión, manía, o disfraz
de apropiarse de dejos, o de acentos nada acordes con su patria,
su patria, las fiestas de su patria son su fecha de nacimiento;
cuando habla también sueña, y sueña
porque habla, habla mientras sueña;
hace acopio de jergas españolas, argentinas,
colombianas, chilenas, y mexicanas, sabe la procedencia
de las gentes tan sólo con mirarlas,
sabe de los conflictos de una América en decadencia anunciada,
es internacionalísimo, es un hombre papagayo,
es un exótico ser que viaja soñando
desde historias breves que le contaron
y que él hace realidad en su potaje de palabras tatuadas,
palabras que escupe como un Quijote charlatán,
palabras de sustrato marginal de países que no ha visitado
pero que lo hacen soñar, al mismo tiempo
que habla:. –La hostia, joder, coño- así, sin sentido alguno.
Cada palabra, una nacionalidad distinta, cada frase hecha,
otra personalidad, con la cual, soñarse lejos de su realidad.
Cuando se emborracha se hace pesado,
repite y repite la misma jerga cuando se halla
frente al viajero y su sombra, según sea
la nacionalidad del visitante a quien se dirija.
La historia de este hombre-papagayo
es la de un hombre de la calle, la de un pájaro
de colores que se dice así mismo “moro”, “gitano”.
Sueña y sueña, ya que, debido a su amor
por la tauromaquia, sueña con ir de visita a España.
Me dice:-¿Tú crees que yo iré a España?-
Y yo le digo:-Sí, claro, ¿por qué no?-
Él se emociona y lagrimea su desdicha
de pájaro de colores en una jaula-abierta, abierta a un puerto.
Se acuerda mucho, quizá demasiado,
de la Madre Patria, de España, de la Iberia sumergida
que hace tiempo reniega de seres como él,
de seres que sueñan en su viaje de leyendas y romances,
en sus sueños dorados e imposibles. Utopías de paraíso.
Creo que cuando España lo mire a los ojos
no lo reconocerá como hijo y esa será
la última desdicha que su corazón padecerá
antes de volver a soñar con otra virginal tierra
que no reniegue de los seres que la hicieron cuento
y parte del vestigio de sueños que llaman a su puerta.



Por Cecilio Olivero Muñoz


Una velada cualquiera


¡Vaya!, exclamé cuando Miriam me dijo que ya había comprado las entradas para el Liceo, qué siniestra casualidad. Me miró extrañada, un tanto alarmada ante la posibilidad de que mis palabras de sorpresa revelaran algún inconveniente personal o alguna dificultad añadida y que, según denotaba probablemente el tono de mi voz, tal vez fuese algo grave, además de inoportuno. Qué sucede, me preguntó. Sonreí ligeramente. Tuve para mí que había programadores culturales que parecían actuar movidos más bien por un extraño sentido del humor. Y el del Liceo no era para menos. O no se habían dado cuenta o poseían una ironía que rozaba la perversidad, por llamarlo de algún modo. En todo caso, resultaba a todas luces trágico.
Las entradas eran para el día 7 de Noviembre y se trataba del estreno de Guillermo Tell de Rosini, en una nueva versión de una compañía por la que Miriam sentía no poca devoción. Lo irónico del asunto, aunque mejor sería decir lo macabro, era que fue también un 7 de Noviembre, en concreto el del año 1893, y nada menos que con ese mismo estreno, que un anarquista, Santiago Salvador, lanzó desde el gallinero dos bombas, las de un modelo muy conocido en la época llamado Orsini, una de las cuales estalló finalmente en la platea y causó una masacre que conmocionó en profundidad a toda la ciudad. Evidentemente, era una extraña forma, sin duda de un gusto un tanto luctuoso, si es que se había sido consciente de tal hecho, de conmemorar esa fecha.
Miriam empalideció ligeramente. No puede ser, murmuró. La miré de pronto con repentina extrañeza y no poca curiosidad. Resultaba claro que lo más creíble era que se trataba de un hecho casual, extraño, sin duda, pero casual al fin y al cabo. Es cierto que costaba creer que a ningún responsable de asuntos culturales y con cierta documentación de la historia de la ciudad se le pudiera escapar un detalle así. La bomba del Liceo, además, había quedado grabada sin duda en eso que llaman la memoria colectiva de Barcelona, una nueva razón que acentuaba lo deplorable de la coincidencia, y hasta cierto punto resultaba inverosímil que hubiera sido una decisión consciente, todo apuntaba a que había pasado desapercibido a los propios gestores del céntrico teatro tan dramática coincidencia. La vida ofrece a veces bromas macabras como aquella al fin y al cabo.
No obstante, esa repentina palidez que a mí, de pronto, me llamó la atención no era fruto del enfado o la lógica irritación que pudiera causar la falta de tacto, consciente o no, de los programadores del Liceo, sino que parecía responder más bien a otro fenómeno con el que no contaba, y no era otro que el que se me ofreciera una imagen de Miriam que hasta entonces no conocía y que me resultaba cuanto menos chocante: la mujer racional y racionalista con quien convivía desde hacía años y que creía conocer a la perfección era supersticiosa.
- Miriam, ¿no irás a creer que la historia se repite por el mero hecho de reproducir algunos gestos? -pregunté.
- No, no, qué va … -balbuceó y creí por un momento que me iba a decir que cambiaría la fecha de nuestras entradas.
No las cambió y durante la semana que siguió hasta el día 7 no volvimos a hablar del tema. Nuestra vida transcurrió con la misma tranquilidad a la que nos habíamos habituado, una vida que sin duda algunos calificaban de plena, incluso feliz. No era de recibo que fuéramos para muchos de nuestros amigos y conocidos una de esas modélicas parejas que rozan la perfección. Esa idílica estampa se incrementó además con el nacimiento de nuestra hija Amelia, dos años antes, una criatura excepcional, sin duda, y que nos brindó no poca felicidad.
A veces, no obstante, me burlaba de esa imagen de conjunto tan idealizada. Cosa de perspectiva, supongo. Sois una pareja maravillosa, nos había dicho la abuela de Miriam al poco que me presentara como su prometido, guapos, cultos, agradables, educados, el ideal de toda madre, ¿verdad que sí? La pregunta había sido dirigida a su hija, la madre de Miriam, mi suegra, que sonrió de oreja a oreja con absoluta sinceridad, tal vez con la sensación de que ni ella misma se podía creer del todo la sublime realidad de su hija. Incluso me apreciaba como yerno, cosa por otro lado habitual en mí, ya con anterioridad solía caerles mejor a los padres de mis novias que a mis propias novias, y alguno hubo que se dolió porque sus hija me abandonara. Nuestros respectivos padres, ciertamente, estaban encantados de la vida con nosotros, sobre todo los míos que más de una vez dudaron de mi capacidad para salir adelante y mejorar. Nuestro pretendido y loado triunfo socio-existencial lo consideraron absoluto, más importante incluso que para nosotros mismos, que mirábamos la vida con cierta distancia.
Vivíamos por otro lado con plenitud la vida cultural y social que la ciudad nos ofrecía, una ciudad de la que estábamos orgullos, nos encantaba y que no cambiaríamos por ninguna otra. A ello contribuía que residiéramos en pleno centro, nada menos que en el lugar perfecto para una pareja como nosotros, en un gran apartamento de la derecha del Ensanche, entre el Paseo de Gracia y el Paseo de San Juan, entre la calle Aragón y el Ronda de San Pedro, ese barrio que la burguesía barcelonesa construyó a finales del siglo XIX para salir del congestionado centro urbano, en el que se levantaban edificios de piedra y caliza, moldeados a la manera idealizada que las clases altas tenían de la mítica París, todo ello en el metódico barrio del Ensanche, construido con tiralíneas y aplicando la más pura racionalidad de un momento de confianza y progreso, y que con el paso del tiempo permaneció apacible y tranquilo para que pudieran continuar sus plácidas vidas los descendientes de aquella burguesía y algunos recién llegados como yo, que se incorporaban a la acogedora sociedad urbana.
Transcurrió por tanto la semana con el sosiego de siempre. Miriam daba sus clases de estética en la Universidad, mientras que yo me ocupaba de la gestión cultural de la Fundación de un Banco, que quería limpiar su imagen de negocio usurero y su mala conciencia alimentada además con algunas eventualidades de tipo contable dentro y fuera de nuestras fronteras que salieron a la luz y que fueron debidamente oscurecidas, con lo que pretendían devolver a la sociedad, y así lo anunciaban a bombo y platillo, parte de sus beneficios por medio de becas y exposiciones, algo que lucía muchísimo y aportaba buena imagen, todo ello bajo mi distante gestión. Claro que, pese a la cotidianidad rutinaria de nuestras vidas, no podía olvidar del todo la sesión musical que me esperaba y la casualidad que tanto me había sorprendido.
La curiosidad, por otro lado, me llevó a interesarme y leer algunas notas sobre el autor del crimen -Santiago Salvador Franch, ladrón de bancos, anarquista convencido, fugitivo de la justicia hasta ser descubierto, juzgado y condenado a muerte, un personaje que, pese a ser el autor de tamaña barbarie como la del Liceo, resultaba a todas luces un ser atrayente- y sobre la situación social de aquellos años de progreso y terror. Los tiempos habían cambiado, desde luego, aunque era posible que la distancia temporal brindase no poca indiferencia a las pasiones despertadas por entonces. La sociedad hoy, en todo caso, creía yo al menos, no era ni de lejos la de aquellos años de finales del XIX y principios del XX en los que la explotación y la miseria parecían ilimitadas en Barcelona. Años también de una violencia inusitada: poco después de aquella bomba del Liceo otro anarquista había hecho volar una procesión de Semana Santa en el Born y, frente a los extremistas obreros, cuya violencia se explicaba, aunque no siempre se justificase, por las pésimas condiciones de vida de los trabajadores, el somatén de la patronal ejercía también una violencia extrema y causaba no poca sangre. Desde luego, Barcelona había devenido un lugar pacífico, aparentemente al menos, con los años, nada que ver con aquella época. Miriam podría disfrutar con toda seguridad de una velada tranquila de opera, sonreí al recordar esa repentina superstición brotada en alguna región irracional de su alma, y no cabía posibilidad de que nadie, extremista o desesperado, lanzara una bomba contra nosotros en la función del Liceo.
Llegó el 7 de Noviembre y a media tarde volvimos a casa para prepararnos después de haber dejado a nuestra hija en casa de sus abuelos. Nos vestimos de gala, Miriam con su vestido negro que destacaba su figura y la hacía aún más atractiva si cabe, yo con el esmoquin que mis padres me regalaron y que les debió de costar media paga por lo menos, pero que tanta ilusión les dio dármelo. Ninguno de los dos volvimos a mencionar la coincidencia de fechas y de obra. Ella parecía haber olvidado sus repentinos temores y yo no quise recordárselos, no fuera que la mera mención destapara de nuevo esa zona oscura y supersticiosa de su alma.
Fuimos en taxi hasta el Liceo, apenas quince minutos desde nuestra casa. Durante el trayecto fantaseé con el público asistente en 1893. Al igual que nosotros, se prepararían para la obra. Vestirían sus mejores galas y seguramente algunos saldrían de nuestro mismo barrio, tal vez de nuestra propia casa. Tomarían una calesa que, al igual que nuestro taxi, les dejarían en la misma entrada. El bullicio sería idéntico que el de ahora y en el paseo central de las Ramblas se amontonaría la gente para contemplar a los afortunados que aquella noche se sumergirían en el marco incomparable, tópico manda, del Liceo. Me dio mala espina observar que un puñado de personas, bajo la atenta mirada de unos policías, gritaba consignas contra el paro y el capital, un tipo entre ellos enarbolaba la bandera rojinegra. Bromas de la historia, consideré.
Entramos en el edificio después de saludar a algunos conocidos. Me sentí inquieto. Seré estúpido, pensé al suponer que la agitación que había sentido Miriam unos días antes se había trasladado a mi espíritu. Miraba a mi alrededor con aprensión, como si en cualquier momento la mirada de un agitador me fuera a indicar lo que iba a ocurrir a mitad de la sesión. Por lo menos el público de 1893 carecía de antecedentes y entraría con sosiego al teatro, sin percibir la tragedia, sin temer la catástrofe que se avecinaba. Claro que sólo yo parecía ser consciente de la fatal coincidencia, el resto de asistentes no mostraban el más mínimo resquicio de temor. Ocupamos nuestro asiento. Miriam estaba feliz. Sentimos ese ambiente palpitante previo a la exaltación de un concierto, aunque en mi caso me sentí embargado por un nerviosismo que era absurdo, pero que al tiempo me sentí incapaz de expulsar de mi interior.
Miré hacia los asientos superiores y por un momento creí ver al hombre que en el interior de su chaqueta portaba el criminal artefacto. A punto estuve de gritarle que yo nada le había hecho, que su miseria y la de los suyos no era responsabilidad mía, que mi pertenencia a la clase detestada, en mi caso un recién llegado como quien dice, no me convertía en un explotador y menos aún en candidato a una muerte violenta como la que él parecía deseoso de proporcionarme. Te estás volviendo loco, me dije al darme cuenta de lo absurdo de dicha idea.
Se apagaron las luces y comenzó la música. Poco a poco, mis temores fueron diluyéndose. Había sido algo estúpido toda aquella aprensión sin sentido. Cerré los ojos y me dejé llevar por la melodía y el encanto de las voces. Eso me llevó a pensar de pronto en mi vida junto a Miriam y a mi hija. Me emocioné por un momento. Ahí, sumergido en la oscuridad del Liceo, perdí la noción del tiempo, de la época, me sentí de pronto el iniciador de una saga familiar, vislumbré a mis descendientes y sonreí al pensar que pasados algunos años tal vez alguno de ellos acudiría tal día como hoy al estreno del Guillermo Tell de Rosini.


Juan A. Herrero Díez

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¡ES LA HORA DE LOS DISCURSOS!

Por Cecilio Olivero Muñoz


DISCURSO DEL POETA CANSADO

¡Haced lo que os venga en gana!

DISCURSO DEL POETA ECOLÓGICO

No ensuciéis los ríos, los valles,
la selva es nuestro origen,
cuidad del agua, es de todos,
coged la bicicleta, veréis brotar
el alto árbol que nos hace respirar.

DISCURSO DEL POETA INGENUO

Ustedes, los padres de una patria de derrotados,
los padres de una patria de humillados por otras patrias,
ustedes, los desentendidos, ustedes, los ciegos,
ustedes que sabéis a qué precio está la coima,
ustedes que sabéis el precio de la zozobra a un pueblo,
ustedes, los que están de mero artificio, de puro adorno,
oropel marchito entre tanta inmundicia,
entre tanto acto sin ejecutarse, entre tanta indiferencia,
¿conocéis el valor del sufrimiento de vuestro pueblo?
¿pertenecéis a esa clase de hombres que luchan?
¿sabéis el rumbo de vuestro eco entre la multitud?
Sois parte de una patria cansada de consignas y balbuceos.
Ustedes, padres de la patria, que viajáis en carro digno,
carro oficial, carro pagado por esos millones de nadies,
¿sabéis que la gente es transportada como ganado?
¿sabéis que esas combis y esos micro-buses
a los que el pueblo acude son una trampa de chatarra?
¿sabéis de vuestro tráfico, de vuestros senderos,
de vuestra circulación vial, de vuestras carreteras descuidadas?
Ustedes, padres de la patria, ¿abrís la ventanilla
cuando un niño os vende un caramelo?
¿conocéis las circunstancias de ese padre que pone
a su hijo a trabajar por un Sol en un semáforo?
Ustedes, padres de la patria, ¿han ido a visitarse
o de emergencias a un hospital del estado?
Seguro ustedes, con sus sueldos generosos, con sus trajes,
sus coches nuevos, sus propiedades en Miraflores,
en San Isidro, lejos de la sombra del chacal,
no veis la realidad de vuestra gente sin oportunidades.
¿Por qué se quieren marchar casi todos de su patria?
¿Comprendéis que la gente tiene miedo a que le roben?
Dicen que el que los habitantes de una nación
tengan unos gobernantes cínicos, interesados, corruptos,
también esos habitantes serán de la misma condición.
Hicieron experimentos y llegaron a esa conclusión.
Padres de la patria, de tal astilla, tal palo.
Padres de la patria, vuestra patria, es un caos.
Yo vengo de un país rico y desarrollado, quizá no tenga
la cualidad moral para criticar a un gobernante
de un país, en el cual, no resido.
Pero tengo la verdad de una persona que ve el día a día,
de una persona que, a resumidas cuentas,
también padece de vuestra ceguera imposible.

[Mientras, los padres de la patria: se encuentran
videando Fausto en el Teatro Peruano Japonés.]


DISCURSO DEL POETA LOCO

Mi mundo no es tu mundo,
mi sol si es tu sol.
Tu estrella es aquella,
mi estrella mi corazón,
me tapo los ojos,
no veo el rastrojo,
mi realidad está fuera,
mi sombrajo es una higuera.

DISCURSO DEL POETA TIERNO

Los niños, las niñas, las madres, las hijas,
los sueños son cielo cercano,
me despierto y se van en el aire,
te doy un beso en la frente,
te doy otro en la mejilla,
encuentro frecuente
ponerme ante ti de rodillas.
Me pongo un sombrero,
me echo a llorar, me creo vocero
y al mundo voy a salvar.
Una flor es una caricia
y un lamento es una espina,
me tomo una aspirina
por que me duele esta avaricia.



DISCURSO DEL POETA TONTO

Te cambio este billete
por un montón de mocos verdes,
te cambio mi ser feliz
por la alegría de tu país.

DISCURSO DEL POETA NIÑO

Juan Ramón Jiménez con jota
dijo un día el calvorota,
el poeta es un niño,
yo designo al más lampiño,
debe ser ese su lío,
¿por qué llamarse Pío?
lo hace casi pajarillo
y lleva un grillo en el bolsillo,
los países son idiotas
y los que los mandan toca-pelotas,
coged el aire con vuestras manos,
tienen la culpa los americanos.


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POEMA DE SILVIA AURORA MANRÍQUEZ MURUA

Allá en el cielo,

en ese inmenso azul,

donde duerme el sol de día

y las estrellas brillan de noche,

para los enamorados viene la calma,

del día claro,

donde vuelan las gaviotas

y se desvanecen los sueños

que son espuma,

incluyendo las pesadillas,

donde apareces tú

allá tan lejos

en el horizonte

donde se pierden los barcos

de las ilusiones que van y vienen

en la alegría del regreso

unida al cielo y al mar

en viajes y despedidas

donde no soy cocinera ni responsable

de nada

sólo la mujer que escribe versos

entre las nubes y el horizonte.
No creo en San Valentín…

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MI PRIMO Y YO


Tenía la edad del limonero de la casa, y me relamía los dedos con pensamientos que acababan descomponiéndome, pues me quedaba con los ojos muy abiertos, hasta altas horas de la noche, sin oír siquiera el violín del grillo que vagaba por la habitación. O el chistido del búho. Entonces, mi abuela me acercaba un vaso de leche, diciéndome: “Ya otra vez estás en trance. Mañanita terminarás loca. Estás de cabra. Tal cual. De cabra. No se debe pensar en eso a tu edad”. Me hallaba enamorada. Mi corazón era un árbol dentro de una casona, un árbol cuyas ramas crecían rompiendo tejas y aleros para terminar por crucificar sus nervios en el pararrayos. Sus frutas eran el mismo incendio pues las cortinas desaparecían, bajo el fuego, hasta que sólo quedaba una ventana desde la que observaba, melancólica, un horizonte, una línea crepuscular de pájaros negros en huida. Me gustaba hablar conmigo misma en un lenguaje que era la mismísima niebla. O el nubarrón del que salían las tijeretas bulliciosas. Pensaba en mi primo como se piensa en la llovizna, en las hojas llevadas por los pasos apresurados de la gente, en el viento de la lluvia arrastrando una carta desconocida, en la oscuridad de la habitación presa de su clausura donde parpadeaba la luz fosfórica de una repentina presencia. Ya no recuerdo casi las facciones de M. A. Sé que era inteligente. Sabía trigonometría, botánica, física y hasta masonería; era el mejor alumno del colegio, solía entrar en crisis nerviosas y me adoraba. Jugábamos a los indios. Venía a liberarme de la indiada, que era rebelde; los primos, entonces, amenazaban con dejarme devorar por las hormigas rojas que iban y venían en un tránsito alocado por el jacarandá. Abrazarme fuertemente, llamarme reina cautiva, volverme a atar con la piola, formaban parte de las escenas cinematográficas. El juego tenía un guión de muerte, traición y despedidas. Éramos niños, la sangre nos quemaba las venas; amaba sus ojos negros animados por la chispa genuina de la genialidad. Solía fijarse en los limones de mi pecho, pero no se atrevía a morderme, a bajar su cara sobre mi cara. No era que no queríamos besarnos por miedo a que nos viera la abuela. Sentíamos el temor real a nuestra carne, pues nos atreveríamos a todo, después, si empezábamos por las bocas. Nos alegraba tomarnos de las manos. Y abrazarnos hasta que la inocencia estallara. Mi primo desarreglaba mis cabellos; sentía bronca contra mi pelo lacio. Se suponía que debía enojarme, por lo menos falsamente. Pero me quedaba fea, quieta ante sus ojos, con los cabellos desarreglados y el corazón pisando el vestido y la enagua de mi entendimiento. Yo era una india de una película del Lejano Oeste, sublevada y herida por el amor de un hombre blanco, que en breve tiempo retornaría a la civilización. A la noche, tumbada sobre el lecho, pensaba una, dos, siete veces, en él. Diera cuanto diera porque me besara. Imaginaba que iba a la colina, y que lo llamaba, al caer la tarde, y que él aparecía saliendo de mí misma, de mis alucinaciones, plantándose ante mi figura. Haríamos el amor bajo la luna escarlata, enorme y cruzada por una gritona ave nocturna, sobre el pasto apenas mojado. No iríamos en sangre. Pienso en mi amor infantil y el alma se me llena de hojas amarillas y quebradizas. Entonces era pequeña y me juraba a mí misma que me casaría con M. A. Me miro en el espejo: muchos espíritus tristes y alientos que exhalan el frío de los huesos sepultados se arriman a la luna del ropero. Hay un llanto, un murmullo de muertos en la habitación. Y un olor a jazmines viejos y pasados por agua servida. Afuera, un perro ladra a otro. El macho corteja a la hembra. Las moscas vuelan en torno al cadáver de un gorrión sobre la vereda mugrienta. Un niño observa la escena y arroja una piedra contra las bestias. El espejo me devuelve la imagen de una mujer que todavía sueña que es niña, y que aguarda la llegada, de un momento a otro, de su primo. Podría jurar que el amor de la infancia es el más fuerte de todos los amores.


Por Delfina Acosta


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SELECCIÓN DE POEMAS
POR BRUNO JORDÁN


PALABRAS PARA JOSÉ AGUSTÍN


No se conocen las circunstancias de su muerte porque estaba solo
en su casa
en aquel momento,
aunque, según sus allegados,
lo encontraban últimamente muy deprimido.
En todo caso, lo cierto y verdad -lo dice la prensa- es que
sobre las cuatro de la tarde, desde la ventana de su domicilio, se precipitó.

***

Otra puerta que se cierra

LIQUIDACIÓN DE EXISTENCIAS




No se trata,
a fin de cuentas,
de averiguar
quien puso más

sino de notar,
ahora
tan solo,
lo que deja,
lo que queda
de cada cual.






Insisto, ya ves, en repetir el poema. Cuando hablamos ayer a mediodía lo hicimos, si no estoy equivocado, diciendo yo que prefiero que no haya más contenidos afectivos en nuestras comunicaciones y que, si así lo deseabas, podíamos vernos esa misma tarde o algún otro día para poder hablar entre nosotros y de nosotros. Este poema, leído despacio y atentamente, ya habla de eso, de liquidar cosas que existen, de cómo hacer balance final, de ver la manera de no seguir, también ahora, compitiendo por todo, de encarar lo que dejamos atrás y cómo quedamos nosotros mismos de forma que nos ayude –o, al menos, no nos obstaculice demasiado- lo que nos falte por vivir. No lo conseguí anoche. Obtuve lo contrario. No lo intentaré más.

Otra puerta que se cierra.
***

No siempre los pájaros cantan
no siempre es primavera
ni las nubes tienen ganas de levantarse.

En ocasiones
se navega por charcos de estrellas
y las palomas atraviesan el tiempo
porque están en una jaula libre.

En ocasiones
el amor ensancha mis cadenas.
***
New Age Haiku

Cuando niño
me debatía perpetuamente
entre llegar a ser bombero
o pirómano, que también tiene su aquel.

Ahora
estoy aprendiendo japonés.
***

LOS BESOS
cotizan a la baja.

Los míos,
tomando como referencia
índices tan incontrovertibles
como el NASDAQ,
los resultados
del Protocolo de la Cumbre del Talayón,
y de la puesta en marcha
de las indicaciones
del I+D+HYZ4
(véase nota
a pie de página)

...están sufriendo
pérdidas incalculables.
***

GRAVEDAD


A veces me veo desde tan alto
que cuando me despeño
me sorprende comprobar
que no me he hecho tanto daño.
***
CREENCIAS


Creemos que amamos.

A veces
con venenoso
amor venenoso.

Creemos que amamos

a veces.
***

AUSENCIA


Estuvieron bellas
las flores
sin ti y sin mí.

Fueron ellas,
claro,
las que no nos necesitaron.


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UNA CANCIÓN MALDITA
Y OTRA CANCIÓN HAMBRIENTA
Por Cecilio Olivero Muñoz

MISERIA Y MUGRE

Andaré sobre cristales, andaré,
andaré la oscura sombra,
seré fiel a tu persona, yo seré,
aunque sepa que me sobras.
Quise hurgar en tu miseria,
quise soñar con tu mugre,
quise curarte de tu histeria,
pronto caerás de tu nube,
quise hacerte mi princesa,
rogué que tocaras cumbre,
con maldad a veces se reza,
por ti abriría grutas de azufre,
diablo de este rompecabezas,
rezaría por si quizá tú sufres,
rezar aunque quemen mis venas,
¿es mi sufrimiento tu disfrute?
es tu goce toda entera mi pena,
es ese llanto donde te luces,
espesa brea mi noche de espera,
mi alrededor es absurdo y cutre,
al diablo también se le reza,
este sentimiento solo se pudre,
quien anda solo, solo se encuentra,
se seca el agua, se amarga lo dulce.
Iba de la cocina a la sala,
y de la sala al desastre,
por tu amor me falta un ala,
por tu amor me faltó el aire.
Miseria y mugre es la vida,
azar y suerte es el juego,
me dejaste tan tieso querida,
que de tu gris arco-iris reniego,
que de tu pasión fui mártir,
tú supiste hacerme fuego,
de aquella manera tan fácil
me hiciste el corazón negro
y te salió la partida gratis,
te salió gratis el sepelio,
te salió gratis la ronda,
te salió barato mi infierno.
Amor entre tu miseria,
desamor entre tu mugre,
vas de santa y leguleya,
en mi llanto seco das lustre,
hembra sutil de verbena,
disfrutas entre trago y bitute,
vas con soberbia, guachafera,
y de desprecios me cubres.
No quiero ver fría mirada,
no quiero ver más sollozo,
mejor tenerte olvidada
que convertirme en tu estorbo.
Verás cómo todo se paga,
verás cómo me lo cobro,
comprenderás que se ama
lo que es digno para tus ojos,
yo contigo fui a la cama
cuando debí saber estar solo,
solo en llanto y en pijama,
solo por que debo ser yo solo,
solo y al cuidado una dama
que sabe por qué fui yo el loco.



TENGO HAMBRE, MUCHA HAMBRE

Necesito del bendito sabor de la vida,
necesito probar de tu buena sazón,
degustar siempre de tu sazonada comida
es labor que no olvida nunca el corazón.
Degustar tu lúcuma desconocida,
saciarme la virtud con tu chanfainita,
eres potaje de judía y patata cocida,
pucherito bravo que mi chu-chú imita,
eres lomo suave, solomillo a la manida,
ágape de golosina y bolsa de palomitas,
pan con pamplina, chupe de camarón,
mermelada, queso tierno, tacos, vainitas,
flan, tocino de cielo, mejillones al vapor,
arroz chaufa, pollo frito y unas lentejitas
con su chorizo en plena ebullición,
salpicón, gazpacho, morteruelo, parigüelita,
sopa con tropezón, frijoles en su esplendor,
bendito bistec con sus patatas fritas,
conejo al ajillo, conejo con arroz,
sabor del tomate con su lengua exquisita,
con un cocido andaluz al punto y hervor,
anticuchos y finas hierbas en tus pechuguitas,
unos picarones, unos caracoles, y requesón,
redondo alfajor con miel de frutas variaditas,
besos de moza, pollo a la piña, a todo piñón,
deliciosa tu paella con sus palabritas,
tu pepián, tu rocoto, tu lasaña, y tu amor,
tu mondongo italiano, y tu carapulcrita,
tu pollo a la brasa, tu yogurt y tu picantón,
tu dulce algarrobina, tus calamares en su tinta,
perejil, cilantro, romero, tomillo, pimentón,
empanada, sándwich, empanadilla,
cebiche de conchas negras, jamón con melón,
almendras garrapiñadas y peladillas,
salitre en tu colacao, en la leche, en tu fogón,
cebolla, mozarella, carne y mucha miga,
y a veces y otras veces, un milagro de peces,
merluza, boquerones, pescadilla,
mero, perca, perico, y chanquete,
milanesa, salchicha, (hot-dog), ensaladilla,
turrón norteño, sabor de Jijona, sorbete,
trucha, cangrejo, papa-seca, granadilla,
capuchino, café solo, irlandés y moliente,
carne mechada, ternera en salsa, papa amarilla.
la escudella, el estofado, coca de aceite,
a la guanábana, a la palta, a la mantequilla,
pecado de cardenal, de chocolate con leche,
pecado de bacanal, pecado a la vainilla,
alucine en el paladar, remedio indecente,
ensaimada, sobrasada, croissant, canelillas,
potaje de almejas, piñonate, aguardiente,
coñac, anisete, nueces con nata, natillas,
pestiños, mistela, güisqui, miel silvestre,
crema catalana, magdalenas, quesadillas,
pistacho, mortadela, espagueti, queque,
altramuces, anchoas, olivas y pizza al dente;
de jamón york, de atún, de patatas mis tortillas,
qué buen sabor tiene lo que tan bien huele.


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EL LÍMITE


Siempre que iba a la farmacia para comprar apósitos, aspirinas, violeta de genciana y aquellas medicinas menores con las que mantenía surtido mi botiquín, me solía hacer acompañar por Ogro; era dueño de un olfato mayúsculo. Aquel día que comenzó a las nueve de la mañana, el tránsito estaba endemoniado. Lo noté al sacar la cara. Ante aquella impaciencia de los autos por llevarse adelante los segundos que faltaban antes de que la luz de los semáforos cambiara de amarillo a rojo, decidí no llevar al animal. No fuera que tuviera que llorar su muerte, no fuera que el tiempo me transformara en una de esas mujeres de pelo mal teñido y peor peinado con la memoria de su perro en cualquier suspenso de una charla de señoras: “Ay, él sabía la hora en que los niños del colegio comunal se desbandaban en la calle, porque sacudía el portón de hierro con las patas y en vez de ladrar hacía una suerte de bocina con su boca. ¿Arte? Tal vez simple comedia. No lo sé.” O: “Adivinaba el menú, carne roja a la parrilla o una presa de paleta de marrano, en mis ganas y en movimientos. Ningún marido se hubiera alegrado tanto como él, que empezaba a mover la cola; derecha, izquierda, derecha, izquierda, ah.... picarón...”El farmacéutico, un hombre de ojeras profundas y permanente olor a alcanfor, hablaba por teléfono cuando llegué a su negocio poblado por vitrinas. - ¿Aún no se lo encontró? Cierto es que la gente desaparece y aparece después de tres días..., pero... - lo escuché decir. Tenía la preocupación colgada del rostro. Colgó el teléfono y se acercó a mí comentando: “Es el primer caso.” - Pero es seguro que aparecerá - contesté sin saber de qué se trataba el asunto. Usted sabe: la gente de la ciudad es así; uno apenas espera que termine de hablar el otro, para decir ya lo suyo; estamos apremiados por el afán de cerrar el habla a los demás con la primera estupidez que nos pica la cabeza. Y vamos de ¿me entendiste? a ¿qué decís?, de “no comprendo” a “no me estás oyendo” y cuanto más comentamos menos nos escuchamos y, por supuesto, menos nos entendemos; total que nadie escucha a nadie pero eso tampoco nos importa porque ya no podemos obrar de otra manera; el vértigo, una incomprensión animal se ha instalado en nuestras existencias. Ya no somos ciudad. Cuando regresaba para la casa, vi un grupo de seis hombres; conversaban nerviosamente frente a un bar pintado con un color azul marino. Tres fumaban y los tres restantes no hacían caso del humo de los cigarrillos que sacaban lágrimas de sus ojos. Me acerqué a los hombres haciendo como que intentaba ponerme a resguardo del viento sur. -No, señores. Cándido ya debería haber regresado. Son más de las diez de la mañana - dijo el hombre de cuello largo, camisa arrugada y un sombrero panameño que le echaba una condición nocturna sobre el rostro. Se notaba el trato especial que ponía en sus palabras; aquella gente angustiada por la tardanza de Cándido buscaba el favor de la inteligencia para resolver el caso.Yo sé de individuos que desaparecieron y volvieron a aparecer. Me estoy refiriendo a personas que dejaron el aseo de su casa, el plato de escarolas, de apios y de plantas oleaginosas, y la esposa de rostro sonrosado y de buenos modales, para ir tras las pisadas de aquellas mujeres fáciles de la brumosa zona portuaria; cuando ellas se sacaban la ropa frente al espejo de luna del ropero, era como si se desprendieran de todas sus alas de aves, hasta que sólo quedaba de sus figuras el pico largo y rojizo; picoteaban durante horas, días, semanas y meses el cuerpo purpurino de sus amantes, de aquellos maridos ajenos entonces perdidos. Demonios. Esas mujeres se alimentaban de sus bocas mientras hacían el amor. Y bueno..., cuando el vientre les crecía y sus senos se agrandaban goteando leche, se convertían en pájaros de torpe andar; caminaban pesadamente por la habitación, y su voz huraña sonaba, al caer la última claridad del crepúsculo, como graznidos de cuervos. Los hombres, desesperados, horrorizados ante aquella situación que les causaba lástima y repulsión al mismo tiempo, retornaban tristes y desilusionados a sus casas. A sus esposas. El grupo seguía charlando. Mencionaron varias veces la palabra límite. Aquí debo hacer un aclaración en relación al límite: Hay una casa abandonada, pintada con color sepia, a donde vienen, cuando la lluvia es grande, buscando sitio para que sus fósforos no se apaguen, los mendigos. A diez metros de ella, aún se animan algunos niños a intentar una rayuela, una cola de cerdo, y algún juego propio de la perversidad de los pequeños. Una niña albina suele marcar con tiza la figura del sol en el empedrado, que la lluvia pronto borra, hasta que ella vuelve a despejarlo usando crayolas de siete colores para pintar el arco iris. Ahí termina la ciudad. Y empieza el bosque. En fin, los hombres de la ciudad formaron una cuadrilla.- No queda más remedio que ir a buscarlo - dijo uno, que parecía hincar con el fuego de su cigarrillo el ánimo de los otros. Y ellos se internaron en el sitio poblado de existencias ajenas. El viento cambió de dirección y un olor a comadrejas, a hojarasca de árboles de las más diversas especies, giró en el aire y dio un chillido de advertencia. Los curiosos de la ciudad se quedaron en el límite, de cara a la oscuridad. Fumaban. Pasaron tres días y tres noches. La cuadrilla regresó cansada. Sólo pudieron encontrar el cuerpo de Cándido convertido en carne corrompida sobre un matorral; en sus cavidades parecían haber hecho nido las aves de carroña; algunas bestezuelas peleaban ferozmente por las vísceras. Eso fue lo que contaron. Pero trajeron, colgado de un grueso alambre, el cuerpo todavía sangrante del lobo feroz abatido por los disparos de las escopetas. Eso sí.

Por Delfina Acosta

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TRES POEMAS VILAMATIANOS
Por Cecilio Olivero Muñoz

EL VIENTO SÓLO HABLA
DEL VIENTO

(soneto)

Si el viento sólo habla del viento,
Y el poeta de hoy de lo que ha sido,
Huye del sesgado tanto por ciento
Y construye como hombre tu nido.

Construye en todo una libertad,
Jamás te sientas saciado en lo vivido,
Busca tu destino en la humanidad,
Recalca como yermo lo sufrido.

Escápate de tus ganas hasta lograr
Que siempre has sido tú, tú has sido
El que voló sin su vuelo variar,

El que nunca se sintió arrepentido
De todo acto en el que al actuar
No brotas ni encadenado ni sometido.

En todo acto en el que más que pensar
Se somete el vulgo por ser parecido,
En el liberado acto donde el paladar

Mas que un degustar parece ruido.


Si Hablas Alto Nunca Digas Yo

(soneto)

Si Hablas Alto Nunca Digas Yo,
Si otorgas hazlo para los demás,
Si callas hazlo con intensa voz,
Si vives hazlo con intensidad.

Si gustas de bohemia gusta de sol,
Si das mucha guerra da también paz,
No juzgues a aquel que bebe alcohol,
No concluyas dando puñados de sal.

No te asocies a la batalla del No,
No preguntes si vienen o si van,
No huyas y si huyes sé siempre dos,

Si mienten ellos di tú la verdad,
Si quieres ser Tú deshazte del rol,
No te rías nunca de ningún mal,

No pidas jamás por inercia perdón,
No des nunca en la vida un paso atrás,
No seas nunca amigo del ajeno dolor,

Si eres Tú mismo tendrás Libertad,
No seas vulgar ni tampoco atroz,
Si ríes de algo hazlo de la maldad.

No seas inoportuno con guiño y farol,
No digas jamás, nunca nadie jamás.


UNA VENTANA ILUMINADA
A LAS CUATRO DE LA MADRUGADA

Son las cuatro de la madrugada y tengo la luz
encendida, seguramente desde fuera, desde la calle,
mi ventana se vea iluminada y quizá alguien se pregunte
que qué hace una ventana encendida a las cuatro de la madrugada
y quizá, como en el artículo de Vila-Matas, se pregunte alguien
que qué historia habrá tras la luz encendida de esa ventana.
[La de historias que hay en ellas, historias de ladrones
antiguos con linternas o de moribundos que dictan
su último testamento ante temblorosos familiares, historias
de madres que se inclinan atormentadas de sueño sobre una cuna
o de parejas que hacen el amor o de amigos que charlan
interminablemente sobre el misterio del mundo,

historias de soñadores que tienen insomnio o de insomnes que piensan
que nada envejece tanto como la felicidad.
Ventana iluminada del vecino a las cuatro
de la madrugada…(…)…] Mi ventana está encendida,
y la historia que hay detrás de mi ventana iluminada
a las cuatro de la madrugada es una historia que respira,
una historia de soledades y de parejas separadas,
parejas en la que uno está despierto y el otro duerme,
seres que andan lejos de ellos mismos, y al mismo tiempo cerca.
Esa ventana iluminada a las cuatro de la madrugada
tiene una historia sencilla y al mismo tiempo difícil de contar,
es la historia de dos vidas que viven su tragedia,
la tragedia de la vida infeliz, la tragedia de los sies y los noes,
la tragedia de los sueños que se dan la espalda,
la tragedia de dos seres que están destinados a quererse,
aunque también a odiarse, tragedia peculiar donde las haya.
***
Dos destinos se unen solos, solos a veces
y duele a veces la eterna compañía,
se olvida todo, se olvidan los peces,
se olvida que un día la cama estuvo fría.

Dos destinos que se quieren a veces,
dos destinos con su canción en plena huída,
dos destinos encerrados en sus treces,
[dos destinos], cariño llaman a su cáscara vacía.

A ella le gusta el cuché y la mojigatería,
él gusta de mitomanías y otras memeces,
le gustan las músicas y las poesías,

Ella a esas cosas las ve ridiculeces,
no soporta sus libros y sus tonterías,
no soporta sus chistes, manías e idioteces,

A él le gusta escribir, gusta de filosofía,
odia a todo aquello a lo que tú perteneces,
vive, come de noche, duerme en el día,

Odia lo que presumes, por lo que padeces,
odia, tanto odia y no odia nada todavía,
odia más, odia ella, odia si te amaneces,

odia tu mini-bar, odia tu tabaquería,
odia y a la hora de odiarte no le apeteces.


Entre corchetes fragmento de un artículo
de Enrique Vila-Matas llamado “Ventanas Iluminadas” escrito en Septiembre del año 2.000.


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CINCO POEMAS SOBRE LA CALAMIDAD
DE ESTE VIEJO MUNDO
Por Cecilio Olivero Muñoz

NO ES POBREZA
ES NECESIDAD

Mira en Sáenz-Peña, un dios indefenso bosteza,
Mira en el Callao, ya que todo es nada, la pura necesidad.
La gente anda las calles,
vestidas con la dejadez y la inoportunidad.
Míralas paseando su interés,
como los perros que pretenden de algo.
Una multitud ensaya su derrota,
otra vez la envidia transporta a su otra aurora.
Descansa en el descansillo,
allí montó su tienda de comestibles.
Adolescentes que madrean su suerte
y patean a la misma lata, tan cansada de ser vacío.
La suerte se esconde roída
por los chiquillos que la llaman ilusión.
Sentados en un muro, molesta realidad,
portea en una moto-carro su supervivencia.
América es ahora un parto de cesárea,
una casualidad que aburre, un desprecio suspirado,
es las ojeras del laberinto,
es la esclava preferida que exhausta vomita.
Es el altar leguleyo
en el que el pueblo crea su propia religión.
Asumen su vida día a día,
y a veces el azar corre en la acera de enfrente.
Un día la honestidad llamó a tu casa,
tú dijiste que serías como tu padre,
ya que él vivió con hogar y con barriga,
tú tuviste todo eso pero no tuviste dignidad.


ROBARME AL DESCUIDO

Mi mujer me trajo por la noche la cena,
pero como me quedé dormido
la dejó colgada en un altillo lejos
del peligro de insectos y otros animalitos.
Cuando desperté ahí estaba la comida colgada,
toda entera, sin indicios ni rastros de desgracia alguna.
Decidí comerme los bocadillos al medio día,
para la hora de almorzar, eran unos bocadillos
de pan de Viena y paté fabuloso, bocadillos
que mi mujer me había preparado la noche anterior.
Me duché y después del remojo, como es normal,
me brotó un hambre, la cual, guardaba una sorpresa.
Por la pared subía una caravana de hormigas.
Subían éstas con destino a mis bocadillos.
Había un hilo de hormigas enanas,
hormigas rojizas y extremadamente trabajadoras,
hormigas que ya estaban en el interior de la bolsa
donde mi mujer había depositado los bocadillos.
Ya habían invadido todo el interior de la bolsa,
incluso bajaba alguna ya cargada con alguna miga de pan,
pan de Viena, untado con paté, un paté fabuloso.
Esas hormigas habían traicionado a mi confianza,
o quizá yo había subestimado su tesón,
y esas trabajadoras natas no tuvieron compasión.
Tuve que tirar la comida (bocadillos de paté fabuloso).
Estas malditas hormigas me tenían arrinconado,
me tenían asediado, era impresionante comprender
que unos seres tan diminutos y tan gregarios,
me tuviesen totalmente acorralado,
por que anteriormente, muy anteriormente,
ya tuve que huir de ellas al dejar mi vaso de refresco
a su alcance; mi confianza había sido traicionada,
comprendiendo ya, que son golosas
y les encantaba el azúcar, en mi pequeña habitación
estaba en plena huída permanente,
debido al asedio tenaz y sin tregua
que estas malditas me causaban.
Llegué a dar con dos clases de hormigas,
Unas negras medianas y otras rojizas más pequeñas.
Ponía cualquier cosa comestible en cualquier sitio,
sitios inimaginables, y allí aparecía su temible ejército
y sus escuadras invasoras. Huía de ellas.
Debo de decir que hasta me obsesioné.
Pues me tenían dominado. Me picaba todo el cuerpo.
Las veía por todas partes. Limpié mi lugar de trabajo.
Entonces me cegué de ira. Con el encendedor
las asesinaba de forma casi psicópata.
Con extrema premeditación, con preocupante inquina,
y con mayúscula alevosía, y digo mayúscula con sinceridad.
Me acordaba de las hormigas que Luis Buñuel
mandó traer para su film “El perro andaluz”.
Me acordé también de Kafka, de Antonio Machado
y su poema dedicado a las moscas, me acordé
de la Hormiga Atómica, de la Abeja Maya,
y su séptima generación de abejitas colosales,
me acordé de Hitler, del holocausto,
de Charles Manson y hasta de Puerto Hurraco.
Llegué a asesinar a todo tipo de insecto,
bichejo con alas o sin alas, me era indiferente,
las achicharraba con el mismo tesón con las que ellas
se apropiaban de lo ajeno, de lo mío, o de lo no tan mío.
Hormigas asquerosas, hormigas repugnantes.
Hormigas que robaban al descuido y sin pedir permiso alguno.
El reino animal carece de educación, ¡¡¡carajo!!!


HOLOCAUSTO DE HORMIGAS

Hormigas repugnantes,
¿qué hacéis recorriéndome?
Buscáis vuestro sustento
para el invierno,
buscáis vuestra miga de pan
en los rincones de mi asedio.
Subís por mi cuerpo dormido,
intentáis encontrar
vuestro alimento del mañana.
Acumuláis basura
en vuestra grutita opulente.
Hacéis caminos en vuestra
cadena de agonías gregarias.
Os quemo con mi mechero,
y me vengo de vuestra codicia,
de vuestra mezquindad,
de vuestro oportunismo,
huís despavoridas,
os lo tenéis merecido,
después de escribir este poema
mearé sobre vuestra derrota,
así aprenderéis a no ser hormigas
y a no ser lo que todos quieren ser.
Capitalistas mezquinas
desentendidas de la cigarra,
la cigarra es una artista.
Preferís la miga a la hebra de tabaco.
Yo os enseñaré el camino a seguir.
Me vengaré de vuestra agonía
dándoos una última agonía.


SOBRE EL SUICIDIO

Un lunes quiso quitarse la vida
con una sobredosis de barbitúricos,
fracasó,
y un martes encontró al amor de su vida.


HOMBRE DEL NORTE
Vs.
HOMBRE DEL SUR
(Mujer A y Mujer B)

Ese día a Oscar le diagnosticaron una enfermedad, la enfermedad era alto nivel de colesterol, ese mismo día llamó a su mujer,
le pidió que fuera al súper a comprarle unos botes de Danacol para apaliar el colesterol, le recetaron unas pastillas, las compró por la tarde, estaba preocupado.

Ese día a Fory le diagnosticaron una enfermedad, la enfermedad era diarrea y desnutrición, ese mismo día fue en busca de su mujer, le pidió que hiciera como todos los días, que con el pollo hiciera caldo, los niños comerían pollo, ellos tomarían el caldo,
estaba preocupado, aunque no por él, sino por lo de siempre.

La mujer A tenía depresión, estrés, colesterol, obesidad mórbida y estaba muy preocupada por un vestido que le malograron en la tintorería.

La mujer B tenía desnutrición, anemia, sufría de mareos, desmayos y cansancio, y estaba preocupada por que no sabía cómo hacer para darle de comer a su hija ese día.

Las cuatro son personas del mismo planeta.

(continuará)


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