viernes, 4 de septiembre de 2009

35º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



35º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXXXV 04-09-2009


EDITORIAL XXXV
Pablo Antoñana


El pasado 14 de Agosto moría el escritor navarro Pablo Antoñana. La literatura posee un sinfín de autores que, sin haber logrado el renombre de la primera fila, conceden a sus lectores la posibilidad de una obra sublime, el trabajo de un artesano que con palabras y frases va componiendo sus relatos, sus poemas, y que al final es lo que vale. Quizá también, en el otro lado, la buena labor del lector interesado, en el buen sentido del adjetivo, el de un lector que sabe que la buena literatura también se halla entre libros poco o nada citados y acumulados en las estanterías de bibliotecas y librerías, es la de buscar esos libros, a esos autores, que son joyas, sin importar que salgan en los hits-parades de las mejores obras publicadas o en la de los mejores escritores proclamados por los medios de comunicación, por las editoriales o por las empresas de marketing y publicidad. Un lector atento ha de tener la suficiente paciencia como para escarbar entre tanto libro publicado -publicitado- y además de poder atender, por qué no, a los cantos de sirena de algunos libros ungidos de popularidad, debe saber que hay todo un mar de obras que merecen su atención, sin importar que lugar ocupan en la lista de ventas, y cuyo descubrimiento producirá sin duda una enorme satisfacción.

Sin duda quien se acerque a Pablo Antoñana, que además de escritor ha publicado numerosas colaboraciones principalmente en la prensa vasconavarra, no se sentirá defraudado. Autor de relatos cortos, de novelas como «La cuerda rota», «No estamos solos» o «El tiempo no está con nosotros», entre otras, y de crónicas, su labor era la de ese artesano antes mencionado que componía una obra sensible a la realidad, que mostraba su atención por lo más cercano como parte de ese puzzle que es el mundo. Conocedor del carlismo, tan importante en Navarra, y miembro de la Sociedad de Estudios Vascos, Eusko Ikaskuntza, era también un hombre crítico y preocupado por la vida humana tanto en su faceta individual como colectiva. Sus obras así lo reflejan y sus crónicas y artículos son buena muestra de su aproximación, siempre crítica y rabiosa, en el sentido de los antiguos «enragés», que procuraban verlo todo desde su raíz, y que reaccionan ante una realidad a menudo poco gratificante.

Somos conscientes de que un obituario no es el mejor modo, quizá tampoco el mejor momento, de hablar de un escritor, entre otros motivos porque uno tiene que hablar siempre bien del homenajeado y porque se cae siempre en tópicos y en temas recurrentes que suenan a falso. Pero al mismo tiempo necesitamos invitar a aquellos amantes de las letras a que conozcan a un autor, en este caso a este escritor de Viana que sin duda les proporcionará no poca satisfacción.

Invitamos por ello a que busquen sus libros, a que descubran a este escritor si no lo conocen y se metan en el mundo de Pablo Antoñana, que se dejen conducir y seducir por las tierras de ese mítico Yoar que les dejará sin duda un buen sabor de boca.

UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA

LO TENGO CASI TODO


Me voy a mi casa
Allí tengo mi güisqui
Tengo mis naipes
Tengo mi tabaco
Tengo mi cama
Tengo mi ordenador
Y tengo la calma.
Me voy a mi casa
Óyelo bien
Me voy a mi casa
Allí tengo mi radio
Tengo mi mini-bar
Tengo mis discos
Tengo mi nevera
Tengo mi pechuga braseada
Y tengo mi sueño.
Me voy a mi casa
Te lo repito (Por si no lo has oído)
Me voy a mi casa
Allí tengo mi almohada
Tengo mi televisor de catorce pulgadas
Tengo mi váter
Tengo mis libros
Tengo mi guaco inca
Y tengo mi corazón.
Me voy a mi casa
Ya lo sabes (Allí lo tengo todo)



TENER, NO TENGO CASI NADA

En mi casa tengo:
Una mujer sonriente
Un deseo que escapa
Una muerte que entristece
Un dolor a media noche
Y no tengo nada de nada.
Interprétalo como quieras.
En mi casa tengo:
Un garrote y un fantasma
Un ruego en la disputa
Un grito insultante
La fiebre del martes
Y ¿Tengo la felicidad?
Quizá, ¿tú me puedas contestar?
En mi casa tengo:
Un balcón abierto
Un suspiro amargo
Un tiritar de cascabeles
Un rezo de sobremesa
Y poca es mi salud.
¿Se tiene algo en la vida?
En mi casa tengo:
Mil ilusiones alegres
Doce roces que se hielan
Veintiséis lapiceros despuntados
Una noche de ensueño
Y un despertar loco.
No se tiene lo que se compra
Se tiene lo que se paga y se sufre.


Por Cecilio Olivero Muñoz




Adrenalina


De nuevo se montó un buen barullo. Habían colocado un par de coches cruzados en medio de la calzada junto a algunos objetos dispersos y el grupo de jóvenes -se notaba que eran jóvenes, aun cuando llevasen las caras tapadas con pañuelos y pasamontañas, pero se movían con ímpetu- esperaba a un lado de la barricada a que los policías, al otro lado, en medio de la plaza y al inicio de la misma calle, armados con sus escopetas de balas de goma y uniformados con un marcado y desafiante estilo pseudogaláctico, no parecían humanos, se decidieran a cargar. Yo esperaba justo en medio, replegado en un portal frente a los coches, bajo las miradas que denotaban a todas luces no pocas sospechas del grupo de jóvenes, qué hace ese tipo hay parado, se preguntarían sin duda en algún momento, y, al otro lado, las miradas de recelo de los policías que pensarían sin duda que yo debía de ser algún tipo de informante o capo de los manifestantes, el que ordenase los pasos a seguir, el momento en que las piedras debieran lanzarse con fuerza, el que guardase quizá los cócteles molotov o vete tú a saber qué. Mi presencia allí, por el contrario, resultaba a todas luces mucho más sencilla, nada política ni estratégica: vivía justo en la plaza ocupada por los policías. Cómo llegar a casa, me pregunté, si los policías formaban una barrera y en cualquier momento se lanzarían a la carrera, porra en ristre y a balazos, contra todo bicho viviente que se moviera en aquella calle, además a todas luces no dejaban pasar a nadie, por tanto lo prudente era esperar en un rincón seguro a que pasara el tiempo y se reestableciese el orden, la calma o lo que sea eso que existe en ausencia de conflictos evidentes, esto es, los jóvenes se cansaran de esperar después de haber lanzado gritos, proclamas e insultos contra los guardianes de la ley o éstos recibieran la orden de marchar o de cargar, dando fin a la tensión mediante la dispersión de una de las partes.
No obstante, hallarme atrapado entre dos fuegos no era algo que me desagradara del todo. La verdad es que nunca había temido situaciones de ese tipo, había vivido en ciudades muy conflictivas en épocas poco pacíficas y había formado parte en su momento de piquetes y bandas de sabotaje, así que se me había ido el miedo, aunque a mi edad y por mi dosis acumulada de escepticismo ya no conservaba la más mínima emoción por esos conflictos callejeros. Quizá subiera la adrenalina, recordara mi juventud, sintiera la emoción de la lucha, cierto sentido de la vida que me había guiado años atrás, no muchos, a decir verdad, pero lo cierto es que contemplaba aquellos incidentes como quien ve llover. Por otro lado, los conflictos modernos los veía no sin distancia. Tal vez con esa prevención de quien se hace mayor y sospecha que el mundo no cambia con facilidad. En el fondo, me parece que no entendía ya los conflictos que me rodeaban ni comprendía las reivindicaciones que se proclamaban, en mi época, pensé -y noté un temblor al pensar en términos de mi época, como algo pasado ya, imponiéndoseme una clasificación de la vida y de las personas por edades y no estar yo en la idealizada (en exceso) juventud-, las cosas eran más sencillas o estaban más claras, al menos me lo parecía.
También me empezó a molestar la calma tensa en que todo se mantenía, los jóvenes cuchicheaban entre sí, pegaban saltitos, miraban al otro lado de la barrera que formaban los coches, a veces se oía un insulto, alguna proclama que soltaba sin duda el joven más consciente del sentido de la lucha y que apenas era seguida por los demás, como si a la mayoría les importase bien poco la razón que había motivado aquel choque y se dejaran llevar por el choque en sí, por esa adrenalina que la violencia crea. Ya que no tenía más remedio que quedarme allí a la espera, me gustaría algo más de movimiento, consideré. Comenzaba a aburrirme y con el aburrimiento perdía el interés con lo que me rodeaba, empecé a no fijarme en los detalles -la actitud de los jóvenes, el movimiento de sus ojos que se destacaban por el tapado de sus caras, el lejano cuchicheo de sus voces, que apenas llegaban hasta mí, la actitud disciplinada de inmovilidad de los policías frente a sus oponentes-, a pensar en mis cosas, a todas luces sin importancia, qué iba a hacer a la mañana siguiente, las llamadas que debía realizar, alguna compra pendiente o alguna conversación anodina que, preveía, iba a tener aquel mismo día. En definitiva la vida más cotidiana y que de repente se volvió la más importante, por importantes que fueran los motivos de aquella batalla cuyo final parecía relegado in aeternum.
El tiempo se ha detenido, me dije de pronto y me entró no poca zozobra ante la perspectiva de quedarme allí una, dos o tres horas más, y tal vez lo que debiera hacer era ponerme a andar hacia la plaza, es decir, hacia la hilera de policías, y decirle al agente que me tocase de frente cuando llegase a la esquina que yo vivía allí detrás, detrás de él, se entiende, apuntaría al otro lado, justo enfrente, y el policía seguramente me dejaría pasar y entonces el problema quedaría arreglado, yo seguiría mi camino y dejaría atrás a la alegre muchachada con sus heroicos momentos de enfrentamiento callejero. Pero seguro que en cuando saliese del portal comenzarían de verdad los jaleos y acabaría apaleado por los antidisturbios o recibiese alguna pedrada escapada de alguna mano o lanzada contra mí por la seguridad de su lanzador, aunque seguridad basada en una idea errónea de que yo era un secreta sin ningún sentido de la discreción.
Así que lo mejor era esperar. Me quedé allí, sin saber muy bien si estaba obedeciendo a cierta curiosidad por saber cómo terminaba todo aquello o era la consecuencia debida a un repentino miedo que traslucía con toda su evidencia que el tiempo pasaba por mí y dejaba su huella inequívoca consistente en no poca aprensión por mi propia seguridad, a todas luces dominada por las dudas y el paso de los años.


Juan A. Herrero Díez



LA MENTIRA DEL MUNDO

¡Qué bien sabéis disimular la rabia!
Disimuláis muy bien el resquemor
Disimuláis vuestra gárgara zafia
Enseñar el plumero es vuestro temor.

La pureza la hacéis una gran falacia
Y vuestro odio lo hacéis puro amor,
Vuestra hipocresía es pura suspicacia
Y si os pica el culo bajáis el telón.

Vuestro garrote vil es vil perspicacia
Y vuestro sufrimiento un buen filón
Vuestro oportunismo es sutil eficacia

Y lo usáis como escudo de santurrón.
Vuestra falsa modestia es acrobacia
Y vuestra impertinencia es mi escozor.

Por Cecilio Olivero Muñoz


A MI PALOMA BROMISTA

Ponte a mirar pollas en Internet
Moja tus ganas llenando la andorga
Sabes que tu placer se te otorga
Descorchando botellas de Freixenet.

Llámame marica si se te antoja
Vas tan de lista y otras de tonta…
Sácale al maíz, so zura, la coronta
Hazme reír haciéndote la coja.

Masca gomas del pollo si te chocas
Junta chicles con masca hojas de coca
Ves que mi alma rebota tus pelotas.

Vístete de largo en pleno verano
Ponte manta con calor toledano
Tú vas de larga con la falda corta.

Por Cecilio Olivero Muñoz


AL CUENTO DE NUNCA ACABAR

No me importa si eres de Astorga
O del trozo de Londres (Gibraltar)
O de la Puebla o de Galapagar
O si eres carroña o eres gorga.

Me importa que te amilanes
Por cosas que pongo punto en boca
Aunque mi corazón como la roca
Finge tener complejos de charlatanes.

Te juro y perjuro sin obviedades
Rompiendo luces en dos mitades
A todo ser sencillo dejo maltrecho.

Y por el dolor de mis soledades
Siembro alegrías y no huracanes
Y otra vez complejo de berberecho.


Por Cecilio Olivero Muñoz



A LOS SERES ANODINOS

No seas tu merluzo ni tan boquerón
No seas santo santito o santurrón
No seas manso mansito o mansurrón
No seas chapas chapero o chaperón.

Puedes ser mar y marica o maricón
O sé lo que tu creas que es mejor
Como si osas pintarte de bermejor
Mejor marica-pica que borricón.

Pero no seas de veras tan anodino
Plántale cara a tu cruel destino
Y ve seguro al subir los bordillos.

Algunos se casan con un postizo
Y tú aunque seas tacaño o gastizo
Pasa de la fanfarria de los chiquillos.

Por Cecilio Olivero Muñoz

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