miércoles, 30 de septiembre de 2009

36º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



36º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA

NºXXXVI 30-09-2.009

EDITORIAL XXXVI
La sociedad del espectáculo

Se dirime estos días la cuestión de la sede de los Juegos Olímpicos del 2016, que en España ha despertado un interés inmenso por ser Madrid candidata a albergar los mismos. Los Juegos Olímpicos son la expresión más clara y evidente de un modo de entender en general la actividad social más lúdica, el ocio, la cultura en su expresión más amplia. El deporte ha dejado de ser una actividad personal o social de práctica y goce para devenir un espectáculo y, en definitiva, un negocio en el que participan los grandes grupos especulativos a través de una promoción que va más allá de lo meramente publicitario para convertirse en una pura y dura inversión. Se trata de la sociedad del espectáculo.

Pero no es sólo el deporte el único ámbito en el que se da dicho fenómeno, se extrapola a toda la actividad social, se inmiscuye en el ocio que se ha convertido en las sociedades de capitalismo globalizado en un negocio más. El turismo de masas es otro ejemplo de ello, tal como lo expusimos en el editorial de hace dos meses. También afecta a ámbitos culturales como la literatura. El Hay Festival, que tiene como una de sus sedes la ciudad castellana de Segovia, posee no pocas de las característica que criticamos, la de ser un espectáculo más, aun cuando pueda haber el interés de escuchar a escritores celebrados.

Guy Debord comenzaba su ensayo «La Sociedad del Espectáculo» con la siguiente afirmación: «Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación». De este modo, lo que se convierte en espectáculo, sea el deporte, sea la literatura, sea cualquier otra actividad, deja de ser algo propio para convertirse en algo ajeno, deja de vivirse para contemplarse, dejamos de ser agentes activos de la vida para ser meros espectadores pasivos. Millones de personas en el mundo contemplan y admiran a deportistas sin que ni siquiera se planteen aquellos practicar el deporte por el se les conoce y admira. Los periódicos acogen las declaraciones de los escritores que participan en los grandes festivales literarios, convirtiéndoles a ellos, no a sus obras, en el eje principal de la literatura.

Nos preguntamos si este modelo es inevitable o si existe otras posibilidades de vivir sin ser espectadores pasivos, si realmente no cabe alternativa a esta sociedad del espectáculo y sólo existe un único modelo posible, tal como ocurre con el sistema ferroviario, donde se da prioridad de un modo, nos dicen, inevitable mediante una falaz idealización del progreso a los espectaculares trenes de alta velocidad y se cierran líneas de cercanías. Quizá la crisis generalizada que padecemos sea un buen momento para cuestionar un sinfín de pretendidas evidencias que nos parecen verdades absolutas y que no lo son tanto.

Rafael Cansinos Assens en «La Novela de un Literato» o Antonio Díaz-Cañabete en «Historia de una Tertulia» nos muestran que hay otro modo de vivir la literatura, el arte, lo lúdico, la vida en definitiva, que no es la mera participación como espectadores, sino como protagonistas. Cuando leemos un libro, vemos una película, contemplamos un cuadro, asistimos a un juego, escuchamos música no somos sólo agentes pasivos que recibimos un contenido, formamos parte de una red y participamos en una relación que ha de satisfacernos a todas las partes.

Nos declaramos abiertamente en contra de una sociedad que nos quiere sujetos pasivos. Defendemos en todos los ámbitos de la vida, el político, el lúdico, el cultural, una participación activa del individuo para mayor satisfacción de su existencia individual y social. No nos importa tanto la velocidad del tren, es más, si su alta velocidad nos impide ver el paisaje, preferimos que vaya más lento y que nos permita además bajarnos en estaciones más humildes pero sin duda más interesantes.


CONSEJO PRÁCTICO

¿Qué tal? ¿y sí te olvidas de todo
y floreces de entre las magnolias?
Que los gladiolos se están durmiendo
perdidos entre salitre y el papel empapado.
Y si no te espantas ni te sorprendes
estarás huyendo cautiva de mi asesinato.
Vuela tal abeja… renace pulpa del vino.
No dividas lo uno solo, cuerno de caracol,
no asustes ni al abejorro ni al ruiseñor.
Regresa a tu gozosa y fría pared.
Encuentra aquello que es tuyo.
Desmadeja tu oportunidad.

Por Cecilio Olivero Muñoz


Nadie me espera los domingos


Tengo que tomar una decisión, lo sé, una decisión firme. No puedo seguir así. Pero se me hace cuesta arriba en esta situación decidir nada. No me refiero sólo a las condiciones materiales, a mi salario que apenas me da para mucho, a la pobreza en la que vivo, sino a todo en general, a la vida, a mi cotidianidad, a lo que hago y no hago a lo largo del día, a la falta de expectativas. Siento sobre todo que no puedo contar con muchas posibilidades. Estoy fichado, en la lista negra, deportado a una ciudad hostil, sin recursos, no conozco a nadie y en nadie puedo tampoco confiar. La guerra ha terminado, al menos la guerra manifiesta, pero sigue un enfrentamiento impalpable pero real, una subordinación íntima y violenta que se te mete dentro de ti por todos los poros, hasta en el alma, y que duele como un mazazo. Formo parte de los vencidos, de los vencidos que se han quedado en un territorio adverso en el que el miedo se ha impuesto y se ha generalizado. Sé que podría estar peor, encarcelado, por ejemplo, o en un campo de prisioneros, como muchos de mis antiguos compañeros, pero no tienen nada contra mí, apenas fui un militante de segunda fila, y se han limitado a permitir que me quedara en una ciudad mediana y que trabajara en una fábrica, vigilado y con un sueldo que apenas me da para sobrevivir. Llevo aquí casi un año. No imaginé al principio que pudiera aguantar tanto. He aguantado. Sin duda aguantaré más tiempo. Aunque no estoy seguro de esto. A veces me acuesto desesperado, sólo el cansancio me permite caer profundamente dormido, a la mañana siguiente albergo al despertar algo de esperanza, como si el sueño me reparara mi interior y sacara toda la angustia de unas horas antes, pero cuando anochece vuelvo a desfallecer. Quisiera mantener la cordura, la esperanza. Pero no puedo. Físicamente no puedo. He asumido que soy un derrotado y lo he trasladado a todas las esferas de mi vida, a las más íntimas, a cada ámbito de mi propia realidad. El resultado es que se me cae el mundo encima. He aguantado un año así, día tras día, pero no estoy seguro de que pueda soportar así muchos más días. Contemplo el calendario colgado en la cocina de mi casa. Hoy es domingo. Febrero. Año mil novecientos cuarenta y uno. En Mayo hará un año que estoy en esta ciudad. Recuerdo que hablé con el funcionario de turno. Me miró un instante, hojeó el informe sobre mí. Que sepa, me dijo, que no le consideramos un enemigo, veo que no se le acusa de nada grave, sentí alivio, temía las torturas, el dolor de los golpes, la oscuridad de una mazmorra, la incertidumbre de si viviría o me matarían. El funcionario continuó hablándome, se dirigía a mí de un modo mecánico, frío. Me dejó ir. Una vez al mes he de presentarme en la comisaría. De tanto en tanto dos policías se me presentan en casa, siempre los mismos. No son desagradables, aunque tampoco amables. Hacen su trabajo. Miran lo que hay en casa. Al principio, el primer y el segundo mes, formularon preguntas, registraron los armarios, mis papeles, los libros. Al tercer mes relajaron su control. El cuarto mes no se presentaron. Volvieron el quinto y tardaron en regresar. Realmente no me consideran un peligro ni anidan, creo, un evidente deseo de venganza contra mí. Es un mero trámite su visita, aunque no quieren tampoco dejar cabos sueltos, han de hacernos saber que la victoria es suya y que nosotros, todos, somos los derrotados. Me preguntan si alguien me visita, alguien de fuera, entiendo. Les respondo que no. Tampoco me visita nadie de la ciudad. Apenas mantengo mucho contacto con la gente. Hablo con algunos compañeros de trabajo siempre en la fábrica, alguna conversación banal durante la media hora de descanso, por lo demás no quiero contarles muchas cosas de mi vida, sobre todo del pasado. Nunca los veo fuera del centro industrial. Desde hace cuatro meses frecuento la biblioteca. Saco libros a menudo, siempre me gustó leer, literatura, poesía, la ficción me ayuda además a huir de lo real, a refugiarme, y de tanto en tanto, cuando consigo ahorrar algo de dinero, no muchas veces, los compro en una librería cercana a mi casa. Hablo con la bibliotecaria y con el librero, siempre de libros. No se suele hablar mucho de literatura en estos tiempos, me dice el librero agradecido de mis escasas pero intensas visitas. Noto que se siente a gusto. Igual que la bibliotecaria. Me recibe siempre con una amplia sonrisa y se muestra atenta, resuelta a conversar. Es agradable. Me gusta. En otras circunstancias me hubiera atrevido a ir más allá, a flirtear, a lograr una cita fuera de la gélida biblioteca, pero dadas mis circunstancias prefiero que mis visitas se limiten a mi necesidad de proveerme de libros y a mantener una conversación que me ayude a sobreponer mi soledad. Claro que en ocasiones fantaseo, me imagino viviendo de un modo diferente. Me veo de otro modo, con una mujer, relacionado sin miedo con otras personas. Quizá algún día, no lo sé. De momento sólo pienso en marchar, huir de la ciudad y del país. No estoy tan lejos de la frontera. Si marchara un domingo, no levantaría sospechas. Nadie me espera los domingos, nadie me echaría en falta, dispondría de tiempo para escapar. Es cuestión de tomar la decisión. De tener valor para ello. Sé que no puedo seguir así. Sé que debo decidirme.


Juan A. Herrero Díez

EL ALMA DE TODOS LOS ALELUYAS

Porque debes desconfiar del optimista
hallarás la virtud del que no ve,
los burdeles están repletos de piedad
y en la alegría se esconde tu verdad más negra.
A veces te quieres comer el mundo
y no puedes ni con el primer bocado,
otras quieres conquistarlo
pero, ¿quién conquista a quién?
A veces te levantas sin ánimo
y al caminar resplandece una mañana,
los colores son siete caminos,
la felicidad desemboca en ti.
A veces tú eres sonrisa, orgasmo de oruga,
plateado diente del misterio,
frecuencia de alfileres te invaden
con luz de carne y curiosa intriga.
Otras veces eres barranco ennegrecido,
tristeza y paludismo,
desacato medio ciego,
una rosa obscena, beso gris del desprecio,
recreo lluvioso, tarde redonda,
a veces lo entregas entre lo increíble,
y otras lo hieres entre la esperanza.
Otras lo recibes por sorpresa, sin anunciarlo
y otras lo despides antes de que diga Adiós.
Unas veces quisieras ser agua de pozo
y otras te cincelarías en los ojos
una verdad que levante el viento.
Mientras la playa solitaria
te recuerda toda su razón de piedra
a ese amor de profecía sorda y ceguera finita;
mientras que el desmayo de una aurora
surge de entre los adoquines de esponja;
como cuando la vida con sus torpes alarmas
de fuego y de sangre
finge descarada un siempre-nunca destilado saber
entre aquellos nerviosos suspiros de barro
sin un mañana pero con un rojizo ayer.
Lo que se ignora es un jamás-casi nada
con un siempre-nunca con ojos de niño
y ser dos es el antídoto más asombroso
para tanto veneno tan sutilmente compartido.


Por Cecilio Olivero Muñoz



ORIGINAL ESPEJO DE MIXTURA

Intrínsecos reflejos forjadores de la esencia
de la cubanía, de su ambarino perfume,
primigenios trazos de caudalosas vertientes
que han ido colmando de bellas metáforas
magníficos espejos de paciencia y grandeza,
desde aquel original e histórico entonces
hermoso natalicio de las letras por Silvestre
se inició la indeleble fascinación mágica
que ha ido enriqueciendo de fructíferas raíces
la tierra más fermosa de sabrosa mixtura
esencial germen de la nobleza de Cuba,
de cuatrocientos años de memorables voces.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler

AMADO STORNI (Jaime Fernández)


AUN ESPERO TU LLAMADA


QUISE enviarte un mensaje de Amor

para ver si de Amor te conquistaba,

y mientras pensaba en ti te dejaba

mi voz grabada en el contestador.


“Deje, después de oir la melodía,

su nombre y el porqué de su llamada.

Si me interesa y estoy desocupada

le llamaré. Que usted pase un buen día”.


Y escuchando tu voz yo me creí

que el Amor no es un sueño inalcanzable,

que eres el don que mi Vida reclama.


Aún sigo esperando que en el cable

viaje tu voz y llegue hasta mí

aunque creas que es a otro a quién le llamas.




GRANADA


ESPERABA en el andén

a que el tren que se llevaba

nuestros sueños a Madrid

se pusiera al fin en marcha.

¡Que triste queda Granada!.



Puntual como la muerte,

madrugador como el alba,

a las mismas doce el tren

se despide de Granada.

¡Que sola queda Granada!.



Ecos de voces infectas

de nostálgica nostalgia

tantas bocas despidiéndose

a través de las ventanas.

¡Que muda queda Granada!.



Atrás quedaron senderos,

el rocío entre las ramas,

el almendro siempre en flor

y la luna sobre el agua.

¡Que lejos queda Granada!.



SE ME NUBLAN


¿QUIÉN me roba la ilusión?

La Pasión.


¿Quién me deja malherido?

El Olvido.


¿Quién me empuja a la locura?

La Hermosura.


Y es el Amor quien procura

enseñarme lo prohibido

y me nublan los sentidos

Pasión, Olvido, Hermosura.

Por AMADO STORNI (Jaime Fernández)

LIBERTAD PARA LA ESTRELLA DE CUBA

“Que si un pueblo su dura cadena
No se atreve a romper con sus manos,
Bien le es fácil mudar de tiranos,
Pero nunca ser libre podrá”
.
JOSÉ MARÍA HEREDIA

Libertad para la estrella de Cuba
manantial de fulgores del trópico
opacados por iberos y tiranos,
en azules de ceibas y palmas
surcos de insumisas ánimas
y errantes próceres desterrados
perversión de ilustrados hacendados,
edén de oprimida hermosura
donde florece infausta semilla
entre fragancias de cañas y cedros
hado de terrible desespero
del fulgente resplandor que ilumina
coronadas ondas que se esparcidas
mecen las arterias de la simiente
que romperá las cadenas silentes
y liberará la estrella de Cuba.

Por Francisco Jesús Muñoz Soler


Cecilio Olivero Muñoz
“Seis poemas nobles”

QUIERO

Quiero el primer rayo de luz
para la pena más negra y ahogada,
para estar bien cuando la alegría es ligera
como el pétalo redondo de una flor,
como cuando mis paquetes de tabaco
tienen una dulce barriga en opulencia,
como cuando los adverbios y los adjetivos
son como la arcilla y se unen al verbo.


EN LOS RECITALES

Huyo de la solemnidad cursi
de un recital entre la burguesía tonta,
que sueñan los provincianos de casa triste
buscando hembra de tenedor de plata.
Me mezclo entre la escoria y la sombra
de los cuerpos que huelen a sudor literario
y ellos se mezclan con la canción eterna
de los seres que persiguen la aventura.
La poesía es horrenda entre los ricos,
porque la poesía se masca
con los dientes podridos
y se reparten su pan divino los dueños
del sueño imposible.


SOBRE LA POESÍA
ENTRE LA PLEBE

¿Ves como se ríen
de la poesía más noble?
La toman muy poco en serio,
la deforman, la escupen,
la marginan, la hacen replicarles.
Debo ser guardián del mito.
¿Por qué la plebe respeta tanto
al necio, al zafio, al grosero?
Será que teme al golpe
más que al aliento que la sostiene.
Se ríen de la poesía
y yo de ellos lastima siento.


LA SOLEDAD DE CERCA

Ahora que todos ya se fueron,
ahora que no hay fantasmas
que me cuenten la única verdad.
Vivo tan solo como Juan Preciado
buscando un no sé qué
en la abandonada ciudad de Comala.
No hay nadie más solo que yo,
porque esa es la verdad auténtica
que andaba yo buscando.



POR APARTARSE
QUE NO QUEDE

Me aparto del satén de las banderas,
de la pólvora negra del escándalo,
de la patraña necia de los cantineros
que merodean el nivel de los vasos,
de aquellos que hacen mucho ruido
dando portazos y golpeando mesas.



EL SUSPIRO

Dios otorgó al hombre
el remedio natural del suspiro
para ayudarlo a ser fuerte
y para evadirlo del plomizo
tedio.

Por Cecilio Olivero Muñoz
“Seis poemas nobles”

viernes, 4 de septiembre de 2009

35º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



35º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXXXV 04-09-2009


EDITORIAL XXXV
Pablo Antoñana


El pasado 14 de Agosto moría el escritor navarro Pablo Antoñana. La literatura posee un sinfín de autores que, sin haber logrado el renombre de la primera fila, conceden a sus lectores la posibilidad de una obra sublime, el trabajo de un artesano que con palabras y frases va componiendo sus relatos, sus poemas, y que al final es lo que vale. Quizá también, en el otro lado, la buena labor del lector interesado, en el buen sentido del adjetivo, el de un lector que sabe que la buena literatura también se halla entre libros poco o nada citados y acumulados en las estanterías de bibliotecas y librerías, es la de buscar esos libros, a esos autores, que son joyas, sin importar que salgan en los hits-parades de las mejores obras publicadas o en la de los mejores escritores proclamados por los medios de comunicación, por las editoriales o por las empresas de marketing y publicidad. Un lector atento ha de tener la suficiente paciencia como para escarbar entre tanto libro publicado -publicitado- y además de poder atender, por qué no, a los cantos de sirena de algunos libros ungidos de popularidad, debe saber que hay todo un mar de obras que merecen su atención, sin importar que lugar ocupan en la lista de ventas, y cuyo descubrimiento producirá sin duda una enorme satisfacción.

Sin duda quien se acerque a Pablo Antoñana, que además de escritor ha publicado numerosas colaboraciones principalmente en la prensa vasconavarra, no se sentirá defraudado. Autor de relatos cortos, de novelas como «La cuerda rota», «No estamos solos» o «El tiempo no está con nosotros», entre otras, y de crónicas, su labor era la de ese artesano antes mencionado que componía una obra sensible a la realidad, que mostraba su atención por lo más cercano como parte de ese puzzle que es el mundo. Conocedor del carlismo, tan importante en Navarra, y miembro de la Sociedad de Estudios Vascos, Eusko Ikaskuntza, era también un hombre crítico y preocupado por la vida humana tanto en su faceta individual como colectiva. Sus obras así lo reflejan y sus crónicas y artículos son buena muestra de su aproximación, siempre crítica y rabiosa, en el sentido de los antiguos «enragés», que procuraban verlo todo desde su raíz, y que reaccionan ante una realidad a menudo poco gratificante.

Somos conscientes de que un obituario no es el mejor modo, quizá tampoco el mejor momento, de hablar de un escritor, entre otros motivos porque uno tiene que hablar siempre bien del homenajeado y porque se cae siempre en tópicos y en temas recurrentes que suenan a falso. Pero al mismo tiempo necesitamos invitar a aquellos amantes de las letras a que conozcan a un autor, en este caso a este escritor de Viana que sin duda les proporcionará no poca satisfacción.

Invitamos por ello a que busquen sus libros, a que descubran a este escritor si no lo conocen y se metan en el mundo de Pablo Antoñana, que se dejen conducir y seducir por las tierras de ese mítico Yoar que les dejará sin duda un buen sabor de boca.

UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA

LO TENGO CASI TODO


Me voy a mi casa
Allí tengo mi güisqui
Tengo mis naipes
Tengo mi tabaco
Tengo mi cama
Tengo mi ordenador
Y tengo la calma.
Me voy a mi casa
Óyelo bien
Me voy a mi casa
Allí tengo mi radio
Tengo mi mini-bar
Tengo mis discos
Tengo mi nevera
Tengo mi pechuga braseada
Y tengo mi sueño.
Me voy a mi casa
Te lo repito (Por si no lo has oído)
Me voy a mi casa
Allí tengo mi almohada
Tengo mi televisor de catorce pulgadas
Tengo mi váter
Tengo mis libros
Tengo mi guaco inca
Y tengo mi corazón.
Me voy a mi casa
Ya lo sabes (Allí lo tengo todo)



TENER, NO TENGO CASI NADA

En mi casa tengo:
Una mujer sonriente
Un deseo que escapa
Una muerte que entristece
Un dolor a media noche
Y no tengo nada de nada.
Interprétalo como quieras.
En mi casa tengo:
Un garrote y un fantasma
Un ruego en la disputa
Un grito insultante
La fiebre del martes
Y ¿Tengo la felicidad?
Quizá, ¿tú me puedas contestar?
En mi casa tengo:
Un balcón abierto
Un suspiro amargo
Un tiritar de cascabeles
Un rezo de sobremesa
Y poca es mi salud.
¿Se tiene algo en la vida?
En mi casa tengo:
Mil ilusiones alegres
Doce roces que se hielan
Veintiséis lapiceros despuntados
Una noche de ensueño
Y un despertar loco.
No se tiene lo que se compra
Se tiene lo que se paga y se sufre.


Por Cecilio Olivero Muñoz




Adrenalina


De nuevo se montó un buen barullo. Habían colocado un par de coches cruzados en medio de la calzada junto a algunos objetos dispersos y el grupo de jóvenes -se notaba que eran jóvenes, aun cuando llevasen las caras tapadas con pañuelos y pasamontañas, pero se movían con ímpetu- esperaba a un lado de la barricada a que los policías, al otro lado, en medio de la plaza y al inicio de la misma calle, armados con sus escopetas de balas de goma y uniformados con un marcado y desafiante estilo pseudogaláctico, no parecían humanos, se decidieran a cargar. Yo esperaba justo en medio, replegado en un portal frente a los coches, bajo las miradas que denotaban a todas luces no pocas sospechas del grupo de jóvenes, qué hace ese tipo hay parado, se preguntarían sin duda en algún momento, y, al otro lado, las miradas de recelo de los policías que pensarían sin duda que yo debía de ser algún tipo de informante o capo de los manifestantes, el que ordenase los pasos a seguir, el momento en que las piedras debieran lanzarse con fuerza, el que guardase quizá los cócteles molotov o vete tú a saber qué. Mi presencia allí, por el contrario, resultaba a todas luces mucho más sencilla, nada política ni estratégica: vivía justo en la plaza ocupada por los policías. Cómo llegar a casa, me pregunté, si los policías formaban una barrera y en cualquier momento se lanzarían a la carrera, porra en ristre y a balazos, contra todo bicho viviente que se moviera en aquella calle, además a todas luces no dejaban pasar a nadie, por tanto lo prudente era esperar en un rincón seguro a que pasara el tiempo y se reestableciese el orden, la calma o lo que sea eso que existe en ausencia de conflictos evidentes, esto es, los jóvenes se cansaran de esperar después de haber lanzado gritos, proclamas e insultos contra los guardianes de la ley o éstos recibieran la orden de marchar o de cargar, dando fin a la tensión mediante la dispersión de una de las partes.
No obstante, hallarme atrapado entre dos fuegos no era algo que me desagradara del todo. La verdad es que nunca había temido situaciones de ese tipo, había vivido en ciudades muy conflictivas en épocas poco pacíficas y había formado parte en su momento de piquetes y bandas de sabotaje, así que se me había ido el miedo, aunque a mi edad y por mi dosis acumulada de escepticismo ya no conservaba la más mínima emoción por esos conflictos callejeros. Quizá subiera la adrenalina, recordara mi juventud, sintiera la emoción de la lucha, cierto sentido de la vida que me había guiado años atrás, no muchos, a decir verdad, pero lo cierto es que contemplaba aquellos incidentes como quien ve llover. Por otro lado, los conflictos modernos los veía no sin distancia. Tal vez con esa prevención de quien se hace mayor y sospecha que el mundo no cambia con facilidad. En el fondo, me parece que no entendía ya los conflictos que me rodeaban ni comprendía las reivindicaciones que se proclamaban, en mi época, pensé -y noté un temblor al pensar en términos de mi época, como algo pasado ya, imponiéndoseme una clasificación de la vida y de las personas por edades y no estar yo en la idealizada (en exceso) juventud-, las cosas eran más sencillas o estaban más claras, al menos me lo parecía.
También me empezó a molestar la calma tensa en que todo se mantenía, los jóvenes cuchicheaban entre sí, pegaban saltitos, miraban al otro lado de la barrera que formaban los coches, a veces se oía un insulto, alguna proclama que soltaba sin duda el joven más consciente del sentido de la lucha y que apenas era seguida por los demás, como si a la mayoría les importase bien poco la razón que había motivado aquel choque y se dejaran llevar por el choque en sí, por esa adrenalina que la violencia crea. Ya que no tenía más remedio que quedarme allí a la espera, me gustaría algo más de movimiento, consideré. Comenzaba a aburrirme y con el aburrimiento perdía el interés con lo que me rodeaba, empecé a no fijarme en los detalles -la actitud de los jóvenes, el movimiento de sus ojos que se destacaban por el tapado de sus caras, el lejano cuchicheo de sus voces, que apenas llegaban hasta mí, la actitud disciplinada de inmovilidad de los policías frente a sus oponentes-, a pensar en mis cosas, a todas luces sin importancia, qué iba a hacer a la mañana siguiente, las llamadas que debía realizar, alguna compra pendiente o alguna conversación anodina que, preveía, iba a tener aquel mismo día. En definitiva la vida más cotidiana y que de repente se volvió la más importante, por importantes que fueran los motivos de aquella batalla cuyo final parecía relegado in aeternum.
El tiempo se ha detenido, me dije de pronto y me entró no poca zozobra ante la perspectiva de quedarme allí una, dos o tres horas más, y tal vez lo que debiera hacer era ponerme a andar hacia la plaza, es decir, hacia la hilera de policías, y decirle al agente que me tocase de frente cuando llegase a la esquina que yo vivía allí detrás, detrás de él, se entiende, apuntaría al otro lado, justo enfrente, y el policía seguramente me dejaría pasar y entonces el problema quedaría arreglado, yo seguiría mi camino y dejaría atrás a la alegre muchachada con sus heroicos momentos de enfrentamiento callejero. Pero seguro que en cuando saliese del portal comenzarían de verdad los jaleos y acabaría apaleado por los antidisturbios o recibiese alguna pedrada escapada de alguna mano o lanzada contra mí por la seguridad de su lanzador, aunque seguridad basada en una idea errónea de que yo era un secreta sin ningún sentido de la discreción.
Así que lo mejor era esperar. Me quedé allí, sin saber muy bien si estaba obedeciendo a cierta curiosidad por saber cómo terminaba todo aquello o era la consecuencia debida a un repentino miedo que traslucía con toda su evidencia que el tiempo pasaba por mí y dejaba su huella inequívoca consistente en no poca aprensión por mi propia seguridad, a todas luces dominada por las dudas y el paso de los años.


Juan A. Herrero Díez



LA MENTIRA DEL MUNDO

¡Qué bien sabéis disimular la rabia!
Disimuláis muy bien el resquemor
Disimuláis vuestra gárgara zafia
Enseñar el plumero es vuestro temor.

La pureza la hacéis una gran falacia
Y vuestro odio lo hacéis puro amor,
Vuestra hipocresía es pura suspicacia
Y si os pica el culo bajáis el telón.

Vuestro garrote vil es vil perspicacia
Y vuestro sufrimiento un buen filón
Vuestro oportunismo es sutil eficacia

Y lo usáis como escudo de santurrón.
Vuestra falsa modestia es acrobacia
Y vuestra impertinencia es mi escozor.

Por Cecilio Olivero Muñoz


A MI PALOMA BROMISTA

Ponte a mirar pollas en Internet
Moja tus ganas llenando la andorga
Sabes que tu placer se te otorga
Descorchando botellas de Freixenet.

Llámame marica si se te antoja
Vas tan de lista y otras de tonta…
Sácale al maíz, so zura, la coronta
Hazme reír haciéndote la coja.

Masca gomas del pollo si te chocas
Junta chicles con masca hojas de coca
Ves que mi alma rebota tus pelotas.

Vístete de largo en pleno verano
Ponte manta con calor toledano
Tú vas de larga con la falda corta.

Por Cecilio Olivero Muñoz


AL CUENTO DE NUNCA ACABAR

No me importa si eres de Astorga
O del trozo de Londres (Gibraltar)
O de la Puebla o de Galapagar
O si eres carroña o eres gorga.

Me importa que te amilanes
Por cosas que pongo punto en boca
Aunque mi corazón como la roca
Finge tener complejos de charlatanes.

Te juro y perjuro sin obviedades
Rompiendo luces en dos mitades
A todo ser sencillo dejo maltrecho.

Y por el dolor de mis soledades
Siembro alegrías y no huracanes
Y otra vez complejo de berberecho.


Por Cecilio Olivero Muñoz



A LOS SERES ANODINOS

No seas tu merluzo ni tan boquerón
No seas santo santito o santurrón
No seas manso mansito o mansurrón
No seas chapas chapero o chaperón.

Puedes ser mar y marica o maricón
O sé lo que tu creas que es mejor
Como si osas pintarte de bermejor
Mejor marica-pica que borricón.

Pero no seas de veras tan anodino
Plántale cara a tu cruel destino
Y ve seguro al subir los bordillos.

Algunos se casan con un postizo
Y tú aunque seas tacaño o gastizo
Pasa de la fanfarria de los chiquillos.

Por Cecilio Olivero Muñoz