sábado, 25 de octubre de 2008

11º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



11º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXI 25-10-2.008

EDITORIAL XI
Carabanchel o la voluntad real de olvido

El pasado jueves se iniciaban las obras de derribo de la cárcel de Carabanchel, lo que a nuestro juicio contradice de forma más que evidente la política de memoria histórica y demuestra hasta qué punto, tal como señalábamos en nuestro editorial del número cuatro de la revista, hay claroscuros en dicha política a la vez que se pretende hacer las cosas a medias.

Hemos de recordar que la cárcel de Carabanchel se inauguró en 1944 y su función fue la de mantener encarcelados a miembros de la oposición al franquismo. Por ella pasaron un sinfín de militantes políticos y sindicales, algunos de los cuales llegaron a tener un papel importante en la transición a la democracia, como Marcelino Camacho, dirigente durante años de Comisiones Obreras. El plan acordado entre el Ministerio del Interior, del que dependen los centros penitenciarios, y el Ayuntamiento de Madrid es levantar vivienda, oficinas y un parque. No obstante, el proyecto ha contado con la oposición de algunas plataformas de vecinos y de las agrupaciones de memoria histórica, también habría que incluir aquí una propuesta del CSIC, que piden infraestructuras culturales, que se mantenga en pie parte del edificio como recuerdo de la represión y que se fomente un Centro para la Paz.

Tal como dijimos en el número IV de la revista, no queremos plantear un debate político, no es éste el lugar, pero sí queremos intervenir en el debate social y cultural. Es nuestra voluntad favorecer cualquier iniciativa que parta de una voluntad de análisis del pasado y creemos además que este análisis debe ser amplio, sin cortapisas ni ocultamientos. Nos parece que si se pone sobre la mesa, como lo ha hecho el gobierno, la necesidad de dar luz sobre las injusticias de un determinado periodo histórico, se ha de llevar a cabo con todas sus consecuencias y se deben favorecer los gestos de reconocimiento hacia las víctimas del régimen franquista. Aceptamos que no haya revanchismos, aceptamos que se nos diga que hemos de superar diferencias, pero estamos de acuerdo en que tenemos que mantener ciertos símbolos como recuerdo de una represión que fue política, social y cultural, símbolos que han de ser también una invitación a que no vuelva a haber un régimen que quebrante los más elementales derechos de las personas.

Por ese motivo somos partidarios de mantener parte de la estructura de la cárcel. En Barcelona no se dejó huella alguna del Campo de la Bota cuando se construyó el Forum de las Culturas, las administraciones municipal y autonómica no se mostraron muy interesadas en el más mínimo recuerdo de un lugar que fue testigo del horror y sobre el que se levantó un edificio para exhibicionismo y solaz de una modernidad desmemoriada, y ahora Madrid repite el mismo error, lo que nos hace dudar de la veracidad de ciertos debates. Preferimos símbolos modestos que inviten a la reflexión que grandilocuentes discursos y gestos que luego mantienen ocultas injusticias y tragedias que no piden más que un mero reconocimiento social. De ahí que simpaticemos con las demandas de mantener el recuerdo de lo que fue la cárcel de Carabanchel, aun cuando sea a través de una parte mínima de la misma que quede en pie para recuerdo de lo que una vez existió allí, un lugar en que se encarcelaba a la gente por discrepar con el (des)orden imperante.




Patrocinio Carrera de Borrego

Doctor, yo se lo cuento,
De tal manera,
Y que si yo me sincero
Con esta vehemencia,
Es por que siento
Que el olmo no da peras.
En mi tiempo de mancebo
Tenía la cantilena,
Que mucho sospecho,
Era mi condena.
Pulcra sentencia del verbo,
Alegría de verla contenta,
Grillo ruidoso y pequeño,
Noche concreta y serena.
Amigos alejados del sueño,
Era como una verbena,
Pálido mecía el vocero
Que gritaba con voz plena.
Pisé fuerte al silencio,
Ella cantaba coqueta,
Ciudad altiva con restos
De ser y por ciento no era.
Frío tirita de invierno,
Virtud de miel y colmena,
Iban todas como un ejército
Esperando madrugada abierta.
Roto el candil del lucero,
Sabia fatiga se acerca,
Es como repetir el cuento
De aquella apagada luciérnaga.
Oscuro estaba el firmamento,
No había rastro de una estrella,
Un satélite rastreaba el panfleto
Aquel de dura tiniebla.
Parecía todo perfecto,
Roto el caño de la “canaletas”,
Estudiantes con el intelecto
Cojían endrinas a manos llenas.
Un viejo borracho y travieso
Peleaba por la ley de la fuerza,
Los jóvenes machos y fieros
por todo tenían pereza.
Un coche en estado siniestro
Guardaba yonquis de pico y vena,
Rostro lascivo del maestro
Aquel que enseñaba la guerra.
Tristes tigresas por dinero
Piropeaban de cualquier manera,
Papelinas repletas de yeso
Se vendían por la plazoleta.
Mudo y sobornado madero
Quería dormir en la selva,
Tintes tintados en un tintero
Dibujaban a las cigüeñas.
Con dalias pagaba un testaferro
De la divina riqueza,
Golpes daba un casero
Por que quería cobrar su miseria.
Parece el mundo pequeño
Pero es grande y algunos se marean,
Tinglados y vociferios
Cosían y cosían sus telas.
Yunque de fragua en hemisferios
Que a este no se asemejan,
Por que las putas con desvelo
En sus esquinas de sed revientan.
Yuntas y falsos techos
Para la voz de la alerta,
Venden unos negros crecepelo
De ese de las largas melenas.
Los hipies van con sus flecos
Encogidos en aquel teorema,
Y los punkies con remedios
Para circuncidar a sus penas.
Mochileros extranjeros
Vienen a ver las callejas,
Luego cuentan a sus abuelos
Que vieron a la infanta y a la princesa.
Lo que no se cuenta en verso
Se cuenta a la luz de las velas
Y ellos no cuentan el sendero
De las putas por Asia presas.
Doctores que se hacen ruleros
Y los voletaires les venden setas
Con el estremecido bombeo
De las jeringuillas de los proxenetas.
Palacio del bombardero
Ten cuidado y por ahí no te metas,
Negocio del trilero
Su rapidez es pura ciencia.
Mañana te doy un beso
Y tu dormida abres tu entrepierna,
Yo te acaricio el púbico bello
Y en un descuido me las cierras
Son cosas de este mundo perverso
Que domina hasta las fieras,
No lo cuente a nadie, es secreto,
Pero usted seguro lo cuenta.

Por Cecilio Olivero Muñoz

LA FLOR DE HOJALATA

De un latón de aceite de oliva
y una gardenia enlatada,
nació una flor que resiste
las aguas espesas que empapan.
Preciosa que cuando quiere
de posición cambia.
En boca está mi palabra;
imitadora del viento
sus caprichos son de plata,
y sus sueños de titanio...
Pétalo, gajo de naranja.
Se nota bien tu alma de cántaro.
¡Ay! Flor que languidece
flor que fue flor con su tallo,
¿Acaso este mal has de pagar
que debiendo pagas tan caro?
Pues oscilas entre dos mundos
y serás la burla del vil niñato.
Pues su verdad no la quieren,
Ni por compasión implorando.
Unos sucios quincalleros
que trabajan con sus manos,
el destino roban por rateros
esculpiendo carne de chapajo.
Ahora resulta ser quincalla,
Quisiste vivir decorando,
Quisiste ser bonita filigrana
Y eres sueño sólo un rato.
Soñaste tu realidad de lata
Y eres simple y vulgar cacharro
Que se mezcla entre la amalgama
Y eres chiste, risa y pasto
De la hambrienta carcajada,
Eres juego, tontura y pago
Que se paga con la entraña.
Eres la venganza del guijarro
Eres grillo, brizna y nada,
Eres el moscón del bello caballo
Que el dueño no quiere en casa.
Eres la belleza de lo flaco
La flaqueza bella que escapa
Eres la bella puesta en lo alto
Para que nadie pueda encontrarla.
Eres el bello rastro que pardo
Rastrea la bella muy parda,
Rastreando viene bella encontrando
Y no es rastro que es bofetada
Y belleza no le queda ni rastro
Ni pardo, ni encuentro, ni facha.

Por Cecilio Olivero Muñoz


Marcharse

Joel y yo vivíamos en un barrio lejos del centro, frente a las vías de los trenes. Todos los días veíamos cruzar cientos de trenes. No sé si esto, ver todos los días trenes que se acercaban o se alejaban de forma que entonces nos parecía con frecuencia tan caprichosa, tenía algo que ver con nuestra idea de marchar de la ciudad. Quiero pensar que sí, que porque nos poníamos siempre en las vallas frente a las vías o en el puente de la estación y contemplábamos la larga fila de vagones avanzar seguros sobre los raíles nació en nosotros el inmensurable deseo de irnos para siempre. Al menos es el recuerdo que guardo de la niñez, pero sobre todo de la juventud, Joel y yo juntos, cualquiera que fuera la estación, lloviera o hiciera sol, de día, en el crepúsculo o por la noche, los dos sentados y viendo en silencio los trenes que avanzaban ante nosotros con su canturreo metálico y de repente, cuando la fila de vagones desaparecía de nuestra vista, brotaba aquella frase, la decía él o yo, o la decíamos los dos juntos, casi a la par, que algún día, y no precisábamos fecha, el porvenir era inmenso e imposible de limitar, nos iríamos de la ciudad en alguno de aquellos trenes.
Recuerdo uno de los últimos días que estuvimos juntos ante las vías. Era domingo, comenzaba a oscurecer y había algo de tristeza en el ambiente. Se acababa el verano. Había un olor seco a hierba desaguada, a tierra tórrida y una vaga promesa de tormenta de temporada que las nubes, tras los montes lejanos, anunciaban para la noche. Joel me lo dijo tras un silencio ensimismado. Me voy el próximo mes. Mentiría si dijera que me sorprendió. Joel había acabado el instituto en junio. Se había puesto a trabajar poco después en un taller y no estaba contento. Me lo había comentado varias veces. Nos solíamos reunir al final de la tarde cerca de la estación, comprábamos unas cervezas en un colmado próximo y nos sentábamos en el descampado a ver pasar los trenes, a charlar de nuestro descontento y a soñar con nuestra marcha. Es curioso, pero aquel año no hablamos tanto de marcharnos. Lo soñábamos igual, pero no lo decíamos. Intuíamos tal vez que aquel verano era distinto. No porque lo fuera en los detalles, el día se alargaba igual, todo parecía más sereno y las horas se nos iban entre charlas y lecturas, como cualquier otro verano. Pero discerníamos que las cosas podían cambiar ese año, que era el año de la verdad, que se acababa una etapa y otra debía comenzar.
Joel me dijo que se iba a estudiar a otra ciudad. Había elegido unos estudios que no había en la nuestra y su padre había aceptado al fin que se marchara, sobre todo porque le concedieron una beca y se había pasado el verano ganando algún dinero. Deberías escoger unos estudios que no haya aquí, me dijo. Sentí no poca zozobra. Yo acababa el instituto el siguiente curso y no tenía claro lo qué quería estudiar o hacer, pero estaba seguro de que mi padre era más difícil de convencer y barruntaba que ya tenía él planes para mí que aún no me había referido. No, para mí las cosas no eran tan fáciles, no se lo expliqué a Joel esa tarde, pero yo sabía que en mi casa todo era diferente y que mi destino no estaba tanto en mis manos como quisiera, aunque quedaba todavía un año, las cosas podían cambiar, no podía cerrar puertas.
Joel se marchó veinte días más tarde. Fue triste verlo irse, pero también me sentí feliz por él. Seguí yendo al puente de la estación, a las vallas o al descampado donde tantas veces habíamos estado juntos. Leía, miraba los trenes o paseaba mientras pensaba en todo en general. Era imposible no recordarle. Esperaba que todo le fuera bien. Pensaba también en mi vida. No sabía qué iba a ser de mí. También es cierto que con frecuencia procuraba no pensar mucho en el futuro. Miraba los trenes y deseaba con fuerza poder irme algún día en alguno de ellos. Lo deseaba con mucha, muchísima fuerza, con tanta que parecía imposible que algún día realmente no fuera a marcharme.


Juan A. Herrero Díez


EDIFICIOS GRISES

Creo que me pertenecen sesenta metros cuadrados
de oxigeno claustrofóbico financiados por el gobierno.
Y una plaza de asiento en una sala de espera, con cafeteras
a setenta y cinco pelas el mal trago. Y una apretada cagalera,
despega de tu trémula zancada del hospital nauseabundo
a tu apartamento gris, que recuerda un retrato antiguo.
Quiero y no puedo salir de ese edificio, también
Grisáceo, que sobresale de mi herida amortajada con sueños rotos.
Pareciendo unos espantapájaros en la urbe submarina e inquisidora.
Un horizonte es para atrás, como la visión de las grúas desde
Abajo. Tal cual un Don Quijote y sus molinos. Yo miro, y comparo
los desafíos que las épocas han perpetrado a los más encogidos.
De rodillas y brazos en cruz de cansancio, de derrota...
Será de tanta miseria que se respira en la atmósfera.
Desde dentro para fuera y lo que recoges lo sueltas dentro.
Y lo que sobra mira desde fuera. Y no deja de mirarte.
El pijama es una agobiante prenda que te vela la pesadilla
de ver lo que te rodea... las alcantarillas tocan a muerto,
los fumaderos de hachís son bancos destrozados y alejados de todo,
los yonkis generacionales son traicioneros de por vida,
las madres de luto son vírgenes que se quemaron antaño.
Y los mártires de la locura son ángeles marcados con puntas
de estrellas, (por que está comprobado que en ellas está su destino).
Los bares de rumba populachera donde gritan los macacos,
(la cultura allí en el purgatorio baila la soleá de la ignorancia),
los niños lloran un llanto mecánico que aprendieron del biberón seco.
Los camellos, los proxenetas, los taberneros y los prestamistas
Se hacen mecenas de la muerte, hecha canción, ¡Por infinita vez ya!
en este, el mío rincón.
¡De sesenta metros cuadrados de oxigeno claustrofóbico
financiados por el gobierno!

Por Cecilio Olivero Muñoz


Sobre los pisos de protección oficial

Mi perucha divina,
El sueño del paraíso,
La cuerda del “status quo”
Y todo en un minuto.
Eres mi niña,
Escucho el murmullo.
Eres mi niña,
Y digo: soy tuyo.
Y tú me suplicas
Comernos el mundo,
Y yo te hago caso
Y nos exiliamos juntos.
A otro oculto barranco,
A otro triste mundo,
A que nos tiren la mierda
Que vierten los cenutrios.
Y otros personajes,
Como los que van camino
De habitar estos parajes,
Como escuchen mi eructo…
Pisos, altos como el acueducto
y el populacho todo junto
Pero esto que digo
No os importa ni un pito.
Y también me limito
A cantar por la noche,
Me tiro pedos, vomito,
Y cuando como hago ruido
Y pongo música y pataleo
Y despierto a los vecinos.
Y tiro colillas por el balcón
Y a veces me la saco y meo.
Les escupo a los niños
Y cuando llamáis os meo
Y os creéis que llueve,
¡Qué cosas tiene la gente…!
Saca el paraguas, que llueve.

Por Cecilio Olivero Muñoz







sábado, 18 de octubre de 2008

10º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



10º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA


NºX 28-10-2.008


EDITORIAL X


Reedición de clásicos


Esta semana se ha presentado un nuevo proyecto editorial de la Fundación Biblioteca de Literatura Universal y de la editorial andaluza Almuzara que, bajo el nombre de Colección Minor, pretende publicar obras clásicas de la literatura universal a un precio accesible. De momento han sacado a la luz dos libros, «Veintiún sonetos de amor y otros poemas», de Sor Juana Inés de la Cruz, y «Navegación a Oriente y Noticia del Reino de China», de Bernardino de Escalante.
Ni que decir tiene que proyectos como éste son imprescindibles, además de una muy buena noticia. Sabemos que en momentos de crisis es difícil que vean la luz proyectos de esta importancia. Además, como venimos comentando en algunos editoriales, parece a veces que la cultura no sea prioritaria en nuestra sociedad, que sólo aparezca como un ornamento que luzca en momentos de bonanza, pero que se deja de lado cuando las cosas van mal o hay otras prioridades. No ayuda tampoco la marginación de las humanidades en los planes de estudio de la educación secundaria y nos tememos que el Plan Bolonia de Reforma de las Universidades tenga más que ver con una mercantilización de los estudios universitarios, lo que con frecuencia no es compatible con según qué ramas del conocimiento en un modelo económico que ha dado prioridad a los beneficios rápidos.
Todo esto vuelve más loable el proyecto de la Fundación BLU y Almuzara. No negamos que las editoriales, por su carácter de empresas, procuran y necesitan un balance positivo en sus cuentas de resultados, pero es también evidente que dichas empresas poseen un compromiso social de primer orden, la cultura, y que no pueden ser frívolas con los contenidos ni con sus políticas empresariales. No estamos afirmando, evidentemente, que se homogenicen las colecciones y que todo sea serio e intelectual, hay cabida a todo tipo de obras y a todo un mundo de públicos distintos, con intereses diferentes y plurales. La cultura es poliédrica. Pero sí creemos que hay que apostar por colecciones no siempre rentables desde un punto de vista económico, aunque deberían de buscar al menos no ser deficitarias y para ello, a veces, sin duda es necesaria la ayuda pública.
Sabemos que otras editoriales de obras clásicas han tenido problemas para sacar adelante sus colecciones. Los costos de distribución y de difusión dificultan mantener en ocasiones las mismas. Pero la pérdida de estas colecciones produce un daño enorme a la cultura de un país, que en el caso español no podemos permitirnos. De ahí nuestro interés con que proyectos de este tipo salgan adelante.



Para más información:




ODA A LA SAGACIDAD BURÓCRATA


No tengo enfermedades contagiosas
ni taras en lo físico o mental
ni soy adicto a drogas ni las tomo.
No he ido a comisaría ni a prisión
por burlar la moral establecida
ni por tomar sustancias indebidas.
Jamás se me ha arrestado o condenado
por dos o más delitos ni he sufrido
prisión de cinco años ni de más.
No trafico con estupefacientes.
No pretendo enrolarme en su país
en bandas criminales ni emprender
actividades contra la moral.
No soy espía o saboteador.
Tampoco terrorista o genocida.
No he socorrido a la Alemania nazi
ni a sus compinches en sus malandanzas.
No voy a trabajar allí y jamás
me habéis negado acceso y deportado.
No he procurado entrar en su país
con pasaporte ajeno o ilegal.
No he retenido nunca criaturas
cuya custodia le correspondiera
a alguno de sus muchos compatriotas.
He obtenido el visado sin problemas
y no me ha sido cancelado antes.
¡Ah! Tampoco pretendo me asiléis.
Puesto en claro ya todo lo anterior,
to the best of my knowledge and belief,
señorita azafata amabilísima,
¿podría usted servirme más café?


Por Andreu González Castro


UNA MAGDALENA POR EL 11 S


Blancas como las panzas de las ranas
en la charca azul cielo,
las pecheras en cruz de los aviones.
–Oh, my God! –repetían
llevándose las manos a la boca.
Dios mío, no el dolor
en abstracto: el dolor
que viene a la oficina
con legañas y un donuts y café.
Croan las ranas dentro de la charca.
La primavera trenza el terciopelo
del ruiseñor con el croar de ranas.
Llamando a Dios. Cambio.
Todas las unidades a Dios. Cambio.
Toda América llamando a Dios. Cambio.
Todo el mundo llamando a Dios. Cambio.


Por Andreu González Castro


El fin de semana


Nada más verle me di cuenta de que algo le pasaba, algo tremendo. Tenía la cara compungida, como si de repente hubiera caído sobre él toda la desgracia del mundo. Estaba sentado a la mesa junto a otros colegas, pero advertí que no se sentía bien porque su rostro reflejaba la mayor de las desolaciones posibles. Me senté a su lado y antes de que pudiese interesarme por él ya me hizo la pregunta: qué vas a hacer este fin de semana. Deduje que ya se la había formulado a los demás y que todos, saltaba a la vista, le habían dicho que se marchaban de la ciudad. Cuatro días de fiesta y el inevitable desabrigo de una ciudad tan funcional como Bruselas hacían ineludible la huida, llevábamos también muchas semanas dedicados casi en exclusiva a nuestros estudios, así que lo que menos queríamos era vivir, ahora que llegaba la primavera, la soledad más absoluta de un lugar que tan pocas ofertas nos brindaba cuando llegaban esos días de descanso. Para él cuatro días eran pocos días para poder volver a su casa, las comunicaciones eran escasas. Además, como su beca era ínfima, no tenía dinero suficiente para la vuelta en avión, única alternativa para aprovechar los cuatro días, o para marchar a otro lado. Había que añadir un horror casi enfermizo a la soledad, de ahí que su rostro mostrara bien a las claras el pozo de angustia al que estaba cayendo minuto a minuto.
Desde que le conocí me di cuenta de que padecía un íntimo terror a estar solo. Recuerdo que me fijé en él por la angustia que reflejaba su cara. Coincidimos la primera vez en unas jornadas sobre historia europea al que fui casi por casualidad y vi que llevaba un pequeño diccionario francés-español que consultaba con bastante frecuencia. En un descanso me acerqué a él y le pregunté si era español. Fui como una puerta que se abría de pronto tras una semana, que era el tiempo que llevaba en Bruselas, en la que había vivido en la más absoluta soledad. Por entonces apenas hablaba francés y no sabía ni inglés ni tampoco holandés, así que pocas oportunidades había tenido de conocer gente. Nos fuimos a tomar un café y en apenas media hora nos habíamos contado la vida.
Le habían dado una beca para un doctorado en historia moderna y era la primera vez que salía de España, si exceptuamos alguna estancia de horas en Portugal, cuya frontera quedaba a escasos treinta minutos del pueblo zamorano del que era oriundo. A medida que percibí ese terror íntimo que le aquejaba de un modo tan drástico fui reconociendo el valor que tuvo al salir de su provincia e ir a una ciudad a primera vista tan fría y poco amable como era Bruselas, aunque luego uno descubría su alegría interior, algo secreta, sin duda, y que costaba lo suyo descubrir, pero que existía. Ni que decir tiene que si no me hubiera conocido y no se hubiese cruzado con cualquier otra persona, habría podido caer en una depresión profunda o hubiese tomado tal vez una decisión errónea. Faltaba aún unos días para que comenzaran los cursos en la universidad, estaba llegando al límite en su estado de ánimo y además había tenido la mala suerte de alojarse en una de aquellas residencias universitarias tan lúgubres y sombrías que abundan en los centros universitarios y que quedaba a las afueras de la ciudad.
Como yo llevaba un año ya en Bruselas me había formado un núcleo de amistades y conocidos al que se incorporó él al principio como una tabla de salvación. Pronto se fue relajando y poco a poco desapareció la ansiedad que le había causado ese primer impacto de sentirse tan solo. Comenzaron las clases de la universidad y los logros que iba consiguiendo en el dominio del idioma le dieron confianza y recobró incluso el sentido del humor.
Hasta esa tarde, en que de nuevo aparecieron los nubarrones de la soledad. No contaba con que el jueves fuese festivo y que el viernes no había clase. Supuso, al saberlo, que los estudiantes belgas, holandeses, alemanes e incluso franceses de los departamentos más cercanos a la frontera volverían, muchos de ellos, a sus casas después de tantos meses sin apenas moverse de Bruselas, pero no contaba con que los españoles, portugueses, italianos y latinoamericanos íbamos a aprovechar esos días para nuestros propios planes de fuga. Isabel marchaba a Londres para visitar a su hermana que vivía allí con su marido y su hija. Sergio se iba a París con una enamorada reciente. Manoel visitaba Luxemburgo donde tenía familia. Y así uno a uno todos los amigos que iban pasando por el bar. Cuando yo llegué era prácticamente el último y el único recurso que le quedaba. Ver su mirada suplicante y sentirme responsable de él fue casi lo mismo. Además yo, que había sido la primera persona a quien había conocido allí. Me vi en la obligación de ser de nuevo su tabla de salvación. Lamenté por ello haber llegado tarde a nuestro habitual encuentro de las tardes. Si hubiera llegado antes, me dije, le habría podido decir que tenía planes y no me sentiría tan culpable. Pero, cómo decírselo ahora, cuando sus rasgos se iban descomponiendo por la ansiedad.
No le respondí en ese momento. Me levanté y dije que tenía que llamar a Raquel. Me dirigí al teléfono del café preguntándome cómo le plantearía a mi novia que tal vez no le acompañaría ese fin de semana a La Haya o que habría una tercera persona en nuestro viaje, planeado unos días antes. Sabía que no se lo tomaría muy bien. Pero era incapaz, maldita sea, de dejar a mi amigo en la estacada.


Juan A. Herrero Díez


INICIACIÓN AL LABERINTO
LA CIUDAD


No es sólo una ciudad: es la ciudad,
como el libro de libros es el Libro.
Es malla de avenidas y de luces,
Argos sin sueño pero con más ojos,
San Sebastián herido por los taxis,
Gran Cloaca cegada por el humo.
En su Downtown trafican con el humo
las corbatas de toda la ciudad.
Rascacielos insomnes como taxis
custodian los balances en el libro,
te uncen los aguijones de sus ojos
inyectados de sombras y de luces.
En China Town, con las primeras luces,
desaparece Fu Manchú entre el humo
para encarnarse en mil pares de ojos.
Y se revoluciona la ciudad,
en vez de tras de Mao y tras su libro,
tras el dólar sobado por los taxis.
Baja el río revuelto de los taxis
desde la Diamond Row lleno de luces,
brillos que le robó al pueblo del Libro,
y halla la 5ª un hombre casi humo
mendigando a los pies de la ciudad
con la angustia del frente entre los ojos.
Es Central Park un intermedio en ojos
de ardillas tan esquivas como taxis.
En el pulmón azul de la ciudad
la claridad no necesita luces:
se ha descorrido la cortina de humo
y la naturaleza se abre como un libro.
La miseria no cabe en ningún libro,
prefiere hacer su nido entre los ojos
que ha roto el crack y ahora vela el humo.
Donde no se aventuran ni los taxis,
no llegan los destellos de las luces
que deslumbran a toda la ciudad.
A nadie la ciudad mira a los ojos.
Plena de taxis, te dará en su libro
las luces, el embauco, el sueño, el humo.


Por Andreu González Castro


ODAS A MI HERMANA


(Escuchando a Alessandro Marcello-Oboe concerto
in C minor- Adagio- 4ª pista).


Hermana, mi delicia chiquita,
Mi antojo, mi primavera,
Mi tesoro, mi enjambre cargado de mieles,
Mi exquisita lucha ferviente,
Mi hermosa flor del agua,
Mi emotiva gardenia,
Mi romero espinoso,
Mi luciérnaga avispada.
Pequeña eres,
Pequeño es el lucero
Pero con una grandeza en la noche
Que alumbra el camino de los andurriales en tiniebla.
Pequeña eres,
Pequeño es el mundo
Y parece eterno.
Pequeña eres,
Pequeño es un pensamiento absorto
Y es el incansable ritmo de la libertad.
Pequeña eres,
Pequeñas son las canciones pequeñas
Y hermosas y con un mensaje triunfal.
Pequeña eres,
Pequeños son los niños y son la alegría
Del viejo mundo que da vueltas y más vueltas.
Pequeña eres,
Pequeños son los jazmines
Y es la flor más olorosa y embrujadora.
Pequeña eres,
Pequeños son los garbanzos y es la vitamina
Del pobre.
Pequeña eres,
Pequeños son los grillos
Y están cegados y plagados de noches.
Pequeña eres,
Pequeños son los placeres sencillos
Y sin ellos la vida no tendría sentido.
Pequeña eres pero con el corazón
Embelesado por los rumbos misteriosos
De la luna y las estrellas,
Y abrumada siempre por el designio
De la aurora que cierra su pestillo
Para exclusividad tuya.
(De su hermana menor).
Eres una azucena escogida para ser madre,
Eres tenaz e incorruptible
Pero eso son cosas que sólo sabemos tú y yo.
Recuerdo mis correrías a tu lado
Las bromas que te gastaba con tu maestra.
El aroma impregnado en tu piel
Cuando naciste.
Tu cabezonería al no querer besarme.
Tus juegos de niña graciosa.
Tus salidas de cuadro y tus fueras de tonos
Para hacer reír.
(Quien hace reír salva al mundo de la más
grande de todas las oscuridades).
Ten cuidado con el cornetín del infierno
Que anuncia altercados con tus seres queridos.
Yo sé que tu sueño es una profundidad
que nadie puede entender. Pero yo si entiendo.
Por que yo también la tengo.
Una profundidad donde todo cae
Hasta el vino cae a lo profundo del ser,
¿No va a hacerlo el sueño?
No pienses en los cobardes que un solo mundo quieren
Ni en los cabrones que a las cabras enseñan a ser ovejas.
Yo te puedo contar lo que quieres.
Quieres que el litigio entre la luz y la tiniebla
Sea un saludo cordial y termine con un apretón de manos.
Quieres que la noche desarrolle otro amor y se lo cuente
A los crepúsculos para que ellos sueñen con otra mañana azul.
Quieres coger distintas flores y unirlas todas en una armonía
Espectacular.
Quieres coger el bastón de tu abuelo y dibujar su silueta
Como un dibujo animado y bailar con él la canción de la felicidad.
Quieres hacer a la gente más bella por fuera
Para que sean bellos por dentro.
Quieres iluminar con focos de alegría los sueños marchitos.
Quieres reconstruir el rompecabezas de la vida.
Quieres pegar con pegamento escolar las ilusiones
Que se rompieron como copas de cristal.
Quieres sentenciar justicias para las injusticias.
Quieres alternar con un mundo en technicolor
Y pintar sin grises los días de lluvia.
Te quiero hermana. Te quiero como se quiere
A una hermana mayor aunque eres la pequeña.
Te quiero como se quiere a las fuentes del pensamiento purísimo.
Te quiero como se quiere a las mañanas blancas.
Te quiero como se quieren a los ríos trucheros.
Te quiero siempre. Y te quiero para siempre.
Eres una niña ya adulta furtiva de ansias de libertad.
Tus enfados son mis derrotas y tus sonrisas mi triunfo.
Entre hermanos no existen las discordias
Y se sufre cuando tu hermano sufre, por eso yo he querido
Escribirte esta oda cuando mi corazón tenía miles de mariposas
Felices dentro de él.
Dos hermanos se quieren por encima de todo.


Por Cecilio Olivero Muñoz


AMERICA THE BEAUTIFUL


América, he llegado hasta tu nombre
desde un cansancio hereditario
para traerte desde Europa
la fruta amarga del insomnio.
La pobreza harapienta se hacinaba
en camarotes de tercera
rumbo a la tierra prometida.
La flor de las axilas exhalaba
un aroma de sueño mutilado.
Fueron días y noches una noche
perpetua en las sentinas
de la desesperanza.
Fueron días y noches una noche
multiplicada por el hambre
y la sal encrespada del océano.
Pero ahora digo “fueron”
y los conjuro “fueron”
porque el ojo bullente del naufragio
no se fijó en nosotros.
América, he llegado hasta tu nombre
con este cuerpo por que trepan
la miseria de mis antepasados,
el ansia de justicia,
la luz del porvenir.
Rusia, Italia y Polonia son palabras
cuya música suena en la distancia,
tan solo en la distancia,
con bello acento de melancolía.
Pero, América, América,
hasta los lamparones de mi traje
se alegran con la magia
de tu hermosa bandera constelada.


Por Andreu González Castro


PASO A PASO


Me sirves un primer plato
Y luego me acuesto un rato,
Paso por escenarios
Paso por chungos tinglados.
Paisajes desfigurados
Los cambio por tabaco,
Mogollones de escarnios
Los cambio por un pasado.
Sonrisas de prestado
Las cambio por altercados,
Murmullos muy cabizbajo
por sermones muy caducados.
Cambiadme un vocablo
Por un ensimismado morado,
O ¿Me cambias la caspa de antaño
Por un minuto de talento enojado?
No quiero darte bocados
En la cuenca aquella del callo,
Cambiadme este alegato
Por pringue para un yo desgajado.
Sé tú, y yo miro de soslayo,
Sé yo y te muestro el culo blanco,
Desmigájame el yo cabreado
Y te limpiaré tu culo pardo.
No quieras que no me quede harto
Si de alpiste me da el desmayo
Y el alambique lleva el multigrado;
Dame el yo que es mío y de mi paso.
No me des lenteja lenta del tejado
Y dame sopa a toca teja soterrado,
Dame la letra y comete el gajo,
Yo partiré muestras y daré abasto.
Toma esta pelea de gatos
Y vete a abrir la puerta al borracho,
Saca tu lengua de gorila bigardo
Y cabréate con quien te saca el ancho.
Vete donde den canelones baratos
Y comete del pollo hasta el cartílago,
Cuidado, no te atragantes, cuidado,
No te vaya a dar la del “pata de palo”.
O te quedarás desnuda y sin guisado,
Aunque tú quieres un marido esquilado,
Y que cada mes te suelte en metálico
Y por la noche esté esperando empalmado.
Preferir, prefieres al bueno de Jairo,
O al que antes llamabas tu cuñado,
O aquel que se quedó loco de tanto chasco,
O el pelele del tercero que se tiró del cuarto.
Un día tus hijos se habrán casado
Y tu marido estará esperando de buen año
En que tú cambies tu pensamiento pesado
Y cambies la remuda por un camisón descotado.
Invítame al baile del mal palabro,
Invítame con mi mal paso,
No traeré ni vela ni candelabro
Traeré una cruz y un yo escalabrado.
¿Para qué quiero yo morir gritando
Si muero poco a poco y silenciado?
¿Para qué quiero yo vivir cantando
Si canto día y noche y musitando?
¿Para qué quiero morir tumbado
Si doy tumbo a tumbo, mil portazos?
¿Para qué quiero yo mirar a un lado
Si me ven en los reflejos del charco?
¿Para qué quiero morir fracasando
Si mi muerte es aquel fracaso?
¿Para qué quiero mirar el rastro
Si mirando yo no veo mi parpado?
¿Para qué quiero seguir mirando
si sin mirar no veo nada cercano?
¿Para qué quiero sentirme lejano
Si mi derrota es eso, ser mundano?
¿Para qué quiero levantarme temprano
Si mi pena es vivir siempre solitario?
¿Para qué quiero vivir soñando
Si mi realidad es verme despreciado?
¿Para qué quiero soñar amando
si mi amor es amor soñando?
¿Para qué quiero morir amando
si al amar muero por descontado?
¿Para qué vivir de amores pasados
si mi gozo en un pozo y no lago?
¿Para qué quiero sentirme amado
si cuando pase un rato sólo fue rato?
¿Para qué quiero de flores un prado
si no hay flores ni hermoso prado?
¿Para qué quiero ser un milagro
si no hay milagro tras este fracaso?
¿Para qué quiero ser cuento soñado
si el cuento se sueña y no hay milagro?
¿Para qué más llantos y tantos tratos
si no hay trato malo sin llanto sano?
¿Para qué quiero rumores de vecindario
si los vecinos sólo hablan murmurando?
¿Para qué quiero puentes hacía mi ocaso
si el ocaso es muerte sin sol y ser anciano?
¿Para qué quiero yo mi voz sonando
si es sonido mi voz y un todo claro?
¿Para qué quiero yo fuegos fatuos
si son fuegos de artificio ya enterrado?
¿Para qué quiero yo canciones denotando
si la nota la doy sin cantar demasiado?
¿Para qué quiero yo morir cantando
si cuando muero yo ni siquiera canto?
No quiero más hacer caso del gargajo
Por que lo lanza el puro populacho,
No quiero hacer caso del clavo
Si me clavan lo oscuro de ese muchacho.
No quiero serpentinas del cigarro
Si son luces y volantinas del diablo,
No quiero más clemencias si pillado
Yazgo seco y mutilan al garbanzo.
No quiero bofetadas por colgado
Si voces doy contra lo estipulado,
No quiero frenos contra el cotarro
Si el coto para unos pocos está vedado.
No quiero gargantas esperando
Y estómagos vacíos sonando,
Quiero para el pueblo el caldo
Y tiren el candado del dispensario.
Quiero para el pueblo que esté harto
De lenteja, alubia y sancochado,
Quiero para el pueblo arroz guisado
Y no del señoritingo lo que ha dejado.
Quiero hacer el amor hasta mareado
Y no marearme a paso lento, despacio,
Quiero vivir con plenitud y volando
Y no caer en los portales del llanto.


Por Cecilio Olivero Muñoz


LLAMADAS DESESPERADAS


A las victimas del 11-M.


Da la llamada y tú no lo coges,
Las noticias son tan desalentadoras
Que en un chasquido de dedos
Me pongo el abrigo y me lo quito
en otro chasquido de dedos.
Da la llamada y tú no lo coges.
Dan ganas sólo de llamarte
Y tu no lo coges, ¿Lo cogerás?
La desesperada voz del duelo
Se cierra como un torrente
De oscuridad y llanto desgarrado;
Yo tengo que hacer algo pero
No sé el qué. Ni por qué
Pero necesito saber lo que es de ti
Por que te quiero como a nadie.
No hay en ti respuesta, sin embargo:
Yo te llamo y te llamo y amo
Una voz que es la tuya y vuela
Como un colorido ave por mi
Corazón que ansía, poder tenerte,
En mis brazos y aliviar lo que sólo
Puede aliviar tu corazón a mi lado.
Da la llamada y tú no lo coges
Luz de mi corazón, ¿Dónde estás?


Por Cecilio Olivero Muñoz

sábado, 11 de octubre de 2008

9º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



9º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO
NºIX EN LA GUINEA 11-10-2.008 Número dedicado a la memoria de Santiago Aciego, por esos gratos momentos vividos.

EDITORIAL IX
A vueltas con la educación

Un informe auspiciado por dos fundaciones señala que la mitad de los profesores españoles considera que los actuales alumnos saben menos y se comportan peor que los de generaciones anteriores. Esta sensación, que podría calificarse en un principio de subjetiva, confirma los malos datos que el Informe Pisa atribuyó a los estudiantes españoles, que eran los peor calificados de toda la Unión Europea. Cuando ha pasado un mes del inicio del curso académico, los datos de la educación española no pueden ser más catastróficos: abandono escolar, malos resultados, nivel bajo, malas infraestructuras escolares, planes de estudio que nunca acaban de ser estables, constantes quejas del profesorado de los medios limitados invertidos, debates un tanto inocuos en el marco de la educación, incapacidad de adaptarse a nuevos fenómenos, etc. Las sucesivas reformas no han conseguido mejorar nada, más bien al contrario. Mientras, el asunto no aparece en primera plana de ningún diario, tan centrados todos ellos en una crisis económica que puede frenar, además, presupuestos en dicha área.

Hemos mostrado alguna vez nuestra preocupación por este problema de la educación. Porque una sociedad cuyos ciudadanos no consiguen un grado de formación básica supone una sociedad con personas que no van a entender el medio en el que viven y por tanto van a ser personas desarmadas y fácilmente manipulables.

La política educativa actual parece encaminada más a forjar simplemente trabajadores especializados y profesionales versados en su área, porque así lo exige el mercado, cuando la formación básica, la obligatoria en nuestro país, debe tener por objetivo la formación, esto es, la dotación a los niños y jóvenes de herramientas de comprensión global del mundo en que viven y que puedan ser las bases para adaptarse al medio, cualquiera que sea el camino que decidan emprender. No importa el ámbito al que se dediquen, por necesidad o por vocación, lo que es imprescindible es que salgan de las escuelas y los institutos con suficiente formación para entenderse a sí mismos y entender el mundo, lo que les permitirá enfrentarse a la realidad con amplias miras, lo que no ocurre, sospechamos, hoy.

Nos preocupa, además, como revista literaria que somos, el puesto que ocupa la literatura y en general todas las áreas de las humanidades en los planes de estudio. No negamos que hubo un déficit científico y tecnológico en la educación básica de muchos de nosotros, algo que había que paliar, sin duda, no obstante las áreas de humanidades se están volviendo materias casi marginadas, fuera de las asignaturas troncales de muchos estudiantes, con lo que no se están proporcionando las bases para una mirada crítica de la sociedad y del medio.

Porque las materias humanísticas son la base para que el estudiante que se está educando para ser ciudadano y para vivir en comunidad pueda analizar el medio, la sociedad en que vive, los antecedentes del momento histórico en que se encuentra. ¿Para que sirve una asignatura para la ciudadanía si luego ese mismo estudiante va a salir con enormes lagunas culturales y referenciales que no le van a permitir entenderse ni entender nada a su alrededor? Esas lagunas sólo pueden provocar frustración y vacío. Y puede que toda esa violencia en las aulas de la que tanto se habla no sea más que una consecuencia de la falta de referencias personales y colectivas que nada bueno puede traernos.

No estaría de más, por otro lado, en esta campaña generalizada por recordar el pasado, hacer hincapié en el inmensurable esfuerzo que la República llevó a cabo para extender la formación a todas las capas del país y a todos sus rincones, tal como lo refleja Josefina Aldecoa en algunas de sus novelas sobre aquellos tiempos, algo que la España de hoy parece haber olvidado completamente. Por falta de lectura, tal vez.




ODAS A MI HERMANO: (Escuchando la 9ª sinfonía de Beethoven)

Recuerdo cuando éramos pequeños,
Tan pequeños,
Que nos llevaba el viento.
El viento de primavera
Que tú querías y pensabas
En cogerlo con los dedos.
Venias a ver mi guarida de ocho ladrones
Y querías compartir la vitriola de sueños
Que la noche sentencia por el día.
Querías contemplar a tu hermano
Como los antiguos herejes lo hicieron.
¿Querías y no querías?
No querías, por que de sobra sabias
Que era la muerte púrpura de los hombres puros.
Y la voz del ruido llorón.
Pero tu sombra era la fuerza
De latifundio de estirpe milenaria
Y luchabas con un corazón de guerrero extraviado
Y al mismo tiempo resabiado
Por el pan que nuestros padres compartieron.
Me alegro de ser tu hermano.
De ser tú hermano locumba de las mieles de Lucifer
Y semillas de ángel pétreo.
Yo te espero como quien espera a un lucero luminoso
Sobre su césped azul de mediodía.
Quisiera que supieras que tengo predilección por ti.
Y jamás borré de mi vida la juguetería de color
Que me regalaron tus sueños.
Y ser la bombilla de alma quien iluminó mi camino.
Gracias hermano mío.
Gracias por ser tú para ser yo.
Gracias por ser yo para ser tú.
Y gracias por mirar al río conmigo de la mano.
Cada noche que compartimos mirando la sopa de letras
Que la mamá nos daba.
Gracias por ver la paloma blanca que vieron nuestros
Corazones pegados en la sartén del cielo.
Gracias por dejar que te amara aquella tarde a principios
De octubre. Cuando la tormenta cesaba,
Para cantar la misma canción de verano.
Gracias por contarme tu nombre con siete letras parejas
A mi espalda. Gracias por haber nacido por mí.
Eres mi ángel de la guarda y eso lo sabes
Cada vez que sacabas tu guadaña blanca, totalmente blanca
De novio de la muerte.
Tu música me dice que el mañana existe
Y que existe un Dios en ese cielo,
Cada vez que redimías mi culpa
Al pasado de los tiempos marchitos.
Gracias por pertenecerme cómo a quién
Pertenece un trozo de tierra adosado al mar.
Gracias por quererme, cómo quién quiere llorar
Y no puede y es por la fruta prohibida
Que sale de mi mirada.
Cómo si el tiempo no hubiese pasado,
Y eso es por que me quiero pegar a él,
Ahora que seamos los mismos
Que van de la mano a besar a nuestra abuela o abuelo,
A nuestra madre y a nuestro padre,
¿Te acuerdas?
¡Mamá no te mueras nunca!
Y tú saltaste de la cama gritando:
Es verdad no me acordaba:
Mi hermano, mi fiel amigo.
El huésped de mi caracol que esconde una galaxia.
Mi hermano, el mejor amigo que pude comprender
A tres años de curso menor,
Que me hizo comprender lo pequeña que es la distancia.
La distancia entre los mismos sueños a diferentes luces
Y la distancia del sol a la luna.
Ha sido un placer haberte conocido en esta vida,
En esta vida de placeres de sorbo de ron añejo.
De senderos que brotan de nuestros lugares remotos
Pero cercanos y pensar que la verdad existe,
Oculta en aquella higuera de perla
Que buceando en los mares vimos.
Somos el mañana suspendido de un hilo
Y la fiel estampa de la verdad entre un cielo
Adorador subyace perdida con su fiel amor a Dios
Y un cielo oscuro en un latido absorbente
Bajo los hemisferios que pululan.
Me quieres y eso lo sé de sobras,
Sobras de pan y lentejas con chorizo,
Que en nuestro fogón siempre hubo.
Así es la vida: Dos hermanos se quieren
Por encima de todo.

Por Cecilio Olivero Muñoz


Las derrotas pesan


Me sentí extraño. Sí, al leer aquella hoja, un pasquín de letras comprimidas, me sentí extraño, lo reconozco, como si de repente volviera veinte, ¿o serían treinta?, años atrás y todo tuviera de pronto sentido. Los volantes iban de mano en mano en la fábrica y de pronto fue como si todo aquel tiempo, ese conjunto de años que de repente me abofeteaba la conciencia, no hubiese pasado. Palabra por palabra, recordé lo que nosotros, entonces, habíamos escrito, que no era muy distinto a lo que ponía el papel que tenía yo entre manos. Las mismas reivindicaciones, el mismo tono, todo marcaba de repente un estallido en mi cabeza. ¿Qué había cambiado?¿Mi cuerpo, ahora más cansado?¿Mi mundo estrecho de la fábrica, el barrio, o acaso la sociedad entera? No lo sabía. Miré a mi alrededor y los ojos de todos estaban posados en el papel que aquellos jóvenes repartían durante sus veinte minutos de descanso. Me vi reflejado. Mejor dicho, vi reflejado en ellos al muchacho que yo fui. Les deseé más suerte, sobre todo eso, mucho más suerte que la que tuvimos nosotros, que fracasamos con toda la rotundidad del mundo.
Cuando volví junto a los demás a ocupar nuestros puestos en la cadena después del brevísimo descanso me acerqué a uno de ellos. Espero que salga, murmuré. Cómo dices, preguntó. Espero que salga, repetí. Me miró extrañado, al principio. Luego sonrió. Tal vez no esperaba que uno de los “viejos” fuese el primero en decirle algo. Supongo que esperaría una respuesta más animada por parte de todos, sobre todo de los más jóvenes. Pero en vez de eso parecía que cierta indiferencia se imponía sin remedio al conjunto de los trabajadores. Las derrotas pesan demasiado, le dije. Pareció querer decir algo, pero yo había llegado a mi puesto y me separé de él. Pensé que lo último que le dije sonaba a derrotismo y sin duda él quiso objetar algo a mis palabras, a mi fatalismo, pero su réplica se había quedado en el tintero. Tal vez creyera que yo le estaba desanimando. Tal vez consideraba que yo era uno de esos “viejos” que estaban a vueltas de todo, señal inequívoca de que no había ido a lugar ninguno. A mí, chaval, también me irritan los que están a vueltas de todo, me dije dirigiéndome a él, pero sin llegar a decírselo. Quizá después se lo aclare, pensé. No intentaba desanimarle, nada más lejos, sino explicar el silencio generalizado, la falta de reacción. No justificar nada, consideré, debería planteárselo así, que no pretendía justificar nada, sobre todo ahora, cuando los volantes acababan de pasar de mano en mano, pero sí entender el silencio generalizado. Muchas cosas habían cambiado. El mundo era distinto. Ni mejor ni peor, sino sólo distinto.
¿Lo era en realidad?
Las máquinas se pusieron a funcionar. El ruido lo inundó todo. Yo volví a colocar mis tornillos en los artefactos que pasaban delante de mí y que apenas miraba en su conjunto. Sólo me interesaba el hueco donde colocaba el tornillo correspondiente, un mero giro de muñeca y mi pistola mecánica hacía el resto. Luego la cadena daba un empujón al artefacto y yo volvía a repetir mi gesto ante otro artefacto. Así durante ocho horas al día. No tenía que pensar mucho más, me podía escudriñar en el pasado, en mi presente, en cualquier cosa que se me pasara por la cabeza. En mis problemas, por ejemplo, podía ocuparme de mis problemas actuales, en la casa, en Leire, en la niña que ya no era tan niña y que no sabía qué hacer con su vida. O podía plantearme si aquella era la vida que yo había previsto y deseado para mí en aquel momento en que yo tampoco sabía muy bien lo que quería hacer con mi vida. Mejor no pensar mucho en ello, me dije. Mejor pensar en otra cosa. Pero en qué.
Cuando sonó la sirena me sentía ya cansado. No aguantaba tanto como antes. Síntoma del paso del tiempo, es lo que pensé. Coloqué los tornillos y el instrumental en su sitio, me dirigí a las taquillas. Cuando salí a la calle el frío era intenso. Había estado lloviendo. Vi que el chico se puso a mi lado. Anduvimos juntos, sin hablar, un rato. Cuándo estuviste en el sindicato, me preguntó. En el cincuenta y seis, respondí. Cuando la huelga, me preguntó. Sí. Fue una pena, comentó. Lo habíais planteado muy bien, añadió tras un breve silencio. Quise decirle que las cosas eran así, pero me reprimí, no quería parecer de nuevo ambiguo y que él pudiera concluir que yo era un derrotista. Claro que cuando me ponía a pensar en aquella huelga lo que siempre acababa yo destacando era que nos habían vencido, que habíamos fracasado. No estaba especialmente orgulloso. No obstante, noté en su mirada una cierta admiración. Me desconcertó. No estaba acostumbrado a que me admiraran. Era una sensación nueva. Llovía y me hallaba desconcertado, extraño, algo sorprendido. Guardé silencio un buen rato, aunque íntimamente se lo agradecí.
Juan A. Herrero Díez









FÁBULA DEL FUEGO DERROTADO
(solo de saxo)

-Tú nunca mientes cuando tocas.
A. Muñoz Molina


Bajo una llovizna de agua fría y mínima,
entre los soportales de una ciudad del norte,
la gloria y la derrota se funden en el adiós
que un solo de saxo brinda –ronco y melancólico-
a esa mujer misteriosa de rimel y leyenda
que viaja en un tren nocturno, camino de Lisboa.

Bajo los hierros de las grúas de los muelles,
ensayando con la voz los acordes de la bruma,
camino hacia las ruinas de mi alma sombría
ocultándome de los daños del amor;
de la terrible certeza que agiganta las olas del invierno
y reparte ecos de sangre por las calles mojadas
donde mis pisadas ahogan mi soledad de náufrago.

Me detengo ante una gaviota muerta
(subido el cuello de la gabardina,
ocultando mi aliento de ginebra).
Me daña más su rígida quietud que mi quebranto,
que mi lento ocaso de músico sin suerte
abocado a ser mero espectador de los crepúsculos.
Al menos, la gaviota tiene quien le llore.

Las olas llegan mansamente a mis zapatos, componen
el susurro infinito de un saxo confidencial,
la mentira que cubre mi seudónimo en el Lady Bird,
las décimas de gratitud que despliega
el arco afectuoso de una sonrisa femenina
-flor de enigma, perfil de Sylvia Plath-
entre columnas de humo y largos tragos de alcohol.




Empapado de derrota busco mi hombría
en la sucia barra de los últimos bares.
Una moneda al aire dictará mi fortuna
y así sabré si un día de tormenta
tomaré ese tren nocturno y fantasma
(cargado de comparsas y rostros en la sombra)
que jamás llegará al centro de Lisboa.

Actuaré siempre para un público ajeno a mi música,
mitigando el dolor de un amor clandestino
que no supe defender a sangre y fuego;
como castigo que me impongo frente al micrófono
y fusiono con la clave precisa
para brindarle al jazz su dosis fiel de blues,
su racimo de agrias uvas machacadas,
su cascada de lágrimas y de limosnas.

Ocurra lo que ocurra
me dejaré atrapar en la red de los engaños,
con el único consuelo de un saxo tenor: amigo
al que le debo la vida después de cada noche.

José Luis García Herrera
(inédito)




SOLEDAD

(Soneto)

Tu cuerpo tiene sombra de carcelero
Y una custodia cerrada con llave
Me tienes a mí como perro faldero
Con novato tacto de caricia suave.

Remuevo la huella de tu sendero
Esa huella que de ti nadie sabe
Esa huella donde habita el pero
Esa huella de peligrosidad grave.

Vacío me duermo en los quebraderos
Sueño mundos lejanos en aeronave
Me escondo en oscuros trasteros

Espero hasta que la guerra acabe
Me peleo con usados mecheros
Me coloco de nostalgia con jarabe.

Florecen interrogantes en tus paraderos
No hay piel que sepa como la tuya sabe.

Por Cecilio Olivero Muñoz



ME OLVIDÉ

(Soneto)

Me olvidé de ser tuyo en la noche
Aquella que tanto nos recordaba
Me olvidé de esa flor de reproche
En la amanecida cuando vomitaba.

Me olvidé de ser accesible, cercano,
Simpático, el eterno amante,
Marido ejemplar, el buen ciudadano,
El educado, el hombre elegante.

Me olvidé del olvido y del recuerdo
Me olvidé de todo lo ocurrido
De cuando gruño, de cuando muerdo.

Me olvidé de lo que tiene sentido
Me olvidé de vivir, de estar cuerdo
Me olvidé de casi todo lo sufrido.

Me olvidé hasta de lo que pierdo
¿Por qué el olvido hace tanto ruido?

Por Cecilio Olivero Muñoz





EN LA NOCHE

(Soneto)

El silencio de la noche es grande
Es una libertad de cosmos negra
Estrella de luz de luna menguante
La causa infinita que se desintegra.

Eterna noche de razas oscuras
Filo de una piedra en hora paridera
La noche amontona sus leves lisuras
Propósito que meter en la mollera.

Se descose la entraña de la costura
Donde el misterio es una manera
De nombrar a esta vida de genio y figura.

La noche se escapa por puerta trasera
En la noche todo silencio se cura
La noche es cautelosa como una pantera.

La noche parte de la cordura a la locura
Todo es comienzo desde la primavera
Todo se encuentra donde nada perdura.

Todo es raíz que murmura, lucha y espera.

Por Cecilio Olivero Muñoz








sábado, 4 de octubre de 2008

8º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



8º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO
EN LA GUINEA
NºVIII 04-10-2.008

Editorial VIII
Muerte de un actor


El pasado 26 de Septiembre moría Paul Newman. Sin duda fue uno de los mejores actores que el cine haya dado a lo largo de su historia y para muchos de nosotros su nombre está íntimamente ligado al cine. Representa sin duda este arte, su rostro y su buen hacer refleja en gran medida lo que el cine ha significado y significa en nuestro tiempo, una pasión y una fuerza en el arte de narrar. Desde que actuara en su primera película, «El cáliz de Plata», en 1954, ha protagonizado muchas películas, la lista es larga, y dirigió también algunas. Durante esta última semana la prensa, la radio y la televisión se han hecho eco de la noticia y han glosado la figura del genial actor. No queremos repetir por tanto lo ya dicho, sino recordar a este actor que es sin duda símbolo del cine, del buen cine, y homenajear su buen hacer.

Pero queremos añadir que, más allá de su labor cinematográfica, Paul Newman representa a ese tipo de actor que sólo se sustenta por su trabajo. Alejado de los focos en su vida privada, no se convirtió, como por desgracia ha ocurrido con otros artistas, en un mero exhibicionista, en un exhibidor un tanto histriónico (en el peor sentido de la palabra) de su ego, sino que se comprometió plenamente con su arte y logró que su éxito se basara únicamente en la interpretación. Aprovechó la fama para apoyar algunas causas sociales, pero lo hizo con modestia, más como ciudadano que favorece lo que considera ético. Lo que él quiso ser fue ante todo actor y vivió para ello.

Creemos en el artista que sobre todo se centra en su arte, ya sea la literatura, el cine, la pintura, la escultura o el teatro. Creemos en el artista que se compromete plenamente con su trabajo. Picasso solía decir, cuando le preguntaban por las musas, que estas señoras nunca le habían visitado, pero cuando lo hicieran le encontrarían trabajando y sin duda Paul Newman estaría de acuerdo con esa afirmación porque la cumplió a rajatabla, trabajó y mucho por que su trabajo saliera lo mejor posible. Y lo consiguió. En un mundo de apariencias como el nuestro hemos de distinguir muy claramente que una cosa es «ser artista» y otra muy distinta «ir de artista». Muchas veces el exhibicionismo no es otra cosa que mediocridad que intenta pasar por genialidad.

Sin duda este formidable actor vivió en el mundo y se interesó como ciudadano que también era por lo que le rodeaba. Pero no hizo de las causas que defendió una forma de promoción, todo lo contrario, las defendió desde una modestia que le ha engrandecido como ser humano. Del mismo modo huyó del glamour y de todo paripé mediático. Paul Newman fue un buen ejemplo de lo que consideramos un actor honesto y profundo. Cualquier aprendiz de artista ha de tomar buena nota de esta experiencia. Nosotros lo entendemos así y, como suele decirse en estos casos, el mejor homenaje que podamos hacerle es ver sus películas y disfrutar de sus actuaciones.





NO ME ESPERES
Me duermo en la quietud de la noche
Los fantasmas acunan mi descanso
Las almas errantes me acompañan
Y las penas quedan enterradas.
Y si no fuera verde el pasto que crece
Y si la primavera no fuera florida
Descanso el descanso fúnebre
Con cientos de gusanos devorando
Mi carne.
Soy el eco de la muerte errante
Soy el humus que alimenta
Esta tierra.
Y me fui a nadar
Entre sombras.
No volveré,
No me esperes despierto.


Por Gabriela Fiandesio.



EN LA CORNISA
Ahuecas tus alas peregrinas
y me envuelves
y acortamos en ascenso las distancias,
tres ramitas y un guijarro en un risco
son tu mínimo refugio de halcón
impenitente.
Ven conmigo, susurras
en idioma de ave migratoria,
amémonos, me dices
con ojos que me cazan con dulzura;
no soy presa ni tú, garra,
somos viento que se enredaen la cornisa.
En la cima del abrazo
viaja hasta el valle tu graznido.
En lecho de plumas rubias lluevo libre.

Por Sandra Orellana Figueroa








Sophie


Era imposible no amar a Sophie. No porque fuera una de esas bellezas inmensurables, más bien al contrario, a primera vista resultaba incluso más bien algo feúcha, o porque deslumbrara por una personalidad apabullante, por contra su extrema timidez parecía inducirle siempre a pasar desapercibida, pero había algo en ella, algo ignoto, algo desconocido pero muy presente, que hacía caerte de pronto a sus pies por poco que la tratases cara a cara. En mi caso fue apenas al cabo de unos pocos días que comencé a sentirme atraído por ella.
Me la presentó una estudiante de español, Ania, con quien Sophie compartía aulas en la facultad de letras y a quien yo solía dar algunos consejos en su aprendizaje idiomático. Apenas hablamos aquella primera vez, se limitó a enrojecer en cuando fuimos presentados y a escuchar con una leve y amable sonrisa la conversación que Ania y yo manteníamos. Me la encontré al día siguiente. Iba sola y de nuevo enrojeció nada más me hube acercado a saludarla. Como llevábamos el mismo camino, charlamos un poco, lo suficiente para saber que era de la zona de Cognac, en Francia, y que se había trasladado a Bruselas para continuar sus estudios de letras y un aprendizaje de idiomas para lo que la capital belga parecía el lugar idóneo. Lo cierto es que sentí ternura por ella, su leve enrojecimiento al acercarme, idéntico al del día anterior, su voz dulce, su manera un tanto retraída de hablar, todo parecía indicarme que estaba ante una figura frágil, casi de porcelana. Cuando se despidió, lamenté no haber podido saber algo más sobre ella y haber carecido de la suficiente seguridad como para intentar quedar con ella otro día, pero yo también era tímido y dejé al azar de nuestros encuentros la posibilidad de conocerla más.
Por suerte, Bruselas era lo bastante pequeña como para permitirme encontrármela con cierta facilidad. Pronto supe los lugares por los que ella se movía, que no distaban muchos de los míos. Así fue como, poquito a poco, logré que quedáramos para tomar un café. Me hubiera gustado ser más osado para proponerle salir más a menudo, pero siempre me sentía frustrado cuando nos despedíamos porque nunca llegábamos más allá y sentía que no iba a ser capaz de ir más lejos que aquellos encuentros alrededor de cafés a media tarde o, como mucho, alguna cerveza al anochecer.
Ella tampoco ayudaba. Se limitaba a charlar conmigo de los temas que yo planteaba. No es que se aburriera, dejaba ver que se sentía a gusto conmigo, a veces incluso lamentaba las veces que yo no podía quedar con ella, sin embargo tuve la sensación de que jamás dejaba abierta la posibilidad a que yo me atreviese a dar ese paso que el miedo al ridículo me impedía dar. Así fue transcurriendo nuestra amistad, hasta que llegó el día de su regreso a Francia.
Como Ania se había marchado a Rótterdam, me pidió que le ayudase a llevar sus dos maletas hasta el tren. Aquella mañana, con tiempo más que suficiente, me acerqué a su apartamento. Al llegar, ella ya tenía todo guardado. Preparó una cafetera y en cuando tuvimos el café en la taza pude apreciar ese mohín de tristeza que me hizo preguntarle si lamentaba dejar Bruselas. Sí, me dijo, mucho. Se hizo el silencio. Muchas cosas iban a quedarse en el tintero, sin duda, es lo que pensé en ese momento. Terminamos nuestro desayuno en ese mismo silencio que me pareció tenso, desolado, un tanto afligido. Me levanté para recoger las tazas y las lavé. Fue entonces cuando ella me sorprendió. Se me acercó por la espalda y me abrazó. Sentí su aliento y sus labios me besaron la nuca. Me di la vuelta y nos besamos.
Ça y est, susurró mientras se separaba de mí, on y va. Apenas pude verle el rostro, no pude saber lo que sus ojos podían reflejar. Intenté abrazarla de nuevo con fuerza, seguir unido a ella, pero sus manos se posaron en mis hombros no sin cierta reciedumbre y me empujaron suavemente. Non, me dijo, Sus labios dibujaron entonces una sonrisa dulce y triste. On y va, murmuró.
Apenas dijimos nada en nuestro camino a la estación. Maldije mi timidez, maldije mi falta de arrojo y la imposibilidad de volver atrás en el tiempo para comenzar de nuevo nuestra amistad e intentar que las cosas fueran diferentes. A partir de entonces, todo sería añoranza y ensueño.
Nos despedimos en la estación como si hubiéramos vivido la mayor historia de amor. Yo había leído hacía poco a Borges cuando decía que la distancia era el olvido, y esa frase se me apareció entonces en todo su dramatismo.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Pero siempre he tenido momentos en que la he recordado y me he preguntado una y mil veces cómo hubiese sido si las cosas, entonces, hubieran sido diferentes.


Juan A. Herrero Díez








POEMA DIABÉTICO

(Soneto)

El azúcar es una droga aceptada
Y este soneto un beso amargo.
Un Bollicao es una gamberrada
y la Nocilla el peor desacato.

Dibujas Gremlins en tu mirada
Cuando doy caladas a un cigarro
Te falta esa repentina bofetada
Cuando me zampo un chicharro.

Quisieras darme una cruel patada
Cuando en mitad del cotarro
Dejo colgada mi solitaria arcada.

Otras me dispararías a bocajarro
Cuando con la verdad de la coartada
Me hallas revolcándome en el barro.

Por Cecilio Olivero Muñoz







MUCHO RUIDO
Y POCAS NUECES

(Soneto)

A muchos les atormenta la duda
A otros les atormenta el trasiego
A unos les duele la sordera aguda
A otros les duele el tramposo juego.

A muchos les atormenta el silencio
A otros les atormenta el griterío
Unos son sensibles al frío del cencio
Otros son sensibles al escalofrío.

Otros golpean con mazo y rezan luego
Hay quien por miedo no saluda
Hay también quien teme al fuego.

Hay quien peca de persona testaruda
Hay quien tiene al dinero apego
Y otros que de nadie obtienen ayuda.

Hay quien de rodillas humillan su ruego
Y hay a quien le sirven la vida cruda.

Por Cecilio Olivero Muñoz


NUNCA ES TARDE

Quise volver a empezar
y quise enmendarme de la rebelde causa sin causa.
Por eso vamos resurgiendo de cualquier caída.
Yo me siento de nuevo adherido a la vida
y tú estás tranquila sin mis demonios.
Nunca es tarde si la dicha es buena.
-Nunca es tarde- Alguién dijo.
Un momento de literatura es un momento de lágrimas.
Un momento de nuestra vida es un momento vivido.
Pero la vacuidad de gratificaciones selectas
es un fijo punto por el que dejarse caer al vacío.
Las canciones se cuelgan del alma
y los versos se cuelgan desde la garganta.
Bellos sentimientos son los que señalan
a la luz sin querer y son libres poemas dulces.
Son elixires de gozo y sombra.
Son ataduras por las que llenarse de derrota.
Los parámetros de linde a galaxia,
de sol a ventana, de cielo a nido,
de letra a canción triste, de barranco a hurraca,
y de aurora a recuerdo, son el significado
de nuestras distancias, todas ellas, de un verde
sentido de la naturaleza libre de esencias banales.
Gigante soy de viento, escoplo y martillo.
Gigante diminuto de ceniza, sangre y latido.
Soy el amor de una perla elegida para la luz.
Soy el elegido para amar a una perla de luz y sendero.
-Me gusta susurrarte canciones-
Por eso canto con la alegre circunstancia de mis ojos húmedos de
brutal equilibrio y con caída de estrella.
Me gusta el soporte de tu corazón balanceando mi pensamiento puesto en ti.
Me gusta todo lo que te rodea. Y me gusta todo lo que te devuelve. Me gusta todo lo que de ti habla. Y me gusta todo lo que de ti sueña. Por eso siempre estoy hablando de lo cerca que estoy de tu sencilla presencia de otoño.

Por Cecilio Olivero Muñoz



PLAN DE VUELO
Estira tus alas fuertes
y peina al viento tus plumas rubias,
sobre tu espalda de halcón furioso
llévamey con truenos
cubre mi voz pequeña…
Vuela, sólo vuela,
que con susurros de navegante
iré poniendo en tu oído
una a una
mis coordenadas.

Por Sandra Orellana Figueroa