sábado, 11 de octubre de 2008

9º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



9º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO
NºIX EN LA GUINEA 11-10-2.008 Número dedicado a la memoria de Santiago Aciego, por esos gratos momentos vividos.

EDITORIAL IX
A vueltas con la educación

Un informe auspiciado por dos fundaciones señala que la mitad de los profesores españoles considera que los actuales alumnos saben menos y se comportan peor que los de generaciones anteriores. Esta sensación, que podría calificarse en un principio de subjetiva, confirma los malos datos que el Informe Pisa atribuyó a los estudiantes españoles, que eran los peor calificados de toda la Unión Europea. Cuando ha pasado un mes del inicio del curso académico, los datos de la educación española no pueden ser más catastróficos: abandono escolar, malos resultados, nivel bajo, malas infraestructuras escolares, planes de estudio que nunca acaban de ser estables, constantes quejas del profesorado de los medios limitados invertidos, debates un tanto inocuos en el marco de la educación, incapacidad de adaptarse a nuevos fenómenos, etc. Las sucesivas reformas no han conseguido mejorar nada, más bien al contrario. Mientras, el asunto no aparece en primera plana de ningún diario, tan centrados todos ellos en una crisis económica que puede frenar, además, presupuestos en dicha área.

Hemos mostrado alguna vez nuestra preocupación por este problema de la educación. Porque una sociedad cuyos ciudadanos no consiguen un grado de formación básica supone una sociedad con personas que no van a entender el medio en el que viven y por tanto van a ser personas desarmadas y fácilmente manipulables.

La política educativa actual parece encaminada más a forjar simplemente trabajadores especializados y profesionales versados en su área, porque así lo exige el mercado, cuando la formación básica, la obligatoria en nuestro país, debe tener por objetivo la formación, esto es, la dotación a los niños y jóvenes de herramientas de comprensión global del mundo en que viven y que puedan ser las bases para adaptarse al medio, cualquiera que sea el camino que decidan emprender. No importa el ámbito al que se dediquen, por necesidad o por vocación, lo que es imprescindible es que salgan de las escuelas y los institutos con suficiente formación para entenderse a sí mismos y entender el mundo, lo que les permitirá enfrentarse a la realidad con amplias miras, lo que no ocurre, sospechamos, hoy.

Nos preocupa, además, como revista literaria que somos, el puesto que ocupa la literatura y en general todas las áreas de las humanidades en los planes de estudio. No negamos que hubo un déficit científico y tecnológico en la educación básica de muchos de nosotros, algo que había que paliar, sin duda, no obstante las áreas de humanidades se están volviendo materias casi marginadas, fuera de las asignaturas troncales de muchos estudiantes, con lo que no se están proporcionando las bases para una mirada crítica de la sociedad y del medio.

Porque las materias humanísticas son la base para que el estudiante que se está educando para ser ciudadano y para vivir en comunidad pueda analizar el medio, la sociedad en que vive, los antecedentes del momento histórico en que se encuentra. ¿Para que sirve una asignatura para la ciudadanía si luego ese mismo estudiante va a salir con enormes lagunas culturales y referenciales que no le van a permitir entenderse ni entender nada a su alrededor? Esas lagunas sólo pueden provocar frustración y vacío. Y puede que toda esa violencia en las aulas de la que tanto se habla no sea más que una consecuencia de la falta de referencias personales y colectivas que nada bueno puede traernos.

No estaría de más, por otro lado, en esta campaña generalizada por recordar el pasado, hacer hincapié en el inmensurable esfuerzo que la República llevó a cabo para extender la formación a todas las capas del país y a todos sus rincones, tal como lo refleja Josefina Aldecoa en algunas de sus novelas sobre aquellos tiempos, algo que la España de hoy parece haber olvidado completamente. Por falta de lectura, tal vez.




ODAS A MI HERMANO: (Escuchando la 9ª sinfonía de Beethoven)

Recuerdo cuando éramos pequeños,
Tan pequeños,
Que nos llevaba el viento.
El viento de primavera
Que tú querías y pensabas
En cogerlo con los dedos.
Venias a ver mi guarida de ocho ladrones
Y querías compartir la vitriola de sueños
Que la noche sentencia por el día.
Querías contemplar a tu hermano
Como los antiguos herejes lo hicieron.
¿Querías y no querías?
No querías, por que de sobra sabias
Que era la muerte púrpura de los hombres puros.
Y la voz del ruido llorón.
Pero tu sombra era la fuerza
De latifundio de estirpe milenaria
Y luchabas con un corazón de guerrero extraviado
Y al mismo tiempo resabiado
Por el pan que nuestros padres compartieron.
Me alegro de ser tu hermano.
De ser tú hermano locumba de las mieles de Lucifer
Y semillas de ángel pétreo.
Yo te espero como quien espera a un lucero luminoso
Sobre su césped azul de mediodía.
Quisiera que supieras que tengo predilección por ti.
Y jamás borré de mi vida la juguetería de color
Que me regalaron tus sueños.
Y ser la bombilla de alma quien iluminó mi camino.
Gracias hermano mío.
Gracias por ser tú para ser yo.
Gracias por ser yo para ser tú.
Y gracias por mirar al río conmigo de la mano.
Cada noche que compartimos mirando la sopa de letras
Que la mamá nos daba.
Gracias por ver la paloma blanca que vieron nuestros
Corazones pegados en la sartén del cielo.
Gracias por dejar que te amara aquella tarde a principios
De octubre. Cuando la tormenta cesaba,
Para cantar la misma canción de verano.
Gracias por contarme tu nombre con siete letras parejas
A mi espalda. Gracias por haber nacido por mí.
Eres mi ángel de la guarda y eso lo sabes
Cada vez que sacabas tu guadaña blanca, totalmente blanca
De novio de la muerte.
Tu música me dice que el mañana existe
Y que existe un Dios en ese cielo,
Cada vez que redimías mi culpa
Al pasado de los tiempos marchitos.
Gracias por pertenecerme cómo a quién
Pertenece un trozo de tierra adosado al mar.
Gracias por quererme, cómo quién quiere llorar
Y no puede y es por la fruta prohibida
Que sale de mi mirada.
Cómo si el tiempo no hubiese pasado,
Y eso es por que me quiero pegar a él,
Ahora que seamos los mismos
Que van de la mano a besar a nuestra abuela o abuelo,
A nuestra madre y a nuestro padre,
¿Te acuerdas?
¡Mamá no te mueras nunca!
Y tú saltaste de la cama gritando:
Es verdad no me acordaba:
Mi hermano, mi fiel amigo.
El huésped de mi caracol que esconde una galaxia.
Mi hermano, el mejor amigo que pude comprender
A tres años de curso menor,
Que me hizo comprender lo pequeña que es la distancia.
La distancia entre los mismos sueños a diferentes luces
Y la distancia del sol a la luna.
Ha sido un placer haberte conocido en esta vida,
En esta vida de placeres de sorbo de ron añejo.
De senderos que brotan de nuestros lugares remotos
Pero cercanos y pensar que la verdad existe,
Oculta en aquella higuera de perla
Que buceando en los mares vimos.
Somos el mañana suspendido de un hilo
Y la fiel estampa de la verdad entre un cielo
Adorador subyace perdida con su fiel amor a Dios
Y un cielo oscuro en un latido absorbente
Bajo los hemisferios que pululan.
Me quieres y eso lo sé de sobras,
Sobras de pan y lentejas con chorizo,
Que en nuestro fogón siempre hubo.
Así es la vida: Dos hermanos se quieren
Por encima de todo.

Por Cecilio Olivero Muñoz


Las derrotas pesan


Me sentí extraño. Sí, al leer aquella hoja, un pasquín de letras comprimidas, me sentí extraño, lo reconozco, como si de repente volviera veinte, ¿o serían treinta?, años atrás y todo tuviera de pronto sentido. Los volantes iban de mano en mano en la fábrica y de pronto fue como si todo aquel tiempo, ese conjunto de años que de repente me abofeteaba la conciencia, no hubiese pasado. Palabra por palabra, recordé lo que nosotros, entonces, habíamos escrito, que no era muy distinto a lo que ponía el papel que tenía yo entre manos. Las mismas reivindicaciones, el mismo tono, todo marcaba de repente un estallido en mi cabeza. ¿Qué había cambiado?¿Mi cuerpo, ahora más cansado?¿Mi mundo estrecho de la fábrica, el barrio, o acaso la sociedad entera? No lo sabía. Miré a mi alrededor y los ojos de todos estaban posados en el papel que aquellos jóvenes repartían durante sus veinte minutos de descanso. Me vi reflejado. Mejor dicho, vi reflejado en ellos al muchacho que yo fui. Les deseé más suerte, sobre todo eso, mucho más suerte que la que tuvimos nosotros, que fracasamos con toda la rotundidad del mundo.
Cuando volví junto a los demás a ocupar nuestros puestos en la cadena después del brevísimo descanso me acerqué a uno de ellos. Espero que salga, murmuré. Cómo dices, preguntó. Espero que salga, repetí. Me miró extrañado, al principio. Luego sonrió. Tal vez no esperaba que uno de los “viejos” fuese el primero en decirle algo. Supongo que esperaría una respuesta más animada por parte de todos, sobre todo de los más jóvenes. Pero en vez de eso parecía que cierta indiferencia se imponía sin remedio al conjunto de los trabajadores. Las derrotas pesan demasiado, le dije. Pareció querer decir algo, pero yo había llegado a mi puesto y me separé de él. Pensé que lo último que le dije sonaba a derrotismo y sin duda él quiso objetar algo a mis palabras, a mi fatalismo, pero su réplica se había quedado en el tintero. Tal vez creyera que yo le estaba desanimando. Tal vez consideraba que yo era uno de esos “viejos” que estaban a vueltas de todo, señal inequívoca de que no había ido a lugar ninguno. A mí, chaval, también me irritan los que están a vueltas de todo, me dije dirigiéndome a él, pero sin llegar a decírselo. Quizá después se lo aclare, pensé. No intentaba desanimarle, nada más lejos, sino explicar el silencio generalizado, la falta de reacción. No justificar nada, consideré, debería planteárselo así, que no pretendía justificar nada, sobre todo ahora, cuando los volantes acababan de pasar de mano en mano, pero sí entender el silencio generalizado. Muchas cosas habían cambiado. El mundo era distinto. Ni mejor ni peor, sino sólo distinto.
¿Lo era en realidad?
Las máquinas se pusieron a funcionar. El ruido lo inundó todo. Yo volví a colocar mis tornillos en los artefactos que pasaban delante de mí y que apenas miraba en su conjunto. Sólo me interesaba el hueco donde colocaba el tornillo correspondiente, un mero giro de muñeca y mi pistola mecánica hacía el resto. Luego la cadena daba un empujón al artefacto y yo volvía a repetir mi gesto ante otro artefacto. Así durante ocho horas al día. No tenía que pensar mucho más, me podía escudriñar en el pasado, en mi presente, en cualquier cosa que se me pasara por la cabeza. En mis problemas, por ejemplo, podía ocuparme de mis problemas actuales, en la casa, en Leire, en la niña que ya no era tan niña y que no sabía qué hacer con su vida. O podía plantearme si aquella era la vida que yo había previsto y deseado para mí en aquel momento en que yo tampoco sabía muy bien lo que quería hacer con mi vida. Mejor no pensar mucho en ello, me dije. Mejor pensar en otra cosa. Pero en qué.
Cuando sonó la sirena me sentía ya cansado. No aguantaba tanto como antes. Síntoma del paso del tiempo, es lo que pensé. Coloqué los tornillos y el instrumental en su sitio, me dirigí a las taquillas. Cuando salí a la calle el frío era intenso. Había estado lloviendo. Vi que el chico se puso a mi lado. Anduvimos juntos, sin hablar, un rato. Cuándo estuviste en el sindicato, me preguntó. En el cincuenta y seis, respondí. Cuando la huelga, me preguntó. Sí. Fue una pena, comentó. Lo habíais planteado muy bien, añadió tras un breve silencio. Quise decirle que las cosas eran así, pero me reprimí, no quería parecer de nuevo ambiguo y que él pudiera concluir que yo era un derrotista. Claro que cuando me ponía a pensar en aquella huelga lo que siempre acababa yo destacando era que nos habían vencido, que habíamos fracasado. No estaba especialmente orgulloso. No obstante, noté en su mirada una cierta admiración. Me desconcertó. No estaba acostumbrado a que me admiraran. Era una sensación nueva. Llovía y me hallaba desconcertado, extraño, algo sorprendido. Guardé silencio un buen rato, aunque íntimamente se lo agradecí.
Juan A. Herrero Díez









FÁBULA DEL FUEGO DERROTADO
(solo de saxo)

-Tú nunca mientes cuando tocas.
A. Muñoz Molina


Bajo una llovizna de agua fría y mínima,
entre los soportales de una ciudad del norte,
la gloria y la derrota se funden en el adiós
que un solo de saxo brinda –ronco y melancólico-
a esa mujer misteriosa de rimel y leyenda
que viaja en un tren nocturno, camino de Lisboa.

Bajo los hierros de las grúas de los muelles,
ensayando con la voz los acordes de la bruma,
camino hacia las ruinas de mi alma sombría
ocultándome de los daños del amor;
de la terrible certeza que agiganta las olas del invierno
y reparte ecos de sangre por las calles mojadas
donde mis pisadas ahogan mi soledad de náufrago.

Me detengo ante una gaviota muerta
(subido el cuello de la gabardina,
ocultando mi aliento de ginebra).
Me daña más su rígida quietud que mi quebranto,
que mi lento ocaso de músico sin suerte
abocado a ser mero espectador de los crepúsculos.
Al menos, la gaviota tiene quien le llore.

Las olas llegan mansamente a mis zapatos, componen
el susurro infinito de un saxo confidencial,
la mentira que cubre mi seudónimo en el Lady Bird,
las décimas de gratitud que despliega
el arco afectuoso de una sonrisa femenina
-flor de enigma, perfil de Sylvia Plath-
entre columnas de humo y largos tragos de alcohol.




Empapado de derrota busco mi hombría
en la sucia barra de los últimos bares.
Una moneda al aire dictará mi fortuna
y así sabré si un día de tormenta
tomaré ese tren nocturno y fantasma
(cargado de comparsas y rostros en la sombra)
que jamás llegará al centro de Lisboa.

Actuaré siempre para un público ajeno a mi música,
mitigando el dolor de un amor clandestino
que no supe defender a sangre y fuego;
como castigo que me impongo frente al micrófono
y fusiono con la clave precisa
para brindarle al jazz su dosis fiel de blues,
su racimo de agrias uvas machacadas,
su cascada de lágrimas y de limosnas.

Ocurra lo que ocurra
me dejaré atrapar en la red de los engaños,
con el único consuelo de un saxo tenor: amigo
al que le debo la vida después de cada noche.

José Luis García Herrera
(inédito)




SOLEDAD

(Soneto)

Tu cuerpo tiene sombra de carcelero
Y una custodia cerrada con llave
Me tienes a mí como perro faldero
Con novato tacto de caricia suave.

Remuevo la huella de tu sendero
Esa huella que de ti nadie sabe
Esa huella donde habita el pero
Esa huella de peligrosidad grave.

Vacío me duermo en los quebraderos
Sueño mundos lejanos en aeronave
Me escondo en oscuros trasteros

Espero hasta que la guerra acabe
Me peleo con usados mecheros
Me coloco de nostalgia con jarabe.

Florecen interrogantes en tus paraderos
No hay piel que sepa como la tuya sabe.

Por Cecilio Olivero Muñoz



ME OLVIDÉ

(Soneto)

Me olvidé de ser tuyo en la noche
Aquella que tanto nos recordaba
Me olvidé de esa flor de reproche
En la amanecida cuando vomitaba.

Me olvidé de ser accesible, cercano,
Simpático, el eterno amante,
Marido ejemplar, el buen ciudadano,
El educado, el hombre elegante.

Me olvidé del olvido y del recuerdo
Me olvidé de todo lo ocurrido
De cuando gruño, de cuando muerdo.

Me olvidé de lo que tiene sentido
Me olvidé de vivir, de estar cuerdo
Me olvidé de casi todo lo sufrido.

Me olvidé hasta de lo que pierdo
¿Por qué el olvido hace tanto ruido?

Por Cecilio Olivero Muñoz





EN LA NOCHE

(Soneto)

El silencio de la noche es grande
Es una libertad de cosmos negra
Estrella de luz de luna menguante
La causa infinita que se desintegra.

Eterna noche de razas oscuras
Filo de una piedra en hora paridera
La noche amontona sus leves lisuras
Propósito que meter en la mollera.

Se descose la entraña de la costura
Donde el misterio es una manera
De nombrar a esta vida de genio y figura.

La noche se escapa por puerta trasera
En la noche todo silencio se cura
La noche es cautelosa como una pantera.

La noche parte de la cordura a la locura
Todo es comienzo desde la primavera
Todo se encuentra donde nada perdura.

Todo es raíz que murmura, lucha y espera.

Por Cecilio Olivero Muñoz








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