sábado, 4 de octubre de 2008

8º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA



8º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO
EN LA GUINEA
NºVIII 04-10-2.008

Editorial VIII
Muerte de un actor


El pasado 26 de Septiembre moría Paul Newman. Sin duda fue uno de los mejores actores que el cine haya dado a lo largo de su historia y para muchos de nosotros su nombre está íntimamente ligado al cine. Representa sin duda este arte, su rostro y su buen hacer refleja en gran medida lo que el cine ha significado y significa en nuestro tiempo, una pasión y una fuerza en el arte de narrar. Desde que actuara en su primera película, «El cáliz de Plata», en 1954, ha protagonizado muchas películas, la lista es larga, y dirigió también algunas. Durante esta última semana la prensa, la radio y la televisión se han hecho eco de la noticia y han glosado la figura del genial actor. No queremos repetir por tanto lo ya dicho, sino recordar a este actor que es sin duda símbolo del cine, del buen cine, y homenajear su buen hacer.

Pero queremos añadir que, más allá de su labor cinematográfica, Paul Newman representa a ese tipo de actor que sólo se sustenta por su trabajo. Alejado de los focos en su vida privada, no se convirtió, como por desgracia ha ocurrido con otros artistas, en un mero exhibicionista, en un exhibidor un tanto histriónico (en el peor sentido de la palabra) de su ego, sino que se comprometió plenamente con su arte y logró que su éxito se basara únicamente en la interpretación. Aprovechó la fama para apoyar algunas causas sociales, pero lo hizo con modestia, más como ciudadano que favorece lo que considera ético. Lo que él quiso ser fue ante todo actor y vivió para ello.

Creemos en el artista que sobre todo se centra en su arte, ya sea la literatura, el cine, la pintura, la escultura o el teatro. Creemos en el artista que se compromete plenamente con su trabajo. Picasso solía decir, cuando le preguntaban por las musas, que estas señoras nunca le habían visitado, pero cuando lo hicieran le encontrarían trabajando y sin duda Paul Newman estaría de acuerdo con esa afirmación porque la cumplió a rajatabla, trabajó y mucho por que su trabajo saliera lo mejor posible. Y lo consiguió. En un mundo de apariencias como el nuestro hemos de distinguir muy claramente que una cosa es «ser artista» y otra muy distinta «ir de artista». Muchas veces el exhibicionismo no es otra cosa que mediocridad que intenta pasar por genialidad.

Sin duda este formidable actor vivió en el mundo y se interesó como ciudadano que también era por lo que le rodeaba. Pero no hizo de las causas que defendió una forma de promoción, todo lo contrario, las defendió desde una modestia que le ha engrandecido como ser humano. Del mismo modo huyó del glamour y de todo paripé mediático. Paul Newman fue un buen ejemplo de lo que consideramos un actor honesto y profundo. Cualquier aprendiz de artista ha de tomar buena nota de esta experiencia. Nosotros lo entendemos así y, como suele decirse en estos casos, el mejor homenaje que podamos hacerle es ver sus películas y disfrutar de sus actuaciones.





NO ME ESPERES
Me duermo en la quietud de la noche
Los fantasmas acunan mi descanso
Las almas errantes me acompañan
Y las penas quedan enterradas.
Y si no fuera verde el pasto que crece
Y si la primavera no fuera florida
Descanso el descanso fúnebre
Con cientos de gusanos devorando
Mi carne.
Soy el eco de la muerte errante
Soy el humus que alimenta
Esta tierra.
Y me fui a nadar
Entre sombras.
No volveré,
No me esperes despierto.


Por Gabriela Fiandesio.



EN LA CORNISA
Ahuecas tus alas peregrinas
y me envuelves
y acortamos en ascenso las distancias,
tres ramitas y un guijarro en un risco
son tu mínimo refugio de halcón
impenitente.
Ven conmigo, susurras
en idioma de ave migratoria,
amémonos, me dices
con ojos que me cazan con dulzura;
no soy presa ni tú, garra,
somos viento que se enredaen la cornisa.
En la cima del abrazo
viaja hasta el valle tu graznido.
En lecho de plumas rubias lluevo libre.

Por Sandra Orellana Figueroa








Sophie


Era imposible no amar a Sophie. No porque fuera una de esas bellezas inmensurables, más bien al contrario, a primera vista resultaba incluso más bien algo feúcha, o porque deslumbrara por una personalidad apabullante, por contra su extrema timidez parecía inducirle siempre a pasar desapercibida, pero había algo en ella, algo ignoto, algo desconocido pero muy presente, que hacía caerte de pronto a sus pies por poco que la tratases cara a cara. En mi caso fue apenas al cabo de unos pocos días que comencé a sentirme atraído por ella.
Me la presentó una estudiante de español, Ania, con quien Sophie compartía aulas en la facultad de letras y a quien yo solía dar algunos consejos en su aprendizaje idiomático. Apenas hablamos aquella primera vez, se limitó a enrojecer en cuando fuimos presentados y a escuchar con una leve y amable sonrisa la conversación que Ania y yo manteníamos. Me la encontré al día siguiente. Iba sola y de nuevo enrojeció nada más me hube acercado a saludarla. Como llevábamos el mismo camino, charlamos un poco, lo suficiente para saber que era de la zona de Cognac, en Francia, y que se había trasladado a Bruselas para continuar sus estudios de letras y un aprendizaje de idiomas para lo que la capital belga parecía el lugar idóneo. Lo cierto es que sentí ternura por ella, su leve enrojecimiento al acercarme, idéntico al del día anterior, su voz dulce, su manera un tanto retraída de hablar, todo parecía indicarme que estaba ante una figura frágil, casi de porcelana. Cuando se despidió, lamenté no haber podido saber algo más sobre ella y haber carecido de la suficiente seguridad como para intentar quedar con ella otro día, pero yo también era tímido y dejé al azar de nuestros encuentros la posibilidad de conocerla más.
Por suerte, Bruselas era lo bastante pequeña como para permitirme encontrármela con cierta facilidad. Pronto supe los lugares por los que ella se movía, que no distaban muchos de los míos. Así fue como, poquito a poco, logré que quedáramos para tomar un café. Me hubiera gustado ser más osado para proponerle salir más a menudo, pero siempre me sentía frustrado cuando nos despedíamos porque nunca llegábamos más allá y sentía que no iba a ser capaz de ir más lejos que aquellos encuentros alrededor de cafés a media tarde o, como mucho, alguna cerveza al anochecer.
Ella tampoco ayudaba. Se limitaba a charlar conmigo de los temas que yo planteaba. No es que se aburriera, dejaba ver que se sentía a gusto conmigo, a veces incluso lamentaba las veces que yo no podía quedar con ella, sin embargo tuve la sensación de que jamás dejaba abierta la posibilidad a que yo me atreviese a dar ese paso que el miedo al ridículo me impedía dar. Así fue transcurriendo nuestra amistad, hasta que llegó el día de su regreso a Francia.
Como Ania se había marchado a Rótterdam, me pidió que le ayudase a llevar sus dos maletas hasta el tren. Aquella mañana, con tiempo más que suficiente, me acerqué a su apartamento. Al llegar, ella ya tenía todo guardado. Preparó una cafetera y en cuando tuvimos el café en la taza pude apreciar ese mohín de tristeza que me hizo preguntarle si lamentaba dejar Bruselas. Sí, me dijo, mucho. Se hizo el silencio. Muchas cosas iban a quedarse en el tintero, sin duda, es lo que pensé en ese momento. Terminamos nuestro desayuno en ese mismo silencio que me pareció tenso, desolado, un tanto afligido. Me levanté para recoger las tazas y las lavé. Fue entonces cuando ella me sorprendió. Se me acercó por la espalda y me abrazó. Sentí su aliento y sus labios me besaron la nuca. Me di la vuelta y nos besamos.
Ça y est, susurró mientras se separaba de mí, on y va. Apenas pude verle el rostro, no pude saber lo que sus ojos podían reflejar. Intenté abrazarla de nuevo con fuerza, seguir unido a ella, pero sus manos se posaron en mis hombros no sin cierta reciedumbre y me empujaron suavemente. Non, me dijo, Sus labios dibujaron entonces una sonrisa dulce y triste. On y va, murmuró.
Apenas dijimos nada en nuestro camino a la estación. Maldije mi timidez, maldije mi falta de arrojo y la imposibilidad de volver atrás en el tiempo para comenzar de nuevo nuestra amistad e intentar que las cosas fueran diferentes. A partir de entonces, todo sería añoranza y ensueño.
Nos despedimos en la estación como si hubiéramos vivido la mayor historia de amor. Yo había leído hacía poco a Borges cuando decía que la distancia era el olvido, y esa frase se me apareció entonces en todo su dramatismo.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Pero siempre he tenido momentos en que la he recordado y me he preguntado una y mil veces cómo hubiese sido si las cosas, entonces, hubieran sido diferentes.


Juan A. Herrero Díez








POEMA DIABÉTICO

(Soneto)

El azúcar es una droga aceptada
Y este soneto un beso amargo.
Un Bollicao es una gamberrada
y la Nocilla el peor desacato.

Dibujas Gremlins en tu mirada
Cuando doy caladas a un cigarro
Te falta esa repentina bofetada
Cuando me zampo un chicharro.

Quisieras darme una cruel patada
Cuando en mitad del cotarro
Dejo colgada mi solitaria arcada.

Otras me dispararías a bocajarro
Cuando con la verdad de la coartada
Me hallas revolcándome en el barro.

Por Cecilio Olivero Muñoz







MUCHO RUIDO
Y POCAS NUECES

(Soneto)

A muchos les atormenta la duda
A otros les atormenta el trasiego
A unos les duele la sordera aguda
A otros les duele el tramposo juego.

A muchos les atormenta el silencio
A otros les atormenta el griterío
Unos son sensibles al frío del cencio
Otros son sensibles al escalofrío.

Otros golpean con mazo y rezan luego
Hay quien por miedo no saluda
Hay también quien teme al fuego.

Hay quien peca de persona testaruda
Hay quien tiene al dinero apego
Y otros que de nadie obtienen ayuda.

Hay quien de rodillas humillan su ruego
Y hay a quien le sirven la vida cruda.

Por Cecilio Olivero Muñoz


NUNCA ES TARDE

Quise volver a empezar
y quise enmendarme de la rebelde causa sin causa.
Por eso vamos resurgiendo de cualquier caída.
Yo me siento de nuevo adherido a la vida
y tú estás tranquila sin mis demonios.
Nunca es tarde si la dicha es buena.
-Nunca es tarde- Alguién dijo.
Un momento de literatura es un momento de lágrimas.
Un momento de nuestra vida es un momento vivido.
Pero la vacuidad de gratificaciones selectas
es un fijo punto por el que dejarse caer al vacío.
Las canciones se cuelgan del alma
y los versos se cuelgan desde la garganta.
Bellos sentimientos son los que señalan
a la luz sin querer y son libres poemas dulces.
Son elixires de gozo y sombra.
Son ataduras por las que llenarse de derrota.
Los parámetros de linde a galaxia,
de sol a ventana, de cielo a nido,
de letra a canción triste, de barranco a hurraca,
y de aurora a recuerdo, son el significado
de nuestras distancias, todas ellas, de un verde
sentido de la naturaleza libre de esencias banales.
Gigante soy de viento, escoplo y martillo.
Gigante diminuto de ceniza, sangre y latido.
Soy el amor de una perla elegida para la luz.
Soy el elegido para amar a una perla de luz y sendero.
-Me gusta susurrarte canciones-
Por eso canto con la alegre circunstancia de mis ojos húmedos de
brutal equilibrio y con caída de estrella.
Me gusta el soporte de tu corazón balanceando mi pensamiento puesto en ti.
Me gusta todo lo que te rodea. Y me gusta todo lo que te devuelve. Me gusta todo lo que de ti habla. Y me gusta todo lo que de ti sueña. Por eso siempre estoy hablando de lo cerca que estoy de tu sencilla presencia de otoño.

Por Cecilio Olivero Muñoz



PLAN DE VUELO
Estira tus alas fuertes
y peina al viento tus plumas rubias,
sobre tu espalda de halcón furioso
llévamey con truenos
cubre mi voz pequeña…
Vuela, sólo vuela,
que con susurros de navegante
iré poniendo en tu oído
una a una
mis coordenadas.

Por Sandra Orellana Figueroa






























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